Retazos de temas que me han interesado alguna vez, experiencias vividas, recuerdos, libros leídos, textos perdidos y rescatados, films que han dejado una impronta en mi memoria, pero también proyectos no realizados o postergados...







sábado, 28 de abril de 2012

ANTONIO ESTÉVEZ...¡TAN LEJOS Y TAN CERCA!

                                                                                            In memoriam Dra. Ligia Padilla Guzmán

Lo veo  recostado en un mueble de paleta, descansando de un ensayo con el coro, formado en su totalidad por muchachas del Colegio Católico Venezolano, antiguo Católico Alemán, que cambió su nombre después de la Segunda Guerra Mundial porque todo lo que sonara a alemán estaba muy mal visto.  Este Colegio quedaba de Truco a Balconcito N° 93 en la parroquia Altagracia, donde hoy se encuentra la Avenida Baralt.  Tenía unos espacios gratísimos; un patio central enorme (para mí), un corral trasero con muchísima vegetación, donde se podía jugar con arena y  podíamos escondernos eficazmente o jugar "la ere".  Entré allí en kindergarten y estuve hasta segundo grado, cuando al regresar de un viaje a Trinidad me inscribieron en el Instituto San Pablo, de los hermanos Martínez Centeno. En el Católico Venezolano, que a pesar de su nombre era un plantel laico, predominaba el elemento femenino.  Es más, creo que después de cierto grado ya no se admitían varones (de allí probablemente mi cambio al concluir tercer grado).  La primera vez que escuché la palabra "yugoeslavia" fue allí, pues una compañerita, seguramente refugiada, venía de ese país. El personal docente estaba también constituído por maestras, no recuerdo ningún profesor.  Todas dulces, amables, maternales, vestían un uniforme verde con blusa blanca manga larga.  De los primeros años sólo recuerdo mesas, creyones, colores, las voces de la maestra a quién ahora recuerdo por las fotos que conservo.
Muchos años después, conversando con Franzel Delgado Senior en el Hospital Vargas, supe que tanto él como su hermano Igor estudiaron allí por esa fecha, pero  ni Franzel me recordaba de entonces ni yo a ellos. Hay una borrosa foto de grupo de niños con guardapolvo blanco, donde hay uno  que podía haber sido Igor (por la edad), pero no lo he podido verificar porque con él no tengo la misma confianza que con Franzel.
Decía, pues, que recordaba a Antonio Estévez descansando en el mueble con los brazos cruzados detrás de la cabeza a guisa de almohada mientras las muchachas le hacían carantoñas y  él se dejaba mimar. La placidez de su rostro se ha grabado indeleblemente en mi memoria. 
No tengo idea de por qué, pero se me permitía asistir a los ensayos y lo veía sentado al piano explicando a las coristas algunos compases de la pieza que estaba montando.  En algún momento me dieron un piano de juguete probablemente para que no fastidiara y recuerdo que Estévez lejos de molestarse, celebraba las gracias del muchachito con sus pininos musicales. Ya él era entonces  el Director del Orfeón Universitario de la Universidad Central de Venezuela y se ganaba honestamente el pan con esa actividad en el colegio. 
En algún acto cultural pude oír al coro del colegio interpretando El Mampulorio  y  el Canto Aragüeño.  Dije que el alumnado de los grados superiores estaba compuesto sólo por mujeres y esto me crea una duda, pues las obras corales mencionadas están concebidas para cuatro voces, dos de ellas oscuras.  Mi memoria no da para tanto, pero o bien había elementos masculinos en el coro, prestados de otra coral, o se trataría de un arreglo de Estévez.  Me quedo con la duda.
Después asistí a un concierto del Orfeón en la misma Universidad, que todavía funcionaba en la sede colonial  de San Francisco, pues aún no estaba terminada la Ciudad Universitaria de Villanueva. Ligia, quien culminaba su carrera de Medicina, cantaba en el Orfeón, algunas veces de solista y como practicaba conmigo las canciones, yo me sabía casi todo el repertorio, aunque no entendía aquello de Evohé, mare nostrum! ni tampoco Gaudeamus igitur. Debo aclarar que Ligia era la menor de todos mis numerosos tíos, se graduó posteriormente de médico y se especializó en Psiquiatría.  Cuando crecí y fui colega suyo no permitía que dijera que era mi tía sino mi hermana, me decía que la rayaba, sobre todo delante de los caballeros, y se negaba a andar conmigo en los congresos desde que el voluminoso colega Carlos Tineo me saludó llamándome Maestro. "¡Eso es el colmo! Si a tí te llaman maestro ¿qué van a decir de mí?".  Pero mientras fui niño, Ligia era de lo más maternal y eso que era muy joven;  me dormía con la Canción de la Molinera, justamente de Estévez, y Zapatitos de lluvia, de Sojo, todas del repertorio del Orfeón.
ESTÉVEZ (IZQUIERDA) CON EL MAESTRO SOJO
Fue en ese recital cuando por primera vez  ese mundo de azules boinas me invitó su voz a escuchar, tal como Luis Pastori y Tomás Alfaro Calatrava nos hicieron saber con la letra, y Evencio Castellanos con la música del Himno Universitario, y  apreciar la polifonía de las extraordinarias obras venezolanas para el repertorio coral, así como  al joven  maestro lucirse como director, aunque entonces me fijaba más en los intérpretes.
No supe más de Antonio Estévez ni siquiera durante mi primera pasantía por la Escuela de Música José Ángel Lamas, no sé si porque él se hallaba de viaje o no formaba parte del plantel para esa época.
Mis familiares, quienes todos, menos yo, eran guariqueños, hablaban mucho de él, sobre todo mi abuelo Cristóbal Padilla, quien destacaba el gentilicio llanero del "muchacho de Calabozo" (mi abuelo era de Valle de La Pascua) y no le daba mucha importancia a ese otro, llamado Aldemaro Romero, presente en las nuevas pantallas televisoras que comenzaban a invadir nuestras casas, en ese período que ya no nos parece tan largo de la dictadura de Pérez Jiménez.
Durante los finales de la década de los cincuenta me des-alfabeticé en lo que concierne a música académica, y aunque había tomado clases de piano (y reconciliado con el pentagrama) con el padre salesiano Jesús Calderón en los dos años de internado del Liceo San José de Los Teques, mis intereses iban por otro camino.  Calderón me dejaba tocar cualquier tipo de música y de ahí en adelante no me ocupé para nada de la Academia.
Al cursar quinto año de bachillerato en el Liceo Agustín Aveledo, por decisión mía, pues quería adquirir algunos anticuerpos para la universidad, me encontré con nuevos compañeros que eran fervorosos melómanos.  La "cuerdita" con la que me reunía asistía regularmente a los conciertos de la Sinfónica que se presentaban semanalmente en el Teatro Municipal.  Aunque el año anterior había presenciado a la Sinfónica de Maracaibo en el Teatro Baralt ejecutar el Capricho Español de Rimsky-Korsakoff, esta asidua asistencia al Municipal adquirió las características de una nueva religión.  Rápidamente adquirí los códigos, el entusiasmo y la alegría de todo converso.  Y fue allí, en el Municipal, donde quedé suspendido literalmente de mi asiento al ver y escuchar las Sinfonías 6 y 7 de Beethoven dirigidas por Victor Tevah, la obertura Rienzi de Wagner con la orquesta conducida por Jacques Singer y a Inocente Carreño interpretando su Glosa Sinfónica Margariteña.  Pero lo que más me entusiasmaba y hacía volver una y otra vez al Municipal era el reencuentro con Antonio Estévez, cálido, fulgurante, magnético, cuando dirigía el Preludio y Muerte por Amor de Tristán e Isolda, de Wagner, Rosamunda, de Schubert, o  la Obertura Trágica de Brahms.  Era el único que dirigía sin batuta; decían que por imitar a Stravinsky, pero yo creo que se debía más a que su mayor experiencia como director era la de la música coral, en la cual, como se sabe, por la posición de los ejecutantes y la cercanía del director, no hace falta este utensilio.
Estévez era el Director Titular de la Orquesta, y aunque vinieron directores invitados de prestigio mundial, yo no me pelaba un concierto que él dirigiera.  Egresado de la Escuela Superior de Música José Ángel Lamas y alumno del Maestro Sojo, había obtenido una beca en 1945 para perfeccionar sus estudios en los Estados Unidos y Europa con Sergei Koussevitzky y Aaron Copland, entre otros.
Abajo, Estévez, primero a la izquierda. A su lado, Leonard Bernstein

