Retazos de temas que me han interesado alguna vez, experiencias vividas, recuerdos, libros leídos, textos perdidos y rescatados, films que han dejado una impronta en mi memoria, pero también proyectos no realizados o postergados...







jueves, 23 de agosto de 2012

MEMORIAS DE ADRIANO

                                                                              A Ernestina Salcedo Pisani







Representó para los lectores venezolanos una gran noticia el premio "Biblioteca Breve" otorgado en 1968 a la novela País portátil de Adriano González León por la Editorial Seix Barral de Barcelona, España.  Con ese galardón, teníamos un venezolano en el Olimpo del "boom literario"de la década de los años 60 que lanzó al mundo los nombres de Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Carlos Fuentes y Ernesto Sábato, a cuya lista se sumaron los consagrados Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti y Miguel Ángel Asturias, todos promovidos por esa combinación de  explosión colectiva y sabia política editorial que quedó canonizada en el libro Los nuestros, de Luis Harss. Pero Adriano no continuó una producción novelística profusa como lo hicieron, a excepción de Rulfo, sus pares del boom, ni los que se montaron en ese tren o autobús y aprovecharon la colita, como llamamos en Venezuela al auto-stop (la aclaratoria es por si me lee un argentino, para quien la colita es una mala palabra).
Dedicado sobre todo a la docencia universitaria, González León publicaba también una columna semanal en el diario El Nacional. Debo confesar que las veces que lo vi en el cafetín del antiguo Ateneo de Caracas me produjo una impresión desagradable. Me resultaba antipática su figura.  Lo encontraba "sobrado", vanidoso.  Claro que mi apreciación era superficial y probablemente errada: el Adriano que traté años después no calzaba para nada con esa impresión. 
Me gustó mucho País portátil, aunque en ese momento me pareció que obedecía a una moda y a un ritual ya establecido por muchos novelistas influenciados por Faulkner: la técnica de las voces paralelas en tiempos paralelos.  Parece mentira, pero la película de Feo y Llerandi me hizo degustar luego la novela en una segunda lectura:  el cine, como ningún otro arte, se presta para ese trastrueque de tiempos. Para los entendidos debo estar desbarrando, pero como no soy crítico literario y "debajo de mi manto al rey mato", me puedo permitir expresar lo que se me antoje sin andar mirando para los lados a ver qué dicen los demás.
Otra vez me encontré con la obra de Adriano, esta vez televisiva.  Su programa Contratema se presentaba  en la Televisora Nacional o TVN5, que era el canal oficial, pero una emisora verdaderamente cultural con poquísima propaganda gubernamental. Este espacio vino ser el auténtico sucesor de Las cosas más sencillas de Aquiles Nazoa, de la que escribí una reciente entrada en esta bitácora (ver enlace). Con auténtica pasión docente, el escritor dedicaba a veces varios programas para desarrollar un tema que tuviera que ver generalmente con la literatura, aunque también tratara de asuntos relacionados con la historia, pintura o cualquier otra manifestación de la cultura.  Recuerdo especialmente uno que dedicó a la trágica aventura del "Falke", aquél barco en el cual se intentó derrocar la dictadura de Juan Vicente Gómez.  Adriano invitó en uno de esos programas al doctor Manuel Matute, conocedor como pocos de la vida y la obra de José Rafael Pocaterra, quien acompañó a Román Delgado Chalbaud, Rafael Vegas, Doroteo Flores y tántos otros, en esa fracasada invasión que llevó a la muerte o la prisión a sus protagonistas.
Precisamente fue el doctor Matute, por su amistad con Adriano y toda la gente del grupo Sardio y El Techo de la Ballena, movimientos literarios de los sesenta, quien invitó al escritor a dictar una charla en el XIV Congreso Venezolano de Psiquiatría realizado en Cumaná del 12 al 16 de noviembre de 1991
... pero no nos adelantemos...
 
