Retazos de temas que me han interesado alguna vez, experiencias vividas, recuerdos, libros leídos, textos perdidos y rescatados, films que han dejado una impronta en mi memoria, pero también proyectos no realizados o postergados...







sábado, 30 de abril de 2016

TRILOGÍA 3: IFIGENIA






En 1974, a raíz del fracaso de invasión a Chipre, es derrocado el régimen de los Coroneles de Grecia y proclamada la Tercera República Helénica, con la instauración de la democracia y el regreso de los exiliados. Cacoyannis puede ya en 1977 rodar Ifigenia, que vendría a ser la primera parte de la trilogía euripídea y tercera suya, sobre un guión suyo en griego moderno, tal como hizo con Electra

En algunos ensayos aparece que el primer guión escrito por Cacoyannis fue el de Ifigenia, pero el proyecto fue postergado por razones que nunca se terminaron de aclarar y que han llevado a pensar que Cacoyannis incurría en contradicciones, pues algunas veces dio declaraciones como si tuviere en mientes desde el principio la filmación de una trilogía y otras que comenzó por Electra debido a causas muy diferentes, incluso fortuitas (como la equivocación de un librero que le vendió la Electra de Eurípides por la de Sófocles) y que sólo a posteriori fue gestándose el proyecto de la trilogía. En todo caso, ya hemos visto en las entradas anteriores que el primer film fue Electra (1962) y el segundo Las Troyanas (1971).
En este caso no sólo tuvo la posibilidad de filmar en Grecia sino que sus colaboradores, la mayoría de los cuales estaban vinculados con la política, también pudieron trabajar con él.
Para llevar a cabo su proyecto pudo contar de nuevo con el compositor Mikis Theodorakis, quien lo había apoyado tanto en Electra como en Las troyanas.






CONTANDO LA PELÍCULA (a quienes no la han visto o no la recuerdan)








A diferencia de la tragedia de Eurípides, donde Agamenón resume al anciano esclavo la historia del pacto con el padre de Helena de todos los nobles griegos para ir en su rescate en el caso de que fuera violentada, aquí la cámara muestra un sol ardiente sobre la playa. Luego realiza un paneo por la costa, donde en primer plano se observan espadas, cascos y armaduras sobre la arena, como dando a entender que los soldados están descansando, mientras, en lugar de los créditos iniciales, aparece el siguiente texto:



El rapto de Helena por Paris dio comienzo a la Guerra de Troya. La ofensa contra Menelao se volvió una ofensa contra Grecia. Sus reyes, al mando de Agamenón, hermano de Menelao, se reunieron en Áulide  con sus ejércitos y mil naves y esperaron que soplara el viento.



Con el fondo de un lento ostinato de segunda mayor, la cámara nos muestra, primero con unos planos cercanos ascendentes y en retroceso las “negras naves argivas”, para luego acelerar un travelling de varios planos secuencia laterales hasta detenerse sobre la costa de Áulide o Aulis, donde miles de soldados desnudos retozan en la playa observados desde arriba por la guardia. La cámara se acerca a la playa. Los soldados toman el sol, al igual que sus caballos, que tranquilos también se bañan en las quietas aguas. Calma chicha. Las naves argivas muestran sus velas caídas, el agua no deja ver ni una ola. Los soldados agobiados forman a derecha e izquierda una multitud que espera al rey Agamenón, quien cabalga en la playa con Menelao y demás oficiales, abriéndose paso. Un soldado cae desmayado en el camino. Agamenón ordena que se lo quiten de en medio para poder continuar su marcha. Al pasar, los soldados lo llaman a gritos, desesperados por el hambre, la inacción y la sed. Agamenón les dice: “¡Síganme!” y se dirigen al bosque de Áulide a cazar. El rey los precede y, en medio del terror de los oficiantes del templo, comienza la carnicería. Agamenón aprueba la matanza de carneros y becerros. Uno de los soldados se dispone a flechar al ciervo sagrado de Artemisa y Agamenón le grita angustiado que no lo haga, pero ya es muy tarde: el ciervo agoniza. En eso  llega Calcas, gran sacerdote y adivino de la armada griega, y observa. Agamenón, avergonzado y molesto lo mira a él, pero  Calcas contempla con inmensa tristeza al ciervo, que sigue agonizando. El sol reverbera. Los soldados descansan en la playa. Nuevamente la cámara hace un travelling, esta vez ascendente. Los negros cascos con sus vistosas proas.  Las velas caídas. Calma chicha. Comienza la tragedia.
Los sofocados, sedientos y hastiados soldados azuzados por Odiseo, se dirigen al campamento de Agamenón y Menelao reclamándoles una decisión, como sería irse a otro puerto, pues la situación es insostenible. Mientras hace su entrada Calcas, Agamenón les responde airado que está dispuesto a disolver el ejército, aunque él preferiría morir en las costas de Áulide con los ojos puestos en Troya en lugar de retirarse oyendo estallar las risas de los bárbaros troyanos. Calcas declara que los dioses han hablado: si hay luna llena y se hace un sacrificio a los dioses tal como lo merecen, soplarán
vientos favorables. Sin conocer el contenido completo del oráculo, Agamenón accede y ordena abrir las bodegas al ejército y celebrar un banquete. En el momento en que Agamenón y Menelao se retiran y, en presencia únicamente de Odiseo, Calcas los detiene y le entrega al rey las tablillas con el oráculo completo, que comienza a leer Odiseo. Éste, perplejo, es incapaz de continuar con la lectura, entregándole las tablillas a Agamenón, quien, confiado, le dice a Menelao que lo lea completo. Menelao a duras penas puede leer:


Para Artemisa, la diosa virgen, guardiana del bosque sagrado, profanado por los griegos con sangre,  el rey de Argos, Agamenón, debe sacrificar a su hija primogénita Ifigenia. Si él acepta, las naves zarparán y los griegos vencerán a Troya. Si no, jamás zarparán”.

El grito de Agamenón delante de Odiseo y Menelao es acallado por el clamor de la tropa que, ignorante aún del contenido del oráculo, celebra la decisión real de cumplirlo y seguir dispuesto a ir a Troya. Agamenón estrella las tablillas contra el quicio y dice que él no va a cumplir esa orden, ordenándole a Odiseo que les informe a los soldados que él va a disolver el ejército. Menelao le recalca a Odiseo que el contenido del oráculo debe permanecer en secreto. Odiseo, en su doble juego, hace pasar a la tropa y la multitud llega al campamento clamando por la guerra. Agamenón sale a recibirlos y Odiseo esboza una sonrisa inescrutable.

La pastoril música de Theodorakis y los paisajes bucólicos nos hacen ver que estamos en Micenas (llamada Argos en la obra), donde las doncellas de la corte repiten el  llamado de Clitemnestra a Ifigenia, su hija mayor, a quien Agamenón envía un mensaje donde le ordena partir a Áulide para su matrimonio con Aquiles, con quien el amoroso y diligente padre ha logrado concertar la boda, aunque en secreto, por lo que la madre debe permanecer en su casa y enviar a la hija sola. Como en el mejor Hitchcock, tanto Eurípides como el director se han valido del recurso de informar al espectador de lo que las mujeres no saben: no existe tal boda. Pero no se trata de un McGuffin, pues conocemos el contenido del mensaje. Agamenón intenta confundir a la tropa y realizar el homicidio sin que Clitemnestra estorbe. Sin embargo, la maternal pero enérgica Clitemnestra decide acompañar a su hija:

- “Es sólo un hombre, ¿qué sabe él? ¡Que viajes sola! ¡Y que yo no pueda vestirte de novia…qué clase de madre sería!”.
Y monta en la carreta con Ifigenia, el pequeño Orestes, la nodriza, y el coro, que en este caso se transforma en las damas de compañía de la joven princesa.
(Recordemos, en este tupido monte de la mitología griega, en el cual es fácil perderse, que Clitemnestra y Agamenón tuvieron cuatro hijos: Ifigenia, Electra, Crisótemis y Orestes. Electra y Crisótemis, que no son mencionadas en el film por su nombre, permanecen en Micenas).

Entretanto, en la playa de Áulide, los soldados esperan. Aquiles dormita desnudo y sopla la arena sobre la playa, Odiseo se pasea, inquieto como el demonio. Los soldados, hastiados y acalorados, baten sus tambores. Agamenón, insomne,  observa preocupado la luna llena hasta que se dirige a su aposento, donde estalla y manda callar los tambores. Menelao lo observa en secreto. 