Para la fecha a la que me estoy refiriendo (1960) era, como dije, el director titular de la Orquesta Sinfónica Venezuela (recientemente se le oficializó la partícula de, con lo que pasó a ser Orquesta Sinfónica de Venezuela). Contaba para entonces con 43 años, pues había nacido en 1916.  En los programas aparecía una foto suya con una leyenda que lo presentaba como uno de los "valores jóvenes de la música venezolana".
 Uno  de los privilegios que nos tocó vivir a quienes frecuentábamos los conciertos de la Sinfónica era el hecho de poder conocer las obras contemporáneas de nuestros compositores de la llamada Escuela de Santa Capilla dirigidas por ellos mismos.  Ya mencioné la Margariteña dirigida por Inocente Carreño, o la Antelación e Imitación fugaz de Gonzalo Castellanos Yumar bajo su diestra batuta educada bajo la égida de Sergiu Celibidache, sin mencionar las obras de otros compositores nuestros que no eran directores de orquesta, como  el Concierto para Guitarra y Orquesta de Antonio Lauro, que Estévez dirigió con motivo de la visita que nos hiciera el escritor William Faulkner; o El Río de las Siete Estrellas de Evencio Castellanos, dirigida por su hermano Gonzalo o por el mismo Antonio Estévez, como en el homenaje a Faulkner ya mencionado. En lo referente a Estévez, más de una vez oímos su Concierto para Orquesta y Mediodía en el Llano. Pero la Cantata Criolla pertenecía al terreno de lo mitológico, no había sido interpretada desde su estreno en 1954. Como yo no la oí en aquella ocasión, representaba para mí un misterio, algo deseable y esperado, pero no realizado. A finales del año siguiente, con motivo de la celebración del Centenario del Colegio de Ingenieros, se anunció el montaje de la Cantata en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela.  Recuerdo la emoción que me embargó cuando leí la noticia en la Página de Arte de El Nacional.  Recuerdo el color carmín, azul y dorado de la portada del inmenso programa que se repartió en el Aula Magna.  Recuerdo el clima de tensión, de expectativa en el público cuando después de los discursos protocolares de la celebración se presentaban los músicos y los miembros del coro en el estrado que, como se sabe, no tiene telón. 
El factor político se hizo presente en ese momento.  Antonio Estévez era un hombre de convicciones socialistas nada ocultas; de hecho, había sido miembro del Partido Comunista de Venezuela (PCV) y en alguna ocasión, según me relató un profesor de la Sinfónica,  esgrimió su revólver Smith & Wesson 38 cañón corto, al que tenía derecho de porte como diputado al Congreso de la República por esa fracción parlamentaria.   Estábamos en el momento álgido del gobierno de Betancourt, con suspensiones de garantías, intentos de golpes de derecha, subversión de la izquierda, influencia de Cuba, división del partido de gobierno, formación del MIR y un clima de rebelión, especialmente notoria en el terreno autónomo de la Universidad.  Gustavo Machado, Secretario General del PCV, es ovacionado al hacer su entrada al Aula Magna.  Sale el Maestro Estévez a saludar al público y junto a los aplausos y las ovaciones se oyen las consignas revolucionarias:  "¡Abajo este gobiernito!"... "¡Cuba sí, yankis no!",,,"¡Rómulo, renuncia!" y otras más.  Me imagino lo difícil que debió ser para el maestro ese momento.  Nunca se lo pregunté más adelante, cuando ya nos conocíamos.  Me imagino que había una suposición por parte de los perturbadores de la aquiescencia de Estévez a la agitación, dada su posición política.  Se volvió al público y les dijo algo que al principio no se entendía debido al ruido de los gritos y las arengas.  El volumen de la gritería empezó a disminuir mientras él hablaba. Y entonces pude escuchar:
"...Hemos trabajado mucho...hemos trabajado duramente durante muchos meses para presentar esta obra...yo les agradezco..."
No necesitó continuar.  Una lluvia de aplausos sustituyó la gritería, y después de un silencio que pareció de siglos, arrancó la orquesta con ese intervalo de octava descendente que da inicio a la Cantata Criolla.  La entrada de las contraltos me sumergió en uno de los momentos más intensos de mi vida.  Estuve como alelado hasta el final, cuando después del contrapunteo de Teo Capriles (Florentino) con Antonio Lauro (El Diablo) el coro entona el Ave Maris Stella, mientras Capriles/Florentino le pide a la Virgen en todas sus devociones conocidas en nuestro pueblo que lo saque de allí, con Dios, e invocan todos, a la Santísima Trinidad para que el Diablo con su oscuridad y tristeza abandone el terreno, en este caso recinto de la Casa que vence las Sombras.
Dije que no conocí la obra en el estreno en 1954 en el Municipal, pero tanto lo que me han contado los asistentes como lo que he leído, afirman que fue un éxito estruendoso.  Pues en este momento la palabra delirio colectivo escasamente puede expresar la emoción que nuestro público tributó a esta magna obra del nacionalismo musical venezolano.
La Cantata se presentó  algún tiempo después en el Teatro Municipal, con Rafael Montaño en lugar de Teo Capriles, precedida de la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Antonin Dvořák y dirigida de nuevo por el propio Estévez.
Mencioné el aspecto político en la biografía del Maestro.  Como durante ese tiempo no lo conocía de trato (me parecía ridículo hacerle mención del Colegio Católico Venezolano y la historia del pianito) nunca conversé con él en esa década maravillosa pero también terrible que fueron los años sesenta.  Pero lo cierto es que representaba un símbolo del artista comprometido con "las causas progresistas".  Algunas presentaciones suyas generaban en el público universitario una euforia que creo iban más allá de lo musical;  por ejemplo, el Retrato de Abraham Lincoln de Aaron Copland para narrador y orquesta es una pieza que no tiene en sí nada de subversiva o de comunista.  Pero la noche en que Estévez la montó en el Municipal con el gran actor Luis Salazar, quien había sido proscrito de la televisión por sus ideas y supuestas actividades castro-comunistas, en el momento en que Luis declama las últimas frases del discurso de Gettysburg:
"...que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca jamás de la faz de la tierra..."
los vítores del público que aplaudía y gritaba enardecido se debían, pienso yo a estas alturas, a una especie de lectura en clave revolucionaria, dado el contexto (gobierno de Betancourt) y los intérpretes (actor y director identificados con la causa).  Esto no lo digo en tono acusatorio, uno tenía su corazoncito de izquierda aunque la cabeza no necesariamente lo siguiera, y jóvenes, como éramos todos, nos sumábamos a la algarabía.  Además, él nunca sacrificó su misión como artista o la calidad de su obra a la política.  De hecho, eran proverbiales sus exigencias como director que no hacía ninguna concesión a nadie, así fuera un músico de renombre.
Antonio Estévez viajó a Londres y a Paris, siempre inconforme consigo mismo, siempre deseando renovarse.  Venía esporádicamente y también una que otra vez aparecía en la programación bien sea de la Sinfónica o en alguna celebración de la Universidad Central. 
Estaba yo haciendo un curso de capacitación docente en la Escuela de Educación de la Universidad Central junto con Nancy Montero y Manuel Matute, enviados por el doctor Jesús Mata de Gregorio mientras terminaba el postgrado de Psiquiatría. Manuel era mi profesor y Nancy mi condiscípula, pero los tres éramos alumnos del curso dirigido por el Profesor Juan Francisco Reyes Baena.  Ya había muerto el Che Guevara, ya había estallado el Mayo Francés y el clima en la universidad era denso y agitado, más de lo acostumbrado.  Se estaba gestando lo que comenzó como la Renovación de la Escuela de Letras, y se convirtió en un plagio desfasado del Mayo Francés que culminó con la crisis política y el allanamiento de la Universidad. El famoso curso de Reyes Baena naufragó a pesar de nuestras interesantes discusiones con el Profesor Núñez Tenorio acerca de  Althusser, el joven Marx y los Manuscritos Económicos y Filosóficos del 44.
En una de esas tardes, cuando salíamos de la Sala "E" de la Universidad, escuché el timbre inconfundible del Orfeón Universitario en un salón aledaño y me acerqué a ver. Estévez ensayaba "La sirena" en estado de trance: para indicar los pianissimos hacía lo que se supone que ningún director debe hacer: agacharse.  Casi desde el suelo y con las palmas de las manos hacia abajo, vistiendo una franela y unos jeans claros le explicaba a María Teresa Chacín y al resto del coro el matiz exacto que necesitaba ese fragmento.  Magnetismo, electricidad, magia, carisma,  Yo no sé qué palabra usar para describir el efecto en el oyente.  Estévez, de hecho, se encontraba en uno de esos viajes que hacía a Venezuela durante su estancia en Europa.  Unos días después se presenta un festival de coros y la clausura es de los anfitriones. Hay un brindis y alguien me presenta al Maestro en medio de la celebración, la gente saludándolo, los mesoneros repartiendo whisky y pasapalos...  Me saluda con cordialidad, pero no insisto en el diálogo pues no me gusta ser impertinente. Tampoco ahora es el momento de conocernos.
Antonio Estévez, Jesús Marquez, Nora Rodríguez e Isabel Robles.
Interpretan Canción Otoñal de V.E. Sojo en la casa de Dora Barrios (Foto de Felipe Izcaray).
Unos meses después, en unos espacios del Centro Simón Bolívar ubicados en el Parque El Conde, donde se había montado aquel gran espectáculo audiovisual que se llamó Imagen de Caracas y poco después se construyó Parque Central, el Maestro dictó una charla sobre sus nuevos intereses en la creación musical.  Ya El martillo sin dueño de Pierre Boulez pertenecía al copretérito. Ya la música electroacústica y serial, la Cantata de los Adolescentes de Karlheinz Stockhausen y los trabajos de Luigi Nono eran pan comido para los que seguían de cerca a la música contemporánea.  En el cine,  Stanley Kubrick sorprendía al público con  Lux aeterna y Atmósferas  de  György Sandor Ligeti en la banda sonora de 2001 Odisea del Espacio.  Una "fusión" de la vanguardia con  la tonalidad tomó cuerpo en la Pasión según San Lucas, de Krzysztof Penderecki.  Esta onda al fin alcanza a Estévez, quien estudia esta última partitura y comenta sus inquietudes con un público muy motivado por los nuevos caminos que emprendió.  No faltó el ingrediente chusco  y a una pregunta provocadora de un asistente,  Estévez le respondió: -"¡No seas tú tan penderecki!"
Al finalizar la conferencia nos vamos a un local nocturno a comentar lo tratado en la charla.  Ya nos habían presentado, pero mi amigo Jesús Márquez de nuevo le dice que yo soy un estudiante avanzado de la Lamas, actualmente retirado por mis obligaciones profesionales, como era la tesis del postgrado (nunca regresé al Conservatorio).  No deja de ser irónico que justamente entonces, cuando ya me había retirado de los estudios formales de música, cuando tenía un proyecto personal de casarme e irme de Caracas,  me encuentre por fin sentado frente a frente, cerveza por medio, con aquel que fuera mi ídolo durante tantos años.  Se hizo verdad el lugar común de que "pareciera que nos hubiéramos conocido de siempre". Expansivo y espontáneo, mientras hablábamos sobre todo de música contemporánea.  Yo había hecho mi curso personalizado con aquel sócrates de la música venezolana que fue José Clemente Laya, hombre sumamente informado acerca de la música aleatoria, y serial, la música concreta, los elementos acústicos que podían revolucionar el acto de componer mediante el sintetizador y la fabricación de timbres mediante el uso de estos instrumentos, lo que representaba, para decirlo mediante una analogía, la ingeniería genética de la música.  Era todo un mundo por venir.  Y aquello que, gracias a Laya, yo conocía a los 25 años, este hombre que ya pasaba la cincuentena, este compositor con una obra ya hecha y consolidada, lo había descubierto con el asombro de un niño y era capaz de quemar los barcos, de empezar de nuevo y ponerse a trabajar en el Instituto de Fonología que después dirigió. 
Yo terminé mi postgrado.  Opté (una decisión difícil y dolorosa) por la psiquiatría.  Me casé y me fui a vivir a Ciudad Bolívar.  Me desentendí de conciertos, músicos, también de los chismes, dimes y diretes que generalmente pululan en este medio, y una vez más me propuse des-alfabetizarme.  Si no hubiera sido por la amistad con Ildemaro Torres y Sonia Hecker, su esposa, a lo mejor lo hubiera logrado.