Antes de ese encuentro, que me permitió conocer a González León, ocurrió algo que debo contar para la mejor comprensión de los hechos.
Relata la escritora Ernestina Salcedo Pisani que una mañana (probablemente en 1990, aunque ella no lo precisa) se encontraban reunidos en la Casa Nacional del Escritor, Ramón Palomares, Ramón Ordaz, Caupolicán Ovalles, Luis Camilo Guevara, Elí Galindo, Eleazar León, Carlos Brito y la propia Ernestina.  En un momento de la conversación, la escritora les planteó a los demás contertulios la celebración de un encuentro nacional de escritores con motivo del IV centenario de la muerte de San Juan de la Cruz.  Proponía, además, que este encuentro se realizara en la población de Jajó, estado Trujillo, por el hecho de que se le acababa de otorgar el Premio Nacional de Literatura a Ana Enriqueta Terán, "la excepcional poeta trujillana que supo regresar del 'mundanal ruido' para convivir en aquel paraje con las voces esenciales", para decirlo con sus palabras.  La propuesta fue aceptada por la AEV Zona Metropolitana de Caracas y posteriormente de la Federación de Asociaciones de Escritores de Venezuela.  Se consideró que debían participar las comunidades de Trujillo, Valera y Jajó junto con todas las Asociaciones de Escritores de Venezuela.
A fin de informar a los anfitriones sobre todo lo acordado, Salcedo viajó a Jajó.  Allí Ana Enriqueta Terán propuso que, por tratarse del Cuatricentenario del máximo poeta místico de nuestra lengua, es decir, que San Juan de la Cruz era un poeta y un santo, debía ser la Iglesia la que presidiera la celebración.  Terán propuso que el 23 de junio de 1991 se celebrara una misa solemne en el templo de Jajó, presidida por el obispo de la diócesis de Trujillo, monseñor Vicente Hernández Peña.  Ese día caía en domingo, y prolongando los festejos hasta la medianoche del 24, día de San Juan Bautista y probable fecha del nacimiento del poeta místico, se saludaría el día con una fogata que, además de recordar el solsticio de verano, evocaría la Llama de Amor Viva de San Juan de la Cruz. 
Quedaba un asunto pendiente: "...¿Quién hablaría en la iglesia de Jajó... (continúa Ernestina)...de manera que  el mensaje pudiera llegar a todas las sensibilidades? La respuesta no se hizo esperar:  Adriano González León, hijo de aquellas tierras, sabría aproximar el excelso mundo de San Juan de la Cruz a ese otro 'prado de verduras /de flores esmaltado' en el cuál él actuaría como orador laico.  Así nació el Cántico de Jajó..."  continúa la escritora venezolana en la Introducción ("Punto de partida") al libro El Verbo Iluminado, donde se relatan y se reproducen todos los textos relacionados con este homenaje.

Pero lo que no aparece en este relato de Ernestina me lo contó mi amiga Maricarmen González, religiosa de La Presentación, quien estaba culminando sus estudios de Letras en la UCAB y pudo asistir al Encuentro en Jajó.
En la versión de la hermana Maricarmen (quien  probablemente se enteró por Ernestina Salcedo, tutora de su tesis para ese momento) en cuanto le comunicaron a Adriano la decisión del Comité Organizador del homenaje acerca de su condición de orador de orden, rompió a llorar emocionado, diciendo que él no era digno, que cómo era posible que, un bohemio, como él,  iba a ser el vocero del más grande poeta místico de la lengua castellana y el gran místico de la Iglesia Católica...
Maricarmen lo escuchó, me contó cómo Adriano pudo sintonizar con el espíritu y la letra del gran doctor místico y emocionar no sólo a los poetas y escritores, a la comunidad de Carmelitas Descalzos en sus ramas masculina y femenina, y a los estudiantes de Letras de la UCAB allí presentes, sino también (y sobre todo) a los pobladores de Trujillo, Valera y Jajó, quienes escucharon a este escritor ubicado en espacios no considerados "santos" ni "puros" en una visión superficial de las cosas.  Se repite la historia narrada en los Evangelios: -"Zaqueo, baja pronto, que hoy vengo a hospedarme en tu casa".  El centurión.  Magdalena. El publicano Leví, transformado en el evangelista Mateo...