En el camino, Clitemnestra, con Ifigenia, Orestes y el resto de la comitiva descansan en su marcha hacia a Áulide. Ifigenia tampoco duerme y su madre le  canta, como hacía antes, para dormirla

Afrodita, déjame sentir la alegría del Amor y no esta locura /
Y ni siquiera una pasión salvaje

Una de las chicas del cortejo chismorrea, a propósito de esa pasión salvaje, acerca de “Helena, su hermana, que abandonó a su esposo, su hogar y sus hijos por la cama de Paris, el bárbaro”.
Dice la otra:
“¡Imagínate, empezar una guerra por una mujer!”

Mientras tanto,  Agamenón entrega al anciano esclavo una carta donde se retracta de la anterior y le dice a Clitemnestra que no traiga a Ifigenia, pero el anciano esclavo es interceptado por Menelao mientras Clitemnestra continúa su camino hacia Áulide. Agamenón reclama a Menelao su intromisión al obstruir al anciano la entrega de la carta. Menelao, por su parte le echa en cara a su hermano su indecisión, su falta de solidaridad con la causa de la guerra por el rescate de Helena y su ambición de poder, que explican esos constantes cambios.


Agamenón, a su vez, reinterpreta todos los acontecimientos que Menelao cree son debidos al pacto de ayuda mutua de los reyes como expresión de una lucha por el poder y el oro:

- Sólo tú permaneces ciego. Crees que los ancianos de Grecia van a la guerra por ti y por tu honor.  Sólo necesitaban una excusa y tú se la diste en bandeja.  Sus sueños de invasión se despiertan por el oro de Troya

 Lo mismo ocurre, continúa Agamenón, con Calcas: El oráculo no viene de ningún dios.

- Es un invento suyo de su mente celosa, una conspiración con mis enemigos.

Sin embargo ya es tarde. Clitemnestra está llegando con Ifigenia, y Agamenón, bañado en lágrimas, maldice a Helena, a Paris y a el mismo Menelao, quien, conmovido, ahora se pone de su parte y trata de convencerlo de que no sacrifique a Ifigenia, quien, al fin y al cabo, es su sobrina y no tiene ninguna culpa. Le propone que disuelva al ejército. Agamenón le agradece la propuesta, pero el ejército, “ese monstruo de mil cabezas que gobierno”, no va a aceptar esa medida. Además, Calcas, resentido, va a revelar el contenido del oráculo, o peor aún, Odiseo, quien proclamaría en voz alta al ejército que traicionó  al ejército y a los griegos.  Y rodarán las cabezas de todos, incluyendo la de Ifigenia. Es evidente que ningún dios puede responder a la pregunta de “¿Por qué?”.
Al fin, llega la comitiva real con Clitemnestra, Ifigenia y Orestes. La gente las saluda a su paso, creyendo que se trata de los preparativos de una boda.  Ifigenia le pide permiso a su madre para ser la primera en ir a saludar a su padre. El semblante abatido de Agamenón sorprende a Ifigenia, quien esperaba verlo feliz por su boda. Agamenón, a través de frases enigmáticas, le hace creer  que su tristeza se debe a la separación por su partida a Troya. Cuando ella trata de saber más, Agamenón le habla crípticamente de un sacrificio que se debe hacer ahora mismo en Áulide. Ella le se ofrece a acompañarlo.
-“Estarás siempre a mi lado, hija”
-“¿Bailaremos alrededor del altar?”
Al fin ocurre el inesperado y temido encuentro con Clitemnestra. Quiere conocer detalles acerca del novio, quién es, de quién es hijo, dónde se educó. Es Aquiles, hijo de Peleo y de Tetis. Se educó con Quirón,  el centauro. Se ha mantenido puro. Y es tan modesto que quiere que su boda sea secreta.
¿Y cuándo será eso? Cuanto antes, cuando haya luna llena. Bien. Que Artemisa los bendiga ¿Y el sacrificio a la diosa? Lo haré yo mismo. ¿Y el banquete de bodas? Será en la costa, junto a las naves. Qué extraño: establecer vida donde está la muerte. No me gusta. Pase lo que pase eres mi esposa y cumplirás con esto y con todo lo que te pediré.  No te preocupes. Bebí el amargo vaso de la obediencia gota a gota. Dime. Nuestra hija. Yo la llevaré a la ceremonia. Yo soy el padre. ¿Y dónde estará la madre? En Argos, con sus hijos. ¿Irme? ¿Ahora? Estás loco. La madre se encarga de la boda de su hija. Es su deber y también una costumbre. El caso está cerrado. No se discute más. ¡No acepto a la esposa de Agamenón paseando por los cuarteles! ¡Yo le di la vida! ¡Yo la casaré! Tienes  dos hijas menores que se quedaron solas. Los guardias las protegen fuera de los muros. Y dentro, manos valiosas las cuidan bien (sale). ¿Vas a escucharme? ¿Sí o no?
Y aquí,  Clitemnestra, en una escena que se me antoja digna de una comedia si no tuviera el intenso trasfondo trágico que ya conocemos, con un gesto con el abanico con el que hace un ademán de cortesía, para luego señalarse a sí misma mientras dice la palabra “yo”, le dice:


- No, por Hera, no te voy a escuchar. Todo el mundo es tu dominio: ¡gobiérnalo! Pero en mi casa gobierno  yo. ¿De acuerdo? Y ahora me voy.

Mientras Agamenón y Menelao buscan a Calcas para apresurar el sacrificio, antes de que su esposa los descubra, Aquiles a su vez va en busca de Agamenón, topándose, en realidad con Clitemnestra, quien lo recibe con halagos. El hijo de Peleo y de Tetis,  poco versado en mujeres, se extraña de que una dama tan hermosa se dirija a él en tono tan afectuoso e intente abrazarlo. Pero el quid pro quo se agrava en vez de resolverse cuando ella aclara que aunque es un secreto, ella lo sabe rodo porque es Clitemnestra, la esposa de Agamenón y su futura suegra. ¿Bodas? ¿De qué se trata? Nunca le ha pedido ninguna hija a Agamenón por esposa. Nadie le ha dicho nada. Y si le hubieran consultado, bien, pero ¿cómo ha procedido así el rey de Argos, involucrándolo en un matrimonio sin tomarlo en cuenta? Clitemnestra, avergonzada y  humillada, se siente deshonrada y engañada. Cuando Aquiles, encolerizado, va a reclamarle a Agamenón, llega el anciano sirviente, que ha estado observando todo, los lleva a un lugar apartado y les descubre el macabro plan. Con gritos desgarradores que son escuchados por Ifigenia y sus acompañantes,  Clitemnestra llora desconsoladamente mientras abraza al anciano; le suplica de rodillas a Aquiles que la ayude. Aquiles le responde que ha obedecido a los atridas (Agamenón y Menelao) mientras gobiernen bien, pero no se convertirá en cómplice de un hecho vergonzoso. Él hubiera aceptado lo que le hubieran propuesto para el bien del ejército. Pero lo ignoraron y tramaron un engaño a sus espaldas. Clitemnestra puede contar con él. Quien se atreva a poner una mano sobre su hija será el primero que tiña con sangre su espada. Le propone a Clitemnestra que hable con Agamenón y trate de convencerlo, a fin de evitar la violencia. Pero si ella falla, él estará cerca vigilándolo todo.
Ifigenia, que ha escuchado todo, huye hacia el bosque a lamentarse y se esconde, mientras en la playa continúan los preparativos de Calcas y Odiseo, ante el clamor y presión de la tropa, que aún cree que se trata de una boda.
Con el cabello suelto y vestida de negro, Clitemnestra aguarda a Agamenón, que va a buscar su armadura. Delante del pequeño Orestes, demasiado pequeño para entender lo que allí se trata, Agamenón le manda que vaya a buscar a Ifigenia para el sacrificio nupcial, fingiendo que se trata de sacrificios de animales y ofrendas de cebadas y bebidas. Clitemnestra le pregunta en tono más suplicante que amenazante:
 - “¿Es cierto que vas a matar a tu hija?”
Ante las evasivas de su esposo, le repite la pregunta, pero Agamenón no se atreve a responder y ella lo entiende como una afirmación. Clitemnestra le recuerda cómo él se casó con ella mediante un crimen, cuando asesinó a Tántalo, su esposo y la raptó, cómo se arrastró a los pies de su padre cuando sus hermanos lo buscaban para vengarse, confiando en un viejo débil para suplicar piedad y consiguió piedad y algo más: a ella por esposa. Los años han calmado su odio. Ella, que no lo amaba, convirtió su sumisión en poder, y sostuvo su casa con devoción. Hizo crecer su poder y le dio a Orestes, allí presente, y antes que él, tres hijas. Y todas son su propia carne.