En 1973 regresé a Caracas y me reencontré con los amigos, ya en un ambiente de desencanto en los grupos radicales de la izquierda, sobre todo después del derrocamiento y muerte de Allende. 
Antonio (ya lo puedo llamar así) frecuentaba Sabana Grande, muy cerca del apartamento donde vivía.  Una pizzería llamada La Vesubiana, con las mesitas al aire libre, al igual que El Gran Café, El Viñedo, y otros locales, era sitio de reunión y de tertulia.  Allí me encontré con él varias veces, unas la conversación era prolongada, las más de ellas sólo un cordial saludo y seguía adelante.  Siempre cariñoso, ya algo enfermo con la artritis y la diabetes, pero el mismo Antonio de siempre: dionisíaco, a veces soez, otras tierno y más bien tímido. En una ocasión Juan Carlos Núñez nos vino a buscar a Luzmaya Colina y a mí porque "al maestro le dio un yeyo": una lipotimia (mareo) por una subida del azúcar. 
En uno de esos días, Ligia, que se hallaba de paso por Caracas (vivía en Maracaibo), se entera de mi amistad con Antonio y de la frecuencia con que lo veo.  Me dice que se quiere encontrar con él, pero que no la identifique a ver sí él la reconoce después de tantos años.  Lo llamo por teléfono y acordamos el encuentro: el sábado a las 3 pm en La Vesubiana.  Ligia y yo llegamos primero para no hacerlo esperar y nos sentamos.  Cuando se acerca, se le queda mirando y le dice:
  -"Tú tenías un hermano que era de Tucupido, pero que vivió un tiempo en Calabozo...se llamaba Marcos, ¿verdad?"...y tú fuiste de la cuerda de las sopranos aunque tú eras más bien contralto o mezzo, ¿no es así?"
Después de un efusivo abrazo vino el diálogo de reconocimiento y la puesta al día.  Le hizo hasta consultas de tipo sexológico cuando supo que ella era psiquiatra, le habló de sus problemas y a partir de ahí arrancó un diálogo que sólo se interrumpía cuando se aparecían sus "fans", generalmente discípulas o ex-orfeonistas.  Recuerdo a Nora Rodríguez (aparece en la foto a colores, más arriba), colega y orfeonista de toda la vida, quien se acercó, al parecer, a "pasarle revista"...la imagen de Estévez recostado en el mueble de paleta, mimado por las muchachas del Colegio Católico Venezolano, viene a mi memoria.  No han cambiado mucho las cosas.  Los mesoneros empiezan a recoger los manteles.  No hemos comido nada y cuando vemos el reloj nos damos cuenta de que han pasado ¡ocho horas!  Nos dice: 
-"Si quieren vamos a mi casa a comernos algo, porque lo que soy yo, tengo el estómago vacío".
Vamos a su apartamento, en un edificio donde vive él en un piso y Flor, su esposa, en otro.  Ligia elogia tan sabia decisión en ese modo de vivir como pareja. 
Cuando va a buscar comida, lo único que hay es un pedazo de queso llanero que nos comemos así en pelo, sin pan ni nada.  Pero lo que sí consigue  Antonio es una botella de whisky.  El diálogo se reanuda.  Hablamos de todo, de una obra que está pensando basada en varios textos antiguos y que culminaría con fragmentos de obras contemporáneas.  Saca el Ulises de Joyce y me pide la opinión.  Prefiero leerle un trozo y como a la página y media me dice:  -"¡Párame esa vaina! ¡No entiendo un carajo! ¡Un carajo!".  Hablamos de su hija habida después de muchos años de búsqueda y espera, ya una mujer, y nos confiesa, para decepción de Ligia y regocijo mío, que ha llegado a la conclusión de que la Iglesia Católica tiene toda la razón en materia de moral sexual, y como ejemplo pone su caso, a quien le costó tanto concebir una hija.
En un punto muerto de la conversación me viene el recuerdo de aquella vez en que el Maestro me deslumbró con Wagner y me siento al piano.  Yo me había leído el artículo "Harmony" en la Enciclopedia Británica donde salían los primeros compases en una reducción para piano del Preludio de Tristan e Isolda como ejemplo de la revolución wagneriana y había  logrado memorizarlos. Sin prevenirlo, empiezo a tocar los primeros compases de Tristán.  Se pone de pié y no me deja seguir: -"¡Quítate de ahí, dame sitio!". Así lo hago y él continúa tocando el Preludio, hasta un momento en que se detiene y empieza a llorar y a decir con esa voz suya  aguda y carrasposa como de papel de lija:

-"¡No joooooooooooooooooda!...Uno que se pasa toda la vida estudiando esa vaina y que de do-re- mi-fa-sol-la-si-do, y que si la armonía, y el contrapunto, no jooooda...¡viene ese carajo y compone esa vaina!" 

para luego volverse a poner de pié, separar las rodillas y colocar las manos debajo de donde se supone que estarían unos enormes testículos (no sé si me explico) y decir:

-"¡Hay que tenerlas de este tamaño para escribir una vaina así!"

(eso sin dejar de llorar a moco tendido)

Bueno, amaneció, tomamos café negro bien fuerte, nos despedimos y Ligia y yo nos fuimos a casa.
Después de esa conversación maratónica nos vimos varias veces, pero más de lejitos.  Pasaron muchos años, como quince, cuando asistí a un homenaje que le hacían en el Teresa Carreño.  Felipe Izcaray dirigió varias obras suyas, pero recuerdo sobre todo  el Himno de los Juegos Panamericanos, que tuvieron lugar durante el gobierno de Luis Herrera, y la premiada Marcha de la Radio Nacional, que no sé si la siguen tocando, porque hace trece años que no oigo esa emisora.  Me encuentro con Jesús Márquez, quien  me pregunta al rompe si alguna vez vi un documental que Rodolfo Izaguirre, entonces Director de la Cinemateca Nacional, presentó en el Programa de TVN5 Cinemateca del Aire sobre la vida de Leonard Bernstein y si me fijé en una foto que Bernstein mostraba de cuando él estudiaba con Koussevitzky...No lo dejé terminar.  ¡Sólo Chucho podía haberse fijado en ese detalle que yo pesqué por casualidad, porque dura sólo unos segundos!  En esa foto, la persona a quien Bernstein le pasa el brazo derecho por la espalda no es otra que Antonio Estévez.  Un hecho que puede parecer irrelevante, pero que a un estudioso de la historia de la música venezolana no le puede pasar desapercibido.  En el intermedio salimos corriendo a buscar a Antonio y se lo comentamos. Él no sabía nada de la aparición de la foto en el programa de Izaguirre.
El 26 de noviembre de 1988 debo viajar urgentemente a Maracaibo.  Mi primo Julián, el hijo mayor de Ligia, ha fallecido el día anterior después de luchar valientemente por diez años contra un mieloma múltiple.  Mientras estamos acompañándola, alguien me hace llegar un ejemplar de El Nacional.  En primera página del cuerpo A, está la foto de Antonio. Falleció en la madrugada de ese día, lo que le dio tiempo al periódico para sacar una nota que, como sabemos, está prefabricada en las redacciones de todos los diarios. Veo a Ligia con toda la pesadumbre del dolor de la pérdida de su primogénito y no me atrevo a decirle lo de la muerte de Antonio Estévez. Más tarde se lo hice saber y la noticia la sorprendió y la afectó. Más tarde aún, quiero decir meses o años más tarde, pudimos volver a recordar aquella prolongada conversación que tuvimos con el Maestro, y reírnos a carcajadas de sus ocurrencias y desplantes, como aquella anécdota contada por un músico de la Sinfónica de la vez en que, después de interpretar el Preludio al Primer Acto de Lohengrin, de Wagner, Estévez, contrariado por una desafinación en las cuerdas, al cerrar el pianissimo, inclinado hacia adelante, de espaldas al público, pero de frente a los músicos y en voz bajísima les dijo:

-  "¡Le cae el coño de su madre a todos los primeros violines!"


(Fotos: cortesía del Lic. Jesús Márquez Briceño)

domingo, 18 de marzo de 2012

¿UNA VISIÓN TEOLÓGICA DE LA SALUD MENTAL?

Del 8 al 11 de octubre de 1997, la Dirección Regional de Salud Mental (Estado Carabobo, Venezuela), dependientes de la Fundación Instituto Carabobeño para la Salud (INSALUD), organizó las I Jornadas Científicas Regionales en Salud Mental: "Hacia una Visión Integral del Psiquismo".  Por tal motivo  fui invitado por las Doctoras Adele Mobilli y Aída Torres y la Licenciada Tatiana Contreras a presentar el 10 de ese mes la Ponencia "Una Visión Teológica de la Salud Mental" en el Colegio de Médicos del Estado Carabobo. Posteriormente, el texto de dicha exposición fue publicado en Archivos Venezolanos de Psiquiatría y Neurología, órgano de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría en el número correspondiente a enero/diciembre de 1998, vol. 44/N° 90 y 91. Aunque el manuscrito entregado a la SVP llevaba el título entre signos de interrogación ("¿Una Visión Teológica de la Salud Mental?") con lo que quería dejar en claro el carácter de  pregunta acerca de la posibilidad de esa visión, dichos signos de puntuación fueron eliminados por el editor. 
En este momento presento de nuevo la ponencia, el ensayo, el artículo de opinión, o como se le quiera llamar, tal cual fue originalmente titulado y con muy pocas modificaciones, casi todas en lo que se refiere a citas bibliográficas. Estuve tentado a retirar la mención a Castro al comienzo de la conferencia, pensando que sonaría antipática o "políticamente incorrecta" para muchos oídos en estos momentos de la vida nacional.  Pero luego decidí dejarla, recordando la frase del Evangelio: "Lo que he escrito, lo he escrito" (Juan 19:22).