Volvamos a Cumaná, al XIV Congreso Venezolano de Psiquiatría. La conferencia de clausura se suele adjudicar a una figura de relieve en el campo de la Psiquiatría o en otra disciplina.  Generalmente se dicta después de conocidos los resultados de las elecciones para la nueva Junta Directiva de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría. González León disertó sobre los Poetas Malditos.  Con su gran elocuencia y dotes de docente nos habló acerca de Lautrémont y los Cantos de Maldoror, Mallarmé, Baudelaire. No recuerdo si habló de Aloysius Bertrand, pero me llamó la atención su tratamiento de Rimbaud y de su obra, precoz en su comienzo y en su fin.  Haciendo un largo paréntesis, se refirió a la interpretación que hizo Paul Claudel sobre la conversión de Rimbaud al catolicismo en sus últimos meses, en el sentido de que todas las blasfemias que aparecen en sus textos no eran sino un  intento de acercarse a Dios. Para Claudel la blasfemia sería una especie de invocación en negativo, pues, según él, nadie verdaderamente incrédulo se ocupa de Dios, aunque sea para denigrarlo. Me sorprendió el conocimiento del conferencista sobre los intelectuales católicos franceses y su ácido comentario de que "los católicos franceses son muy inteligentes", como dándole a la interpretación de Claudel el carácter de un astuto argumento que vendría a echar por tierra la versión oficial de que la conversión de Rimbaud fue manipulada por su hermana.
Termina la conferencia y después de cambiarnos nos acercamos a la fiesta de clausura, que  tenía lugar en el mismo hotel donde transcurrió el congreso (el "Cumanagoto").
Adriano estaba sentado en una mesa hablando con otras personas. Me le acerqué y le hice mención de la hermana Maricarmen, el homenaje a San Juan de la Cruz y el Cántico de Jajó, sin decirle, por supuesto, nada acerca del chisme acerca de su emotivo comentario cuando lo designaron orador de orden. Como si hubiera tenido un resorte en la silla, se levantó bruscamente y se le humedecieron los ojos mientras me repetía literalmente lo que me había contado Maricarmen. Se despide de sus contertulios de mesa y me pregunta si se puede sentar conmigo. Por supuesto, todo un honor que nos acompañe.
Ya ubicados en la mesa, con pura gente del Hospital Psiquiátrico de Caracas, especialistas y residentes. Adriano continúa, eufórico, el relato:

- "¡Me tocó hablar al terminar la misa, pero mira qué cosa:  el obispo, cuando se le dijo que yo iba a hablar, dijo:  "Como no, que hable en el templo, pero eso sí...¡que sea después que yo dé la bendicion!",,,como diciendo: "¡yo no me hago responsable de lo que ese carajo diga o haga...que sea después de la misa!"
 Después de reirse a carcajadas de la salida del obispo, añade:

-"¿Y quieres que te diga algo? Pues que el obispo tenía toda la razón: ¿qué sabía él de lo que yo pudiera decir;  yo, un tipo que ha sido comunista, bebedor y libertino?"

Pasamos toda la fiesta hablando de literatura y de mística y hacía chistes sobre las estudiantes de la UCAB que fueron a Jajó no tanto por San Juan de la Cruz como para ver a los novicios. Luego intercambiamos teléfonos y quedamos en vernos.

Pasó algún tiempo sin que nos reencontráramos.  En 1993 me encargué de los postgrados del hospital.  Una de las actividades que me propuse fomentar fue la inclusión de un invitado especial al mes, preferiblemente de otras profesiones o discipinas, que les transmitiera a los residentes otra visión de la realidad diferente al discurso psiquiátrico o psicológico. En este cometido fue invalorable desde el inicio la colaboración de Manuel Matute, gracias a quien pude contactar a Rafael Cadenas, Rodolfo Izaguirre, Francisco Salazar Martínez y al mismo Adriano, con quien se encontraba frecuentemente en un restaurant llamado La Paragua, en la avenida Río de Janeiro. De modo que un miércoles, con el salón de conferencias lleno hasta el tope, se refirió a "La escritura como fenómeno interior".  Paradójicamente, después de haber criticado lúcidamente la nefasta influencia que se estaba produciendo en el lenguaje por el mal uso de la tecnología, en el momento de finalizar su charla, como si un genio maléfico lo estuviera acechando, sonó estrepitosamente su enorme teléfono celular y Adriano, que no era muy veterano con el recién aparecido implemento, comenzó a hablar en alta voz y la charla terminó como los joropos, es decir, de repente.
Poco después comenzó el Mundial de Fútbol  1994 en Estados Unidos. Rebeca Weston, profesora del postgrado, me invitó a ver uno de los partidos en su casa y me pidió que llevara a Adriano, quien se encontraba en una fase de desintoxicación y cargaba sus propias cervezas sin alcohol, que tomaba disciplinadamente.  Al finalizar el juego, él me pidió que lo llevara a un apartamento en Las Mercedes donde tenía un depósito de libros, tomó dos ejemplares diferentes y los colocó bajo el brazo. De allí fuimos a un local cercano donde él siguió tomando sus cervezas sin alcohol y me leyó un fragmento de uno de los libros, el titulado Del rayo y la lluvia, un capítulo llamado Tío, que casi no pudo terminar porque se le hizo un nudo en la garganta.  El otro libro, más bien unos fascículos bellamente ilustrados era nada menos que el Cántico de Jajó, el mismo discurso que pronunció cuando el homenaje a San Juan de la Cruz.  Escribió sendas dedicatorias y me los entregó.  Vacilo en mostrar a mis lectores el texto de ellas, porque me puedo terminar creyendo lo que allí dice y porque puede parecer un tantico vanidoso de mi parte. Pero se trató de una manifestación tan grande de cariño, que ocultarla sería ingratitud.