- Y ahora, ¿quieres matar a una de ellas? Y te preguntarán ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué? Por qué la mataste? Dilo. ¡Que con la sangre de tu hija pagas el rescate de una ramera!
¿Y si vas a Troya, ¿qué coraje tendré yo de sostener tu casa? En cada paso mío oiré sus pisadas. Y en cada sombra sus ojos arderán como velas. Sola, vestida de negro, contaré las horas negras con oscuras maldiciones Gritaré día y noche: “¡Mi esposo es un asesino!” ” ¡Padre y asesino!”
Algún día la guerra terminará y si sobrevives te estaré esperando junto a mis hijos…nuestro odio será como una serpiente de cuatro cabezas. Una minucia,  sólo eso se necesitaría para salvarla. Una excusa, no mucho. ¡No lo hagas, no me arrojes al demonio! Cuando la sangre fluya sobre el altar, ¿adónde mirarás? ¿Tendrás los ojos cerrados y rezarás? ¿Qué clase de oraciones rezan los infanticidas? ¿O quieres que rece por ti? Si existe un dios, ¿por qué burlarme de él? deberías pensarlo mejor. Todo esto. Aunque la gloria te haya cegado, si sólo te interesa el poder, debes probarlo ahora. ¿Acaso no eres el líder? Diles: “Griegos, todos estamos involucrados en esta guerra. Echémoslo a suerte y que el destino decida la hija de quién morirá”. ¡Si no, que tu hermano Menelao sacrifique la hija que Helena le dio! ¡Ella empezó todo este maleficio! ¿Por qué debo pagar yo por su desgracia? ¿Por qué debo destruir mi vida para arreglar la de ella? Es tanto tu hija como la mía. Apiádate de ella.

Agamenón sale con Menelao y  manda a llamar a Ifigenia. Pero ella ha desaparecido.
Odiseo pregunta, Agamenón no sabe. Odiseo le advierte que el ejército espera. El oráculo expresa la voluntad de los dioses y esto se sabrá. Ojalá la encuentren cuanto antes. Lo dice por bien del mismo Agamenón. Clitemnestra le implora, pero Agamenón, desesperado insiste en que no puede hacer nada. Salen en busca de Ifigenia.
Aquiles, revestido de su armadura, busca a su guardia. Pero se han ido  al templo de Afrodita, al igual que los demás soldados.  La multitud enardecida del ejército escucha a Odiseo, quien, acompañado de Calcas, les revela el contenido del oráculo: los dioses ordenan, por el honor de Grecia y por su juventud dispuesta a morir en la batalla, que Agamenón, primeros entre los primeros, debe ser el primero en sacrificar a su hija. Y Grecia triunfará.  Piden a gritos el sacrificio.


Ifigenia es encontrada y llevada ante Agamenón. Padre - dice – ojalá pudiese, como Orfeo, cantar y hacer que hasta las piedras me amen. Ojalá pudiera cantarte, pero no puedo. Dime, ¿qué debo hacer para que te apiades de mí? ¿Llorar? Estoy llorando. ¿Suplicarte tanto como quieras? ¿Arrodillarme y besarte los pies? Soy yo, Ifigenia, la primera de tus hijos en llamarte padre. Soy yo, a quien sostuviste en brazos, besándome y diciéndome, “hija mía, que los dioses me den poder para ver el día en que te cases con un rey”. Y yo te tiraba de la barba y decía, “cuando envejezcas vendrás a mí, y por cada caricia que me diste yo te daré mil”. ¡No, padre, no! Si no te apiadas de mí, apiádate de mi madre.  Si me matas es como matarnos a ambas. ¿Por qué no me miras? ¿Qué te estoy pidiendo? Nada. Sólo una mirada, un beso.  Así que, si desperdicio mis palabras, recordaré tu beso en ese momento. ¿Por qué deben culparme por Helena? ¿Por qué me culpan de que Páris se haya enamorado de ella? Mi querido Orestes, sé que aún eres joven. No puedes ayudarme, pero inténtalo. Ven.  Arrodíllate aquí conmigo. Suplícale. Padre, mira. Te está suplicando con su silencio. ¡Míranos! Mira a tus hijos. Aquí, a tus pies. Nosotros dos. Un niño pequeño. ¡Tan pequeño! Y una niña que desea vivir. Vivir. Para caminar bajo el sol. ¿Por qué querría morir? Estaría loca. Es mejor estar infeliz y viva que muerta y glorificada.
El coro, la nodriza interceden:
- Rey, apiádate, déjala vivir.
Pero Agamenón no cede. Daría su vida, si pudiera por sus hijos. Pero no puede. Esto no puede deshacerse. Debe llevarse a cabo. Hay mil hombres esperando alrededor con armas mortales en su mano.  El oráculo dijo que jamás verían Troya a menos que él ofreciera la primera víctima. Nada los detiene. ¡El frenesí de guerra a fuego lento que había en su interior ahora hierve! Si él detiene esto ahora dirán que está a favor de los bárbaros. ¡No sólo los exterminarán a ellos sino también a sus hermanas y a toda la ciudad de Argos! ¡Él no es el esclavo de Menelao, quien no puede gobernarlo! ¡Él sólo tiene un amo, al que sirve: Grecia!