 El título, que me sonaba algo pomposo, por no haber cursado yo estudios académicos de teología, se me hizo más tolerable gracias a una explicación de Frei Betto en un libro-entrevista a Fidel Castro, que me parecen todavía bastante atinadas: según el dominico brasileño, controvertido teólogo de la liberación, así como hay dos formas de hacer economía, existen dos maneras de hacer teología. Existen los profesionales universitarios graduados en las facultades de economía, quienes llegan a ser técnicos y asesores en el medio privado como las empresas o la banca, o bien en el medio público desarrollan programas económicos gubernamentales, sistemas y proyectos que son de difícil comprensión para el hombre común.  Pero hay otro tipo de economista: es el ama de casa que va al mercado y saca sus cuentas de cuánto debe o puede gastar, que maneja los ingresos al hogar y sabe si puede o no ahorrar, o a qué debe darle prioridad en los gastos. Esa es la actividad que dio origen a la otra ciencia, la cual toma incluso su nombre de ésta. "Economía" viene del griego οἷκος νοµος  "oikos nomos"; "oikos" significa casa, hogar  (en latín domus, de ahí "doméstico"), y "nomos" regla, ley.  "Eco-nomía" no es otra cosa que "reglas de la casa", "cómo llevar las cosas en el hogar".  Por eso, cada vez que los economistas profesionales  se olvidan de sus orígenes "domésticos" no sólo están cometiendo un error lingüístico, etimológico, sino también político, pues hacen peligrar a la "polis", a la ciudad ("ciudadanía" es el equivalente latino de "política"), la cual se fundamenta en la familia, en el hogar, es decir; en la casa (otra vez "oikos") lo que en nuestros días se puede expresar en palabras-clave como cesta básica, salario mínimo, cesta-tickets y otras lindezas que el ama de casa conoce muy bien pues tiene que ver con la comida y la vida cotidiana de la gente.
Así mismo, razonaba Frei Betto, ocurre con la teología. Esta no es más que la expresión fundamentada y sistemática de la experiencia de la fe. Y hay dos maneras de hacer teología, dos niveles de expresión de la fe.  La primera es la de las personas que se dedican a estudiar esa experiencia de fe de manera sistemática, académica, utilizando todo el aparataje conceptual y las disciplinas y metodologías que les permitan dar razón  ("logos") de ese Dios que se les revela en los llamados "lugares teológicos", principalmente en las Escrituras, pero también en las circunstancias que les ha tocado vivir, en las situaciones concretas, en los acontecimientos humanos, principalmente en los hombres mismos, y expresar e interpretar esa experiencia.  Pero asimismo existe la  experiencia del hombre común y corriente que vive su fe en su experiencia concreta en su trabajo (o desempleo) en sus relaciones de pareja y su vida familiar, profesional o social, en sus alegrías, sus angustias  y en sus tristezas, en la salud y la enfermedad, y quien al ser interpelado en su fe por una situación en su existencia concreta, intenta dar razón  de su Dios desde esa situación.
En la medida en que el primer tipo de teólogo ayude a ese hombre concreto a interpretar su experiencia, no ya desde la experiencia individual, sino la de la comunidad creyente (ek-klesía), a leer los signos de los tiempos, estará haciendo buena teología. Más o menos así fue lo que entendí de la disertación de Frei Betto.
Pues bien, me di cuenta de que yo no tenía por qué preocuparme por el título de la conferencia, pues el nivel en el que nos íbamos a ubicar no era el del teólogo profesional, sino en el del hombre o mujer del mundo de la psiquiatría (o de profesiones afines) cuya experiencia diaria lo coloca ante personas que experimentan un tipo particular de sufrimiento: el debido a la pérdida de su salud en el vasto campo que hemos convenido en llamar "mental".  Esas personas esperan de nosotros una acción que nos exige un conocimiento o pericia en el "arte" de curar.  pero precisamente por tratarse de un encuentro interpersonal, es decir, intersubjetivo, ese arte mismo rebasa el conocimiento objetivo, aunque lo implica: es decir, no prescinde a un "momento" objetivo, pero no se limita a él.
(Aunque ya hay críticos a ese modelo que no parten precisamente de la psiquiatría.  Pienso, entre nosotros, en Otto Lima Gómez, Henrique Benaim Pinto y su trabajo acerca de la queja, así como en Nelson Hamana y su ensayo "La mirada estética de la enfermedad").
Lo que quiero destacar es que no se trata de que hagamos de los médicos unos filósofos y unos   teólogos, pero sí que el conocimiento que reciben durante su entrenamiento no es neutral desde el punto de vista ético: tiene una fuerte carga filosófica, y de un tipo de filosofía que en campos de las ciencias "duras" como la física, ya está bastante vapuleada. Esta manera de ver, esta forma de mirar tiene consecuencias prácticas que ya se están convirtiendo en hechos cotidianos en el maltrato que reciben no solo los pacientes psiquiátricos en los hospitales públicos, sino incluso los afectados por cualquier dolencia en la más encopetada clínica privada, aunque en el segundo caso el maltrato es más sutil. El antídoto sólo puede venir de un cambio en la manera como el médico ve al enfermo y lo que es más grave...se ve a sí mismo.  Este "cambio en la mirada", como diría Hamana en el ensayo mencionado: ¿es posible sin la apertura a la dimensión trascendente, teologal?
Esta es nuestra pregunta fundamental.
Mientras preparaba esta charla, allá por los meses entre julio y septiembre de año 97 del siglo pasado, me sorprendió la noticia de la muerte del neuropsiquiatra Viktor Frankl, padre de la Logoterapia o tercera escuela vienesa de psicoterapia (la primera sería la de Freud y la segunda la de Adler). La sorpresa se debió a que justo en ese momento estaba revisando sus Lecciones metaclínicas, con miras a incluir sus constructos y conclusiones en la elaboración del presente trabajo.  La primera entrada de este blog, "Reseña biográfica de Viktor Frankl", publicada el viernes 27 de mayo de 2011, da una pormenorizada relación de su vida.  Pero, para los desprevenidos con prisa, me permito contarles que Frankl, nacido el 26 de marzo de 1905 en Viena, enfrentó por su condición de judío y por la anexión de Austria a la Alemania nazi, la disyuntiva de emigrar a Estados Unidos gracias a una visa que se le concedió solamente a él, o quedarse junto a sus padres, quienes no podían partir, exponiéndose a caer en manos de la Gestapo.  Tuvo dos experiencias que le hicieron tomar la decisión que tomó.
La primera fue el hallazgo de un viejo mosaico en el que estaban reproducidas las letras hebreas iniciales (a manera de índice) del cuarto mandamiento hebreo: 
"Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que Yahve, tu Dios, te va a dar" (Éxodo 20:12).
La segunda experiencia fue un sueño en el que se veía junto a un grupo de judíos en un lugar cercado por alambradas e iluminado con fuertes reflectores, rodeado de soldados.
Frankl interpretó estos dos sueños como "señales del cielo" y decidió quedarse en Viena.
En 1942 la Gestapo apresó a la familia Frankl.  Recorrió cuatro campos de concentración, en lo que él llamó su "experimentum crucis", como el preso 119.104.  En ese itinerario (Theresienstadt,
Auschwitz, Kaufering III y Türkheim), Viktor Frankl, como tantos millones de víctimas, fue desvestido, afeitado en todo el cuerpo y despojado de todo vínculo con el pasado, incluyendo el manuscrito de una obra suya que él consideraba fundamental.
Relata en "El hombre en busca de sentido":  "... Mientras esperábamos a ducharnos, nuestra desnudez se nos hizo patente: nada teníamos ya salvo nuestros cuerpos mondos y lirondos (incluso sin pelo); literalmente hablando, lo único que poseíamos era nuestra existencia desnuda..."
Allí descubrió no sólo lo ridículo que era tratar de salvar el manuscrito de su obra maestra, sino que el sentido de su existencia era sobrevivir ayudando a los compañeros a vencer la desesperación, organizando grupos de discusión, en los que evidenció, para su sorpresa, que los temas que preferían tratar los presos eran de naturaleza trascendente. debates filosóficos y teológicos.  También descubrió que, en lugar de nivelarlos, la situación del campo acentuaba las diferencias: "...Allí se diferenciaron las personas, allí se revelaron los canallas y los santos..." Allí pudo descubrir las ideas básicas de lo que después elaboró como logoterapia, que pueden resumirse en estas frases suyas: "...al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas -la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias- para decidir su propio camino"; y esta otra: "tenemos que aprender por nosotros mismos y después enseñar a los desesperados que en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros".
En una entrevista televisada en la Universidad de Duquesne, Frankl negó la especie de que él hubiera sacado las ideas acerca de la logoterapia de su experiencia del campo de concentración, pues éstas ya estaban escritas en el famoso manuscrito que se perdió y él luego reescribió y publicó con el título de Ärtzliche Seelsorge (literalmente: Cura de almas médica, pero traducido al castellano como Psicoanálisis y existencialismo), pero sí admitió que la segunda versión y todo lo que publicó de allí en adelante había sido validado empíricamente en una "ácida prueba experimental", como lo fue la experiencia de sobreviviente de cuatro campos de concentración.
Viktor Frankl murió el 3 de septiembre de 1997 a los 92 años.  Parecía que en su caso se cumplió la promesa del mandamiento bíblico: "Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que Yahve, tu Dios, te va a dar" (Éxodo 20:12).
A él, a su memoria, dediqué la conferencia de 1997 y a él dedico la revisión que de la misma hago hoy en este blog.

Siguiendo de cerca el pensamiento de Frankl, pero tomando en cuenta otras fuentes y aportes, vamos a examinar brevemente algunos problemas ineludibles, sin pretender, por supuesto, ser original, ni mucho menos agotarlos o resolverlos.


El problema psicosomático

Eugene Brody, en un libro titulado "Salud mental y ciudadanía del mundo", realiza un análisis de la Declaración Universal de los Derechos  del Hombre promulgados por las Naciones Unidas en 1948, y después de destacar los párrafos que la Declaración le dedica a los derechos de los individuos a no ser perseguidos, deportados, o torturados por su pertenencia a grupos religiosos, raciales o étnicos, concluye:
"La definición de las Naciones Unidas considera a la salud como un estado de bienestar no sólo psicológico y físico, sino en las dimensiones sociales y espirituales..."

Por otra parte, en la cuarta edición de la Clasificación de los Trastornos Mentales de la Asociación Norteamericana de Psiquiatría, texto revisado (DSM-IV R), existe un código para la categoría "problemas religiosos y espirituales".  El psiquiatra o psicólogo se ve obligado a atender problemas que antaño eran tareas del sacerdote o del director espiritual, lo cual requiere un discernimiento de naturaleza moral.  El profesional debe hacerlo como tal, sin intrusismo en un área tan delicada, so pena de rebasar los límites de su competencia y hacer daño o desorientar a la persona que consulta.  pero a menudo, como en el caso del código de la DSM-IV R, antes mencionado, y de la próxima DSM-V, a publicarse en 2013,  es difícil deslindar esos límites.
¿Con qué criterios los encara? ¿Cuál es la visión con la que enfocaría estos problemas?
Ya conocemos la opinión de Freud sobre la religiosidad.  Para él la religión fue vista como paranoia y luego como neurosis obsesiva.  Dios no es más que la proyección de la imagen paterna, y la religión, al igual que el arte y la moral tienen que ver con la solución más o menos satisfactoria del complejo de Edipo.  La conciencia moral -igual al superyó- tiene su origen en este constructo: es una conciencia inmanente, es decir, puramente subjetiva, sin un correlato objetivo, trascendente a ella, al cual referirse.
Por su parte, J. B. S. Haldane afirma que "en su nivel más simple, la vida no es otra cosa que un patrón de reacciones químicas que se autoperpetúa".
El conductismo, aunque no se pronuncia sobre el problema soma/psique y lo compara con una "caja negra", en sus conclusiones más radicales, no da lugar para una entidad que pueda llamarse "yo", "persona", mucho menos "mente", "alma" o "espíritu".  Las investigaciones en neurofisiología, psicofarmacología, biología molecular, psiconeuroinmunología y en general el campo de las neurociencias, hacen cada vez más evidente que casi todos (por no decir todos) los trastornos mentales tienen un sustrato neurofisiológico, cuyo nivel se sitúa en procesos moleculares cada vez más accesibles, gracias a tecnologías progresivamente más afinadas, en exploraciones tales como la Resonancia Magnética Nuclear, la Tomografía Computada por Única de Fotones (SPECT), la Tomografía por Emisión de Positrones, etc.
Definitivamente, el dualismo cartesiano parece insostenible (ya Damasio habló hace tiempo del "error de Descartes"), pero el monismo materialista resulta insuficiente, como veremos luego.

¿Soluciones?