En El rayo y la lluvia escribió:
-"Estos rayos y estas lluvias son para Franklin Padilla porque él solo es toda una tempestad del espíritu".

En el Cántico de Jajó anotó:
-"Para Franklin Padilla, quien se la pasa buscando a Dios por las noches".

El año siguiente (1995) asistí al bautizo, creo que en la Galería Durban, de su segunda novela Viejo, precedida de una presentación hecha por Alfonso Montilla, y seguida por un generoso brindis. Casi no hablamos, pues él era la celebridad y me limité a comprar mi ejemplar y hacer mi cola para que lo autografiara para mi hijo. 
De nuevo transcurrieron algunos años sin que nos viéramos. Una vez más Manuel Matute es el vínculo que nos aproxima.  Junto con Pedro Luis Ponce Ducharne, dicta una conferencia en la Sociedad Venezolana de Psiquiatría sobre la enfermedad que aquejó al compositor George Gershwin en sus últimos días. Adriano va como público y se sienta a mi lado, criticando, con su acento trujillano, a Manuel, por pronunciar "Chaplín", como palabra aguda: 
- " Eso es una vaina de la gente de antes, pronunciar a la francesa como Chaplín, Mozárt... además, si lo va a decir en francés, que pronuncie Chaplán" .

En 2005 David Alizo publica Safo De Mil Amores.  Con Manuel Matute a la cabeza, salimos del hospital Graciela Lucca, Pedro Téllez Jr., Juan Soto Sédek y yo a la Galería Durban, donde se bautizará el libro. La presentación corre a cargo de Adriano. Al verme me dice en tono de reclamo:

- "¿Y así es como usted trata a los amigos?  Más nunca usted me ha buscado ni me ha invitado para hablarle a su gente". 

Me sorprende su manifiesto disgusto y es la primera vez que un conferencista me reclama porque no lo haya invitado (generalmente soy yo quien anda detrás de los conferencistas). Ahora, escribiendo este relato y sacando cuentas, me percato de que habían transcurrido más de diez años desde su visita al hospital, el regalo del Cántico de Jajó  y la lectura de Tío, sin contar la vez que me envió a través de Matute el ejemplar de El Verbo Iluminado que mencioné al comienzo de esta crónica.   Ciertamente, él había sido sumamente afectuoso y yo, sin proponérmelo, me había mostrado indiferente y displicente. Me disculpé y le prometí que lo iba a incluir en la programación del postgrado.

La invitación no se pudo materializar enseguida. La programación ya había sido hecha y no había espacio en el calendario para los próximos meses.  Sin entender por qué, la via Matute-Adriano no funcionó. Aparentemente Manuel Matute no lo pudo localizar  y decidí llamarlo por teléfono. Cuando le hago la invitación me responde ásperamente que "iba saliendo de viaje". No me queda sino desearle muy buen viaje y despedirme de él.  Casi en seguida me llama Manuel, muerto de risa, y me pregunta qué le dije a Adriano.  Se lo cuento y él, riéndose más aún, me comenta que lo del viaje no era verdad, se trataba de una malcriadez de Adriano, quien a lo mejor se quería hacer rogar y al ver que yo me despedía tan frescamente, se quedó estupefacto: le había salido mal la malcriadez.  Yo sinceramente no me di cuenta de nada. No me gustó su forma de atenderme, pero creí que realmente se iba de viaje.  Mi respuesta lo hace reir más aún, risa extensiva a David Alizo, quien me detiene en un acto en el Auditorium de la Escuela de Medicina Vargas para comentarme cómo Adriano se dió un autogol.  Al poco rato aparece Adriano y se dirige a mí en un tono humilde y contrito, pidiéndome disculpas "por su grosería" y renovando su deseo de ir al hospital.

Meses después me enteré de su apacible y súbita muerte en la barra del "Amazonia Grill", sobre el hombro de uno de los parroquianos que estaba sentado a su lado.  El vecino de la barra creyó que Adriano se había quedado dormido.