- Verás: Grecia es más poderosa que nosotros dos. Aunque nos pida algo tan horrible es por su propio bien. Esto es lo que creemos todos los griegos. Que es el único camino a la victoria.

Clitemnestra sostiene en su regazo a Ifigenia. Lloran juntas y Clitemnestra la mece  y la arrulla mientras le canta:

Sol, tú que das luz 
a la vida 
escóndete 
para que la muerte 
no nos encuentre…

En la playa, cerca del altar, el ejército clama por el sacrificio. Odiseo apura a Calcas, pues está comenzando a soplar el viento. Aquiles aparece y se dirige a los mirmidones, sus soldados,  e intenta ser escuchado, les dice que todo es una mentira, un invento de Odiseo. Agamenón le entregó su hija. Odiseo lo contradice: no fue a Aquiles sino a Artemisa a quien se la entregó, para que la sacrificara a cambio de la victoria. ¡Sacrificio! Pone por testigo a Calcas y a los dioses. Aquiles apela a sus bravos mirmidones: es la prometida de su rey. ¿Van a permitir que la maten? Los mirmidones responden: ¡Sí! ¡Vinimos a una guerra, no a una boda! Y otros se burlan: ¡Lo aturdió el amor! ¡Nos deja por una mujer! ¡Sacrificio! Y le lanzan piedras a su propio rey, de modo que Aquiles tiene que huir. Se dirige a la casa de Agamenón, adelantándose al ejército que corre en tropel a buscar a Ifigenia.  Les explica su fracaso en convencer al ejército. Estamos perdidos, dice Clitemnestra. Aquiles e Ifigenia se miran.




AQUILES. No temas, pelearé por ti.
CLITEMNESTRA. Que los dioses compensen tu valentía.
AQUILES. Me compensarán, si tienen ojos.
CLITEMNESTRA. ¿Debo tener esperanzas?
AQUILES. Sí. Mientras siga vivo.

El ejército se acerca, dirigido por Odiseo. Es capaz de arrastrarla al altar por el cabello. Que se esconda y se ponga a resguardo. Aquiles se prepara para salirles al encuentro, cuando Ifigenia, inesperadamente, sale al encuentro del ejército ante la mirada atónita de Aquiles. Clitemnestra intenta disuadirla. Pero ella sigue adelante, impertérrita, hasta que Odiseo baja del caballo y  se le acerca mientras con un gesto ordena que se haga silencio.




IFIGENIA. Tráiganme mi velo y mi corona nupcial.  Madre, escúchame. No nos beneficia querer lo imposible. Ni siquiera lo intentes. Sé que es difícil para ti, pero para mí es más difícil vivir. Escúchame y entenderás. Es muy simple. Hoy moriré. No puedo evitarlo. Pero ¿cómo moriré?  Sólo yo lo decidiré. Y lo he decidido. Moriré en paz, orgullosa y hermosa. Esto para mí será como una victoria. Madre, debes entender. Los griegos, a una voz, piden mi muerte. ¿Cómo desafiarlos? Soy sólo una y ellos son miles, dispuestos a morir luchando. ¿Por qué yo no voy a hacerlo? ¿Acaso valgo más que ellos? ¿Incluso más que uno de ellos? ¿Qué dirías si fueras su madre? Y una cosa más. Hoy hicimos un amigo. ¿Lo dejaré morir luchando contra un ejército entero? Sería desagradecida y no quiero eso. Quiero que viva. Sería una lástima desperdiciar una valentía así por una vida sin importancia como la mía. Ya que Grecia quiere mi vida, yo se la doy. La muerte será mi boda, mis hijos y mi gloria. Si, madre, deberías estar agradecida de que seamos griegas y no bárbaras ni esclavas.