Utilizando y actualizando el concepto aristotélico de materia/forma, Claude Tresmontant intentó superar el dualismo al equiparar el concepto de "forma" al de "información". Informar es "dar forma" y esta "forma" va desde la que el ceramista da a la arcilla (la materia arcilla es "informada" por el ceramista) hasta la compleja información del "software". En el caso del hombre, Tresmontant afirma:

"...el cerebro no es únicamente materia, no es sólo lo que la física actual denomina materia, sino que es materia informada, o sea que esencialmente es información.  Un cerebro vivo es un cerebro informado: catorce mil millones de neuronas con sus sinapsis y sus programaciones inscritas en el paleocórtex...Un cerebro vivo, es decir, un cerebro pensante, no tiene nada en común con el de un cadáver, si no es en el hecho de que el cerebro muerto contiene los átomos y moléculas que integraban el cerebro vivo en el momento de la defunción del individuo...Lo que hace que un cerebro esté vivo no es, pues, la materia integrada, sino la formación que integra..."

Para Viktor Frankl el problema cuerpo/alma, soma/psique, es un problema absolutamente insoluble, al igual que el problema del libre albedrío, en lo que coincide con Konrad Lorenz y Werner Heisenberg.  Los fenómenos físicos y fisiológicos son inconmensurables, es decir, que permanecen y permanecerán en estratos separados y no son ni serán traducibles entre sí, aunque progrese la investigación en ambas disciplinas (fig. 1).  Pero Frankl agrega (y en esto coincide con Tresmontant desde otras premisas)...a menos que se acceda a un nivel superior de razonamiento o conocimiento.  Los dos planos de proyección o de incisión (fig. 2 y 3) encuentran la unidad más allá de los planos de incisión biológico o psicológico, es decir, en la dimensión humana, el espacio de lo humano, en la dimensión del fenómeno específicamente humano.

 ¿Y qué es lo específicamente humano, la dimensión específicamente
humana? Para ilustrarlo, Frankl usa el ejemplo del avión.  Un avión
puede perfectamente rodar, es más, necesita rodar un trecho para
despegar o cuando aterriza.  Pero si decimos que lo específico del
avión está en el hecho de que ruede, eliminaríamos lo específicamente
"aeronáutico" del avión, que es la capacidad que tiene para volar.
Bien, en el caso del hombre, lo específicamente humano es la dimensión espiritual que sostiene (o informa) el sólido de le figura.
Lo espiritual no es "algo" agregado a lo psicofísico,  o algo "superior"
en el sentido de algo sobrepuesto, como ejemplifican Hartmann y
Scheler (fig. 4)









Lo humano, lo específicamente humano, que es lo espiritual, es lo que hace posible, justamente, la unidad de los contrarios, es lo que confiere, en el caso de las figuras geométricas, la tridimensionalidad que se proyecta en dos planos bidimensionales irreductibles.
Y esto tiene sus consecuencias prácticas.  La imagen estratificada de Hartmann se asemeja a la famosa pirámide de Maslow:  para este autor, las necesidades básicas son "inferiores", mientras que las "superiores" son las de trascendencia o autoactualización.
Estamos de acuerdo en que el hombre debe satisfacer las necesidades básicas: primum vivere deinde philosophari (primero vivir, luego filosofar).  Como promotores y dispensadores de salud, debemos promover la satisfacción de esas necesidades. Pero también es cierto que en situaciones extremas (situaciones-límite, según Jaspers) lo único que puede hacer que un hombre soporte y supere dicha situación es el descubrimiento de un sentido, bien sea en un misión que realizar, otro ser humano a quién cuidar o un valor que resguardar (Frankl). La proyección (fig. 5) en los planos psicológico y fisiológico nos da unas
figuras cerradas.  El cilindro, en cambio, está abierto: siguiendo la analogía, el hombre no está determinado, sólo condicionado.  Lo que Jaspers llama existencia empírica es fáctica (dada), predecible: es mi "ser así".  Pero el hombre es más que un "ser así" (Sosein), es un "ser ahí" (Dasein), un ser abierto al mundo, incompleto, proyectado hacia el futuro.  Y lo que lo hace proyectarse es la búsqueda de un sentido (logos), de unos valores (fig. 6a).





Reduccionismo

Volveremos luego a esto.  Por el momento, quisiéramos tratar el tema del reduccionismo.
Recordemos que Lorenz había dicho "la línea divisoria entre los dos grandes inconmensurables, lo fisiológico y lo psíquico, es infranqueable", opinión compartida con otras palabras por Heisenberg (véase de nuevo la fig. 1). Eso está muy claro y no representa ningún problema siempre y cuando los datos de cada campo de investigación se mantengan dentro de sus límites, los investigadores recuerden que se trata de un corte, un enfoque científico limitado por el método mismo, observacional, y que no pretende erigirse en la totalidad. Lorenz mismo, en sus investigaciones en etología, habla de "conducta análoga a
la moral en los animales".
El problema surge cuando se toma la parte por el todo, como en el chiste judío que Frankl contaba en varias ocasiones:
Dos miembros de la comunidad de un ghetto van donde el rabino a
dirimir un asunto: uno de ellos acusa al gato del otro de haberle
robado 2 kilos de mantequilla, mientras que el dueño del gato afirmaba que su minino jamás comía mantequilla.  El rabino colocó al gato en una
balanza y Mirabili visu!...el gato pesaba exactamente 2 kilos.  Entonces el rabino dijo: "-aquí está la mantequilla, pero ¿dónde está el gato?"
Él partió de la idea preconcebida de que si había 2 kilos, tenían que ser de mantequilla.  A los reduccionistas (los que toman su visión por el todo) les ocurre lo mismo.  En el caso del biologicismo (no de la biología en sí) se parte de la idea de que la conducta humana puede explicarse por mecanismos exclusivamente biológicos.  Pero lo mismo ocurre con las demás disciplinas cuando toman su parcela por el todo: hay también un reduccionismo psicológico o psicologísmo, un reduccionismo sociológico o sociologismo, uno económico o economicismo y así sucesivamente.

Pero hay otra consecuencia: la visión reduccionista uniformiza.  Al utilizar explícita o tácitamente la expresión "nada más que...", se elimina todo lo que de único u original hay en el ser humano (fig 7):

La proyección sobre un plano horizontal de un cilindro, un cono y una esfera de igual diámetro produce tres círculos idénticos.  Si nos limitamos, por ejemplo, a ciertas manifestaciones clínicas, podríamos decir que  Armando Reverón no era "nada más que" un esquizofrénico, Ramos Sucre no era "nada más que" un depresivo, o Santa Teresa de Ávila no era "nada más que" una histérica, negando   lo que  Gordon Allport  denomina "autonomía funcional" que explica aún en presencia de trastornos psiquiátricos clasificables en los manuales, el genio pictórico del primero, la calidad poética del segundo o la santidad de la tercera.

"¿Azar y Necesidad" o "Logos"?

Quedamos en volver al tema del sentido y los valores.  Era importante aclarar lo del reduccionismo porque éste impide la percepción del sentido y dificulta, a mi modo de ver, la fundamentación de una vida que valga la pena vivir.  Es decir, hay una estrecha relación (y este es un aporte de Frankl) entre el reduccionismo y el nihilismo.
Pero tomemos, como se dice, el toro por los cuernos y hagamos desvergonzadamente la pregunta: ¿Tiene sentido la vida humana?  La vida, como dice Haldane (Filosofía del futuro) "en su nivel más simple"...¿no es acaso..."otra cosa que un patrón de reacciones químicas que se autoperpetúa"?
En el ensayo "Reflexiones éticas sobre la clonación", la filósofo Luz Marina Barreto afirma:

"...ni la evolución sirve a la especie, ni ella es aparentemente dirigida por alguien o algo que que quisiera que un representante de cada una (de las especies, F. P.) permaneciera en un entorno determinado.  La evolución resulta simplemente de las mutaciones en la información genética que recibe un individuo.  No es una fuerza que prevea el destino de una especie" (Barreto 1999, p. 189. Las negritas son nuestras).


"La vida no es otra cosa que..."
"La evolución resulta simplemente de..."


¿Resultará cierta la conocida afirmación de Macbeth en el acto V, escena 5:  
"Life is a tale, told by an idiot, full of sound and fury, signifyng nothing"
(La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada)?

Si equiparamos apresuradamente esa frase de Shakespeare con las afirmaciones anteriores, podríamos entonces, sí, admitir que el hombre es un ser abierto al mundo, pero a un mundo carente de sentido, en el cual, a lo sumo, puede, como ante una lámina de Rorschach, proyectar su subjetividad, intentar dar un sentido a algo que no lo tiene.  Con razón hablaba Frankl acerca de nihilismo en las conclusiones al estilo de "El amor no es más que instintos reprimidos", "la conciencia moral no es más que el superyó", "Dios no es más que la proyección de la imagen paterna", "el espíritu no es más que la actividad nerviosa superior".  Y así por el estilo.
Pero si releemos atentamente los dos párrafos anteriores nos podemos dar cuenta de que hay una cautela que los protege del reduccionismo:
"En su nivel más simple, la vida no es otra cosa que..." en el primer texto.
"ni la evolución es aparentemente dirigida desde arriba" en el segundo ejemplo.

Ciertamente, no es posible detectar ningún propósito o finalidad en el nivel molecular, ni, en el caso de la evolución, en el proceso de selección natural, detectar una mano invisible que dirija las mutaciones.
La investigación científica no sólo no puede, sino que tampoco debe salirse de sus límites metodológicos.  Pero debe tener conciencia de que muestra sólo un segmento de la realidad.  Es necesaria una reflexión en un nivel que Aristóteles llamaba "Filosofía Primera" y Viktor Frankl denominaba "metaclínico", ya que la palabra "metafísica" repugna hoy por buenas y malas razones.

Perdóneseme esta larga cita textual de Frankl:

"Supongamos una curva (fig. 8) en un plano vertical cortado por otro horizontal.  Lo que queda en el plano horizontal son solamente puntos aislados que aparentemente no tienen relación entre sí.  Pero esta falta de relación es solamente aparente, pues en la realidad esos puntos están unidos entre sí por la curva.  Las uniones, empero, no se encuentran en el interior sino fuera del plano horizontal, es decir, más arriba y más abajo."

 "Si transferimos lo que pudimos aprender de la comparación a sucesos que también acusan falta de coordinación llena de sentido, por ejemplo, a las mutaciones aparentemente caprichosas, se puede comprender por qué ellas -y con ellas toda la evolución- aparece, sobre el plano de incisión de las ciencias naturales necesariamente como por casualidad, mientras que el sentido "superior" o "inferior" - o sea, la curva sobre o bajo el plano horizontal- puede encontrarse sólo en otra superficie de incisión"..."no todo puede entenderse en el sentido de correlatos significativos - es decir, teleológicamente o en forma final-, sino que puede explicarse sólo como causa; pero por lo menos podemos entender por qué sucede eso y por qué debe suceder; por qué algo aparentemente no tiene sentido y tiene que ser así.  Y por qué, con todo, podemos creer en un sentido que se encubre, que está por encima, aunque sea en otro plano de incisión, al cual, entonces, debemos seguir"..."lo que vale para el sentido vale tanto más para un sentido final.  Cuanto más abarcante es un sentido, tanto menos se lo puede aprehender.  El sentido infinito no es comprensible para un ser finito.  Aquí la ciencia calla y toma la palabra la sabiduría" (Viktor Frankl: "Determinismo y humanismo" en "La Voluntad de Sentido", pp. 161 y 162.  Las negritas son nuestras).
Sólo este paso de la ciencia a la sabiduría nos permite comprender cómo la autora del párrafo que citamos anteriormente, en el mismo ensayo, declare unas páginas más adelante, al referirse a la dignidad humana:
"El concepto de dignidad, de la majestad del sujeto dotado de razón ha pasado a nuestro secular sistema de valores como una intuición esencial, en favor de la cual sólo podemos hoy en día argumentar de modo racional si abandonamos su antropocentrismo y afirmamos que no tenemos derecho a disponer como nos dé la gana de lo que la historia evolutiva de la naturaleza ha formado en el transcurso de millones de años, en un (sic) génesis tanto más inverosímil, misterioso y milagroso cuanto más fuera del alcance de la acción y la temporalidad humanas se encuentra. Ahora bien, el sentimiento de milagro e inverosimilitud que nos impide destruir una forma biológica designa una forma de respeto que es distinta al mero rechazo del sufrimiento y el dolor que, como seres sintientes, nos vincula con otros seres sintientes. Yo diría más bien que ese sentimiento conserva parte de su origen contemplativo, es decir, parte del asombro metafísico y religioso involucrado en el observar, por primera vez, a la creación..." (Barreto, 1999 p. 201.  Las negritas son nuestras).
En el lenguaje del filósofo cristiano Gabriel Marcel, diríamos que en el primer párrafo  citado se enfoca el tema de la evolución a partir de una "reflexión primera", como un "problema" a resolver, en el cual hay un objeto de conocimiento y un sujeto que conoce.  En el segundo párrafo, en cambio, se efectúa el paso a una "reflexión segunda" o "reflexión a la segunda potencia", no ya como "problema" a resolver sino como "misterio" a contemplar: el sujeto está implicado y responde con asombro y reverencia.
Señalo este paso de la "reflexión primera" a la "reflexión segunda" porque en una autora nada sospechosa de irracionalismo representa un claro ejemplo de lo que señalaba al comienzo de esta conferencia acerca del cambio en la mirada en la relación médico-paciente. Preguntaba si este cambio era posible sin una apertura a la dimensión trascendente, teologal.
¿Y cuál es el lugar donde puede ocurrir esa apertura, ese cambio?
No hay que ir muy lejos, ni consultar apretados tratados de teología.  Es más, la pertenencia a una confesión religiosa no es garantía de esa apertura, si nos atenemos al siguiente relato que, no por conocido, deja de ser oportuno escuchar de nuevo:

"Se levantó un jurista y para ponerlo a prueba, le preguntó:
- Maestro, ¿Qué debo hacer para ganar la vida eterna?

(Jesús) Le contestó:
- ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué es lo que lees?

Replicó:
- "Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a tí mismo".

Le dijo entonces:
- Has respondido correctamente: hazlo y vivirás.

Pero él, queriendo justificarse, preguntó a Jesús:
- ¿Y quién es mi prójimo?

Jesús le contestó:
- Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó.  Tropezó con unos asaltantes que le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto.  Coincidió que bajaba por aquel camino un sacerdote y al verlo, pasó de largo.  Lo mismo un levita, llegó al lugar, lo vio y pasó de largo.  Pero un samaritano que iba de camino, llegó junto a él, lo vio y se compadeció.  Le echo aceite y vino en las heridas y se las vendó.  Después, montándolo en su cabalgadura, lo condujo a una posada y lo cuidó.
Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al posadero y le encargó: cuida de él y lo que gastes, te lo pagaré al regreso.  ¿Quién de los tres te parece que se portó como prójimo del que atracaron los asaltantes?

Contestó:
- El que lo trató con misericordia.

Y Jesús le dijo:
- Anda y haz tú lo mismo.

(Lucas, 10:  25-37)

En su obra "Teoría y realidad del otro", Pedro Laín Entralgo dedica una sección a analizar este célebre pasaje del Evangelio de Lucas, considerado como ejemplar del encuentro con el otro. El jurista, (maestro de la ley religiosa) le pide a Jesús una definición del "prójimo". Jesús, en lugar de darle una descripción "científica", abstracta u objetiva de la "projimidad" o "proximidad", lo pone ante un caso concreto, además extremo, en el cual ocurre algo que tiene que ver con lo que hemos tratado: El modo de mirar.
Los dos primeros, hombres religiosos, vieron al herido y pasaron de largo. El sacerdote, a lo mejor ocupado en sus menesteres, le dio prioridad al culto.  El levita, eclesiástico de grado inferior al sacerdote, quizá pensó que estaba muerto, lo que lo contaminaría ritualmente y le impediría desempeñar sus servicios en el templo.  Pero el texto dice claramente que los dos lo vieron.  ¿Cómo fue esta visión?  Fue una visión "objetiva", distante, que hizo que no se comprometieran con él.
Sólo este samaritano, considerado por los judíos de entonces como un hereje, casi un pagano, fue capaz de abrir los ojos y mirarlo de otra forma.  ("lo vio y se compadeció" ) no ya objetivamente sino comprometidamente, hasta el punto de conmoverse.  La palabra griega que se traduce como "compasión" (έσπλαγχνίσθη = misericordia) significa literalmente "sentir que se remueven las propias entrañas".  Es una conmoción total, somática, la que experimenta el samaritano cuando ve al herido.
Y Jesús invierte el sentido de la pregunta del Jurista "¿quién es mi prójimo?" , mientras que Jesús repregunta: "¿Quién de los tres te parece que se comportó como prójimo del que atacaron los asaltantes?" La condición de proximidad o projimidad  no es algo fáctico, no viene dado de una vez, heredado por la raza, el parentesco o la cultura. Es algo facultativo, una actividad que se decide ejercer.  Recordando a Erich Fromm, diríamos que el amor es un arte ("tecné"), implica una acción comprometida.  Ante un hecho de violencia, este hombre ejecuta acciones concretas, le echa aceite y vino, lo monta en su cabalgadura, lo lleva a la posada...
Uno de los factores que han resaltado los expertos en el tema de la violencia, es el de la impunidad.  La gente actúa "como si" no fuera con ellos.  Fenómenos tan diferentes como la corrupción, la inseguridad y la violencia callejera en el tráfico tienen en común ese aspecto.  Nadie se compromete.  Se ha convertido en algo que forma parte del paisaje, del que todos nos quejamos pero frente al cual no actuamos cuando nos toca.  Lo vemos desde fuera, como algo que le pasa "a los demás".
Otra categoría que genera violencia es la de la intolerancia, que también se ha agravado en los últimos 12 años con el fenómeno de la polarización política.  El otro, el diferente a mí, el que no piensa como yo, es visto como enemigo.

En el ejemplo o parábola de Jesús, se pone en evidencia esa impunidad: el "pasar de largo" (o "hacer un rodeo" en otras traducciones) muestra un deseo de no complicarse la vida. Se pasa frente al herido como si no hubiera nadie allí, como si no pasara nada: es nada más que un cuerpo tendido en el camino. Por otra parte, en el hecho de que el jurista tenga que reconocer en el samaritano al verdadero observante de la ley ("el que practicó la misericordia", le responde a Jesús) destaca su intención de mostrarle que el camino del cielo pasa por la superación de la intolerancia.  No se olvide que a la pregunta inicial del jurista sobre el modo de alcanzar la vida eterna, Jesús le pone ante los ojos dos mandatos de la Ley como si fueran uno: "Amarás a Dios" y "Amarás al prójimo".  De modo que no hay excusa que valga.  Más tarde, en su primera carta, el apóstol San Juan repetirá:

"Si uno no ama al hermano suyo a quien ve, no puede amar al Dios a quien no ve".
    (1° Jn 4:20.  Las negritas son nuestras).


En estos momentos difíciles en los cuáles se nos estimula a la indiferencia, a la discriminación, a la apatía, o a una preocupación exagerada por lo superfluo, podemos tomar aliento y nadar contra la corriente, a lo mejor en situaciones aparentemente sin importancia, en la labor cotidiana que no sale en televisión pero que resuena en el infinito.




                                                     Referencias Bibliográficas:


Aland Kurt et al.  The New Greek Testament, in cooperation with the Institute for New Testament Textual Reserch.  Munster- Westphalia.  Third Edition.  United Bible Societes, 1975.

American Psychiatric Association.  Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders. Fourth Edition, text revision.  (DSM-IV TR).  Washington DC. APA 2000.

Barreto, Luz Marina.  Reflexiones éticas sobre la clonación. Las citas textuales de 1997 fueron tomadas de fotocopia del manuscrito cedido gentilmente por la autora.  Posteriormente fue publicado en: Apuntes Filosóficos: Revista semestral de la Escuela de Filosofía. Universidad Central de Venezuela, N° 14. Caracas 1999 p 187-205.

Benaím Pinto, Henrique.  Significado de la queja en la relación del médico con el paciente y del paciente con el médico.  Universidad Central de Venezuela.  Ediciones del Rectorado.  Caracas 1983

 Brody, Eugene: Mental Health and World Citizenship.  Hough Foundation of Mental Health. The University of Texas, Austin, Texas. 1987.

Chiquirrin A. Regino.  La Antropología de Viktor E. Frankl.  Separata de Studium Ovetense, volumen XV, Oviedo, 1987.

De Viana, Mikel, Desiato, Massimo, De Diego, Luis.   El Hombre: Retos, Dimensiones y Trascendencia. Universidad Católica Andrés Bello, Centro de Estudios Religiosos, Caracas, 1993.

Di Caprio, Nicholas.  Teorías de la Personalidad. 2a Edición.  Nueva Editorial Interamericana.  Mexico 1985.

Ferrer, Elio.  Introducción a la Filosofía.  IUSI.  Caracas, 1983 (folleto).

Frankl, Viktor E.
- El hombre en busca de sentido.  12a Edición.  Ed.  Herder.  Barcelona, 1991.
- El hombre doliente. 2a Edición.  Herder.  Barcelona, 1990.
- La voluntad de sentido. 3a Edición.  Herder, Barcelona, 1994.
(Nota: las figuras utilizadas en este ensayo fueron tomadas de las obras de Frankl mencionadas aquí.
 El diseño de las mismas para su inclusión en este blog se debe a los buenos oficios de la Dra. Tibisay López de Aguiar, a quien le doy mis más expresivas gracias).

Haldane, J.B.S.  Filosofía del Futuro.  Citado por García Ponce, Antonio en "Caos, otra nueva aventura del Pensamiento".  Suplemento Cultural de Últimas Noticias.  Caracas, 31 de agosto de 1997, p. 1.

Hamana, Nelson.  La mirada estética de la enfermedad.  Las citas textuales de 1997 fueron tomadas de fotocopia del manuscrito cedido gentilmente por el autor.  Posteriormente fue publicado en: Zona Tórrida, Revista de Cultura de la Universidad de Carabobo N° 33 Valencia/Venezuela-mayo 2000,
pp. 33-57.

Laín Entralgo, Pedro.  Teoría y realidad del otro.  Alianza Universitaria.  Madrid, 1983.

Marcel, Gabriel.  El Misterio Ontológico.  En "Gabriel Marcel, Antología".  Centro Editor de América Latina.  Buenos Aires, 1967.

Plé, Albert.  Freud y la religión.  Biblioteca de Autores Cristianos.  Madrid, 1969.

Schökel, Luis Alonso (traducción y comentarios).  Biblia del Peregrino. Ediciones Ega.  Bilbao.

Shakespeare, William
- The Complete Works. Random House.  New York, 1952.
- Obras Completas.  Traducción sde Luis Astrana Marín.  Editorial Aguilar.  Madrid, 1967.

Tresmontant, Claude.  Ciencias del Universo y Problemas Metafísicos.  Editorial Herder.  Barcelona, 1978.

Urdanoz, Teófilo.  Historia de la Filosofía.  Tomo VI.  Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 1975.





    


sábado, 3 de marzo de 2012

WEST SIDE STORY NO HA ENVEJECIDO

                                                                              A Lilia Pérez

    El año pasado se cumplieron 50 años de la filmación de West Side Story(*).  Revisando las redes sociales me enteré de que la fecha dio ocasión para varias celebraciones, tales como perfomances en las calles de Nueva York, como un flash mob que contó con la asistencia de la hija de Robert Wise; asimismo, en noviembre se sacó la edición en Blue Ray de esta película, todo un acontecimiento reseñado en Facebook con la presencia de Rita Moreno, George Chakiris y Russ Tamblyn, protagonistas de este memorable film. A mí me alegró mucho todo esto, pues hubo un tiempo, después de su reestreno en las salas de cine, allá por los 70, en que prácticamente desapareció del planeta.  La única vez que la pasaron en televisión, por lo menos que yo sepa, lo hicieron en blanco y negro (ya había TV en colores) lo que constituyó una herejía inversa a los de aquellos que osaron colorizar Casablanca. De modo que yo también he querido, con estas notas, participar en la celebración, aunque sea con unos cuantos meses de retraso. 
Escribir algo original sobre Amor sin barreras (título con que se exhibió en Venezuela y creo que en España y otros países hispanohablantes) es algo difícil.  Mucho se ha publicado sobre esta premiada cinta; incluso en internet hay buenos trabajos.  Pero de todos modos voy a decir lo mío, aunque no sea nada original.

Antes de escribir mis opiniones sobre WSS, debo, no obstante, tratar acerca de dos asuntos negativos relacionados con el film, para luego dedicarme a lo positivo, que lo supera en una proporción descomunal.

El primero tiene que ver con Mr. Robbins.  Los créditos finales de la película, de extraordinaria belleza, diseñados en forma de grafittis escritos sobre lo que se suponen puertas desvencijadas y paredes ruinosas del West Side, terminan diciéndonos que la película está "...Basada en la obra teatral producida por Robert E. Griffith y Harold S. Prince por arreglos con Roger Stevenson.
Libreto de Arthur Laurents, que se basa en una concepción de Jerome Robbins" .
Sabemos que la película es la versión cinematográfica del famoso musical que triunfó en Brodway pocos años antes, y que Jerome Robbins es el genio de esa coreografía.  Pero lo de la concepción es otra cosa.  Cualquier estudiante promedio de bachillerato se daba cuenta al salir del cine de que se trataba de Romeo y Julieta, que Verona es cambiada por Manhattan, que Montescos y Capuletos se truecan en Jets de origen polaco (y no anglosajón, como se suele decir) y Sharks puertorriqueños, que Fray Lorenzo es aquí Doc y el Príncipe es el Teniente Schrank; en fin,  que la trama es idéntica a la tragedia shakespereana con algunas variantes: los amantes no se suicidan sino que un quid pro quo que no vale la pena contar por si no la han visto, hace que el final sea hasta más interesante para nosotros que el del original, como bien sostiene el autor del blog "Fuego en sagitario" (véase http://fuegoensagitario.blogspot.com/2012/02/west-side-story.html). 

Es Romeo y Julieta y punto.  Y entonces, ¿por qué Robbins se adjudica la concepción del argumento?  En ninguna parte aparece, ni siquiera con las atenuantes como "basado en...", "...inspirado en...", "una versión libre de..."   que nos haga retroceder en el tiempo y rendirle el homenaje debido a Mister William Shakespeare por su obra juvenil.  ¿Por no pagar los derechos de autor? No sé si a estas alturas esos derechos están vigentes, y en todo caso se trataría de algo bastante miserable.  No tiene justificación semejante latrocinio; es igual o peor que lo que hizo Steven Spielberg en La lista de Schlinder al omitir en los créditos de Por una cabeza la autoría de Gardel-Le Pera, lo que le costó una demanda de la Asociación de Autores y Compositores Argentinos, quienes no perdonan una injuria así al Morocho del Abasto.

El segundo aspecto negativo tiene también que ver con créditos.  Se sabe (ahora) que Natalie Wood fue doblada en las canciones, verdaderas arias, por Marni Nixon.  Esta cantante no era ninguna desconocida.  Había grabado Le marteau sans maitre ("El martillo sin dueño") de Pierre Boulez, obra de extraordinaria dificultad desde el punto de vista de la afinación por su carácter atonal.  Pues bien, tampoco aparece el nombre de Marni Nixon en los créditos.  No sé si había de por medio un contrato leonino entre la cantante y los productores (hizo lo mismo doblando a Audrey Hepburn en My Fair Lady) pero en todo caso se trata de una explotación a quien dobla y un engaño al público.  Creo que actualmente eso no está permitido.
Señalados estos lunares en la obra que nos ocupa, paso a reseñar, desde mi perspectiva, esta película tan querida por mí.

Fue después de la lectura de la columna cinematográfica Candilejas, de Luis Álvarez Marcano, a mediados de 1962, cuando me decidí a ver West Side Story.  Hasta ese momento, algunos comentarios en revistas y en la prensa habían hecho muy poco efecto sobre mí, pendiente de aprobar los exámenes de Medicina.  Hasta unas estupendas fotos en colores de la revista Life en español sobre el rodaje de la película me habían dejado bastante indiferente. La palabra "west"  y los brincos que daban los actores me hacían pensar vagamente en un musical del Oeste.  Pura ignorancia mía y desinformación. Creo que ni me enteré de que el año anterior la película había arrasado con 10 estatuillas del Oscar (véase en PÁGINAS COMPLEMENTARIAS). Los comentarios precisos, sobrios y atinados de quien muchos años después me enteré que era el padre de mi amiga y alumna Carmen Álvarez, me motivaron a ver la película en aquel cine Brodway que hacía esquina en la Calle Real (luego bulevar) de Sabana Grande.  Volví a verla a los pocos días y regresé de nuevo muchas veces con distintos acompañantes en aquellos meses en que se mantuvo en cartelera de estreno.  No exagero si digo que la vi más de diez veces seguidas, sin contar las personas a quienes se la recomendé y aquellos a quienes (algo muy a contrapelo, por ser un musical) se la "conté".  Luego vino el LP de vinil con el "soundtrack" que, lamentablemente no traía la Obertura.  Pero una vez desaparecida la película de cartelera, el disco me servía para recrearla con mis amigos, la hubieran visto o no.
Es difícil de describir la fascinación que ejerció sobre mí esa película  a los pocos dias de verla.  La tenía siempre presente, caminaba por las avenidas de Caracas  (la Gran Avenida, la Plaza Venezuela) sintiéndome como si la gravedad fuera menor.  No me ponía a bailar en la calle, claro, pero me imaginaba a los Jets y a los Sharks haciéndolo como en el film.
Algo que me impresionó de la coreografía es que esta tenía un aspecto definitivamente heterosexual.  Para entonces yo, un caraqueño nacido en La Victoria de ancestros llaneros, no terminaba de tragar eso de que los hombres bailaran ballet.  Por el contrario, la danza de las pandillas del West Side era de machos que se respetaban, como decían en una época aquí, y las figuras hermosísimas que hacían las mujeres en contrapunto con los hombres, como el duelo verbal, musical y coreográfico de América, marcaba muy bien las diferencias entre los sexos.
 Juega un papel importante en la estética de WSS el uso del color en el vestuario y en el decorado: inolvidable morado (para las damas es "fucsia") de la falda de Rita Moreno, magenta la camisa de Chakiris, anaranjado el traje de Russ Tamblyn.  El rojo de las paredes del "gym" (el gimnasio donde ocurre el baile), los cristales con fuertes contrastes de rojo y azul en la escena dramática del encuentro de Tony, María y Anita después de la muerte de Bernardo, tenían una función expresiva. En la Obertura, un diseño de líneas verticales sobre fondo rojo va cambiando de color simultáneamente al cambio de los temas hasta que mediante un fundido se transforma en la Isla de Manhattan, para dar comienzo al Prólogo.

En esta cinta hay un equilibrio perfecto de quienes la realizaron.  En cuanto a los actores, todos descuellan. Cierto que los protagonistas son Natalie Wood y Richard Beymer.  Pero los grandes papeles, los de "carácter" son George Chakiris como Bernardo (Teobaldo o Tybalt) Russ Tamblyn como Riff (Mercuccio o Mercutio) y la insuperable Rita Moreno como  Anita (sin equivalente shakespeareano).  Pero también tienen un desempeño extraordinario los restantes miembros de las pandillas, como Tucker Smith como el cerebral Ice, Tony Mordente como el impulsivo Action o Susan Oakes como la "marimacho" Anybodys, quien constantemente pide aceptación y respeto por los restantes miembros de los Sharks. Incluso he pensado que debería haber un premio colectivo que haga justicia al equipo de bailarines que, como en este caso, ejecutan los momentos mas logrados de West Side Story, como la ejecución de Cool en el estacionamiento o el espectacular Prólogo.
Pero no sólo el equilibrio se refiere a los actores.  La sabia dirección al alimón de Robert Wise (quien le hace honor a su apellido) con Jerome Robbins se complementa con la fotografía audaz de Daniel L.Fapp y el montaje de Thomas Stanford (film) y Richard Carruth (música).  Es gigantesca la cinematografía, la puesta en escena de este film. Cuando vemos en el Prólogo una toma aérea de Nueva York que se pasea lentamente sobre el Yankee Stadium, el Central Park o el Empire State para acercarse a la cancha de básquet, (¡con detalles como la niña puertorriqueña que juega en el piso y los enemigos Jets dan un rodeo para no molestarla!) a las pandillas peleando/danzando, entrando y saliendo de pasadizos  y callejones, a lo mejor no nos percatamos de que, a diferencia de otros musicales, en este, la cámara también es protagonista.  Los cortes, barridos, picados y contrapicados, fundidos, elipsis y travellings subrayan y acompañan los pasos de los bailarines. Efectos fotográficos especiales logran aislar  a la pareja María/Tony en el baile, solo quedan pocos bailarines en muy segundo plano, para luego reaparecer en el momento en que se van a besar, el gym se ilumina y Bernardo interrumpe el idilio. En el Quinteto, a la par del contrapunto bersteineiano de cinco melodías simultáneas, la cámara está paralelamente mostrándonos  la ira de los pandilleros, el erotismo de Anita, la esperanza de Tony y la espera angustiada de María, todo en un crepúsculo neoyorkino que se acerca cada vez más a la noche de The Rumble (La pelea). Lo grandioso es la película misma, el trabajo colectivo y el carácter esencialmente cinematográfico de su talante.  No se trata de lo que ahora se ha dado en llamar cine coral: es un film muy lineal, absolutamente ceñido a la tragedia tal como la prescribe Aristóteles, con unidad de tiempo y espacio.  Todo transcurre en un dia y en el estrecho espacio de un barrio del West Side.  Pero la complejidad de los elementos involucrados es tratada con una maestría donde cada elemento cumple su papel.  Como me dijo una vez el desaparecido Profesor Silvio Orta: "Hasta una hoja de papel que cae al piso está absolutamente calculada en West Side Story" (era una hipérbole: no cae ninguna hoja de papel).

Casi no he mencionado la música.  La ecléctica partitura de Leonard Bernstein nos pasea por el jazz, el neoclasismo post-stravinskiano, melodías tipo jingle como Tonight, una canción con ritmo de habanera, con bello uso de las cuerdas, como María, beguines con características de bolero caribeño ligeramente acelerado en la segunda versión de Tonight en el Quinteto; una abierta referencia a Pérez Prado en el Mambo con su misma orquestación y un ritmo  en 6/8 "atravesado" con un 3/4 que parece un joropo yanqui u "Onda Nueva" avant la lettre en Something's coming, a la par del mejor jazz de Big Band con orquestación de Count Basie o Duke Ellington en Cool. La colaboración entre Bernstein y Stephen Sondheim fue crucial para las canciones de WSS; Bernstein incluso escribió algunas letras aunque no reclamó los créditos y a su vez, Sondheim compuso algunas veces  música, por ejemplo los coros que se oyen como ecos en Something's coming

Se ha señalado el aspecto social del argumento. El entremés musical en Gee, officer Krupke! cuestiona el sistema estadounidense de control social en relación a la delincuencia, burlándose amablemente del círculo vicioso cárcel-psiquiatra-trabajador social-tribunales-cárcel.  También se menciona con franqueza el problema-ya amenazante- de las drogas.  La crítica a los odios interraciales y la apelación al amor y a la tolerancia son universales y vigentes.  En todo el film se respira el optimismo de la era de los Kennedy, que la guerra de Vietnam vino a echar por tierra.  No sé si es posible filmar hoy un musical así.  O nos vamos a los retros como Chicago, o a la amarga historia Bailando en la oscuridad de Lars Von Trier.

Hay gente a quien no le gusta esta película.  Por lo general, son personas a quienes no le agradan los musicales.  Y tienen sus razones: les choca el paso del diálogo hablado a una canción que a veces comenta la trama, pero a veces la ilustra o también la continúa.  En el caso de West Side Story debo admitir que hay una escena, sólo una, que justifica esta aversión de los detractores: después de la gran pelea, cuando Tony ha matado a Bernardo en venganza (no premeditada) de la muerte de Riff, corre a esconderse en el apartamento de María.  Ésta lo llama asesino y él se defiende y argumenta que el mundo se ha hecho imposible para ellos, quienes deben irse a un lugar donde puedan vivir...en ese momento los amantes continúan este diálogo cantando el dúo There's a place for us.  Debo admitir que el salto de lo hablado al canto es forzado.  La primera vez que vi la película no me di cuenta.  Pero posteriormente experimentaba un escalofrío, que me provocaba meterme debajo del asiento cuando la veía en el cine o ahora acelero con el control remoto el DVD para evitarme esa penosa sensación.  Pudo haberse omitido este canto y no hubiera perdido nada la trama.  Pudo más el "eros operático".  Eran esas cosas sobre las que Brecht teorizaba con todo aquello del "distanciamiento" y su teatro épico, donde el actor "dice" su canción. No obstante, todas estas teorías eran impracticables en una puesta en escena realista como la de WSS.  Y después de todo: ¿Quién es perfecto en este mundo? Con su carga de cursilería que hay que asumir, la obra sigue adelante y se remonta hasta un final de un dramatismo indescriptible.  No lo debería contar, no por pudor, sino porque carece de valor argumentativo,  pero anoche, antes de sentarme a escribir esta crónica, volví a ver íntegra la película y volví a llorar como la primera vez en la escena final de la cancha de básquet, que-repito-no cuento, por si alguien no la ha visto y se entusiasma.

Termino con una anécdota muy elocuente:
El amigo y ex-alumno Marcos Gómez me iba a llevar a mi casa después de un día de sesiones en un Congreso, creo que del Colegio Venezolano de Neuropsicofarmacología.  Como la hora era pico y había muchísimo tráfico, me pidió que lo acompañara a la Feria de Plaza de las Américas para comerse algo, pues estaba casi en ayunas y se estaba haciendo tarde.  En el camino le estuve contando algo acerca de West Side Story, totalmente desconocida para él y le hablaba de las nuevas generaciones, que no se interesan por esta obra ni este cine, tratando de entusiasmarlo para que la viera.  Durante todo ese trayecto tenía "pegada" la melodía de Tonight, la cual no podía dejar de silbar; una idea obsesiva musical convertida en conducta compulsiva.  Al terminar de comer, mientras íbamos al estacionamiento,  hace su aparición una beldad rubia de casi un metro ochenta, a quien no le calculo más de veintidós años, vestida muy escuetamente, con una franelita blanca, unos shorcitos también blancos y zapatos deportivos ídem, como si viniera de jugar tenis. Habla con alguien por el celular, pero no identifico el idioma. Vamos al ascensor y vemos que ella también lo hace: marca el botón del mismo ascensor que nosotros esperamos.  Marcos y yo nos miramos significativamente.  Le pregunto en voz baja: - "¿Será holandesa o sueca?"  -"No, doctor, parece norteamericana".  Entramos en el ascensor y Marcos le sonríe a la vikinga.  Ella le devuelve la sonrisa y a mi ni me destapa, como era de esperarse.  Pero tengo pegada la cancioncita y no dejo de silbarla (muy afinadamente, hay que admitirlo).  La Valquiria me mira (¡A mí!) y me pregunta con acento totalmente gringo:

- "¿Estás con los Jets o con los Sharks?"

-"¡Estoy con toda esa película, la amo totalmente!", le digo.

Se abre la puerta del ascensor, la rubia me sonríe (¡A mí!), dice con voz melodiosa: 

-"¡hasta luego!"... y se va para siempre.

Evidentemente, West Side Story no ha envejecido. 


FICHA TÉCNICA: Amor sin barreras (Título original: West Side Story).  Estados Unidos 1961. 151 minutos. Mirisch Pictures inc. en asociación con Seven Arts Productions inc.
Directores: Robert Wise y Jerome Robbins.
Guión: Ernest Lehman.
Música: Leonard Bernstein.
Letras: Stephen Sondheim.
Producción: Robert Wise.
Productor Asociado: Saul Chaplin.
Coreografía: Jerome Robbins.
Intérpretes: Natalie Wood (*)(María) Richard Beymer (Tony) Russ Tamblyn (Riff) Rita Moreno (Anita).  Con George Chakiris (Bernardo) Simon Oakland (Tte. Schrank) Ned Glass (Doc) William Bramley (Of. Krupke).  Los Jets: Tucker Smith (Ice) Tony Mordente (Action) David Winters (A-rab) Eliot Feld (Baby John) Bert Michaels (Snowbody) David Beans (Tiger) Robert Danas (JoyBoy) Scooter Teague (Big Deal) Harvey Hohnecker (Mouthpeace) Tommy Abbot (Gee-Tar) Susan Oakes (Anybodys) Gina Trikonis (Graziella) y Carole D'Andrea (Velma).  Los Sharks: José De Vega (Chino) Jay Norman (Pepe) Gus Trinonis (Indio) Eddie Verso (Juano) Jaime Rogers (Loco) Larry Roquemore (Rocco) Robert Thompson (Luis) Nick Coracevich (Toro) Rudy Del Campo (Del Campo) Andre Tayir (Chile) Ivonne Othon (Consuelo) Suzie Kaye (Rosalia) Joanne Miya (Francisca).
(*) Doblada en las canciones por Marni Nixon.
Música dirigida por: Johnny Green.
Diseño de Producción: Boris Leven.
Director de Fotografía: Daniel L. Fapp.
Vestuario: Irene Sharaff.
Director Asistente: Robert Relya.
Asistentes de danza: Tommy Abbot, Margaret Banks, Howard Jeffrey y Tony Mordente.
Edición fílmica: Thomas Stanford.
Edición Musical: Richard Carruth.
Efectos fotográficos: Linwood Dunn.
Orquestaciones: Sid Ramin e Irwin Kostal.
Sonido: Murray Spivak, Fred Lau y Vinton Vernon.
Asistente Musical: Betty Walberg.
Coach Vocal: Bobby Tucker.
Supervisión Musical: Saul Chaplin, Johnny Green, Sid Ramin e Irwin Kostal..
Manager de Producción: Allen K, Wood.
Títulos y Consultas Visuales: Saul Bass.
Producción Artística: M. Zuberano.
Decorador del set: Victor Gangelyn.
Utilería: Sam Gordon.
Editor de sonido: Gilbert D. Marchant.
Asistente de Editor: Marshall M. Borden.
Supervisor de script: Stanley Scheuer.
2° Assistente del Director: Jerome Siegel.
Maquillaje: Emile La Vigne.
Peinados: Alice Monte.
Guardaropa: Bert Henrikson.
Casting: Stalmaster-Lister Co.
Basada en la obra teatral producida por Robert E. Griffith y Harold S. Prince por arreglos con Roger Stevenson.
Libreto de Arthur Laurents, que se basa en una concepción de Jerome Robbins (*), a su vez basado en La Tragedia de Romeo y Julieta de William Shakespeare.

(*) Téngase presente la fecha de publicación de esta entrada).