AQUILES. Si los dioses me amaran,  hoy habrías sido mía, Envidio a Grecia que te está llevando, y te envidio por la gloria que ella te da.  No hay nada que no daría por salvarte. Habla, antes de que sea tarde. No hay regreso de la muerte.

IFIGENIA. Lo sé. No le temo a la muerte. Sólo pienso en cuánta sangre se derramará por Helena, y digo que es suficiente. No mates por mí.  Y sobre todo, no dejes que te maten.

AQUILES. Dado que la muerte no pudo doblegarte, ¿qué puedo decir? Quiero que sepas una cosa:
Puedes cambiar de parecer a último momento. Estaré cerca (le acaricia el rostro). No olvides esto. No quiero que mueras.


Aquiles sale hacia el altar y las doncellas le colocan a Ifigenia el velo nupcial. Se despide de la madre, a quien le pide no guarde luto, bese a sus hermanas y críe a Orestes para que sea un hombre importante. Le pide algo más: que no odie a Agamenón. Él no es culpable. Lo que hace es sin quererlo. Un sacrificio por Grecia. Pero Clitemnestra no piensa igual. Agamenón es culpable y pagará por esto.  No es un sacrificio sino un asesinato vil y cobarde.
Las doncellas de Ifigenia le colocan el velo.
IFIGENIA. Vamos, mis queridos amigos, ya basta de lágrimas. Empiecen a cantar, para que se despierten los vientos. Se harán a la mar.
Revestido de su armadura y su yelmo, la recibe Agamenón cerca del altar. Una marcha que pretende ser nupcial, pero que con los timbales y las maderas nos hace saber que es una marcha fúnebre, la acompaña en la pista sonora. Agamenón  le coloca la corona nupcial y la rocía con agua lustral. Arriba, Calcas la espera, en su negro atuendo. En el camino hacia el altar del sacrificio, Aquiles la observa por si hay algún cambio. Pero ella sigue ascendiendo la cuesta. Todos la miran en silencio desde abajo: Odiseo, Agamenón, las doncellas, Menelao, hasta que voltea y a su vez mira hacia abajo, mientras dice:
Adiós, mi adorada luz.

Calcas toma a Ifigenia por los hombros y la lleva al altar. Espeso humo los cubre. Agamenón intenta ver lo que ocurre arriba, pero el humo se lo impide.
El viento sopla. Odiseo ordena a los soldados ir a las naves. El ejército vitorea. Todos corren hacia las naves, sin dejar de aclamar y vitorear.  Son miles de soldados los que corren jubilosos a las naves. Agamenón, embutido en su casco, los mira. Clitemnestra regresa a Argos con Orestes y el séquito, mientras una fuerte ventolera sacude los toldos y cualquier cosa que se deje sacudir. Las velas de los navíos se hinchan. Anochece. Clitemnestra, de lejos, observa los barcos. Su mirada indescriptible muestra el cambio que se ha operado en ella, mientras el cabello, batido por el viento, la tapa a veces la cara. Un clarinete canta una elegía. Las negras naves, con sus antorchan cruzan el mar de Áulide. La mirada de Clitemnestra se congela. Aparecen los créditos.




LOS ACTORES


Irene Papas no sólo interpretó a  Clitemnestra, personaje que ya había representado en el teatro con Cacoyannis diez años antes al montarse Ifigenia en Áulide de Eurípides, sino que él escribió especialmente para ella ese papel en el guión en griego moderno, que contiene, a mi modo de ver, matices y
profundidades que no aparecen en la tragedia original. Una vez más se completaba la “helénica trinidad” (Cacoyannis / Papas / Theodorakis) que había dado tan buenos resultados en los dos films anteriores.


El personaje que me parece central en esta tragedia, por la complejidad de su conflicto (*) es Agamenón: ambicioso pero pusilánime; valiente pero a la vez cobarde ante las presiones de las masas y concretamente del ejército, fue interpretado por Kostas Kazakos. Actor y político griego hoy octogenario, originario de Pyrgos, Ilia, ha trabajado en numerosas obras teatrales como Herr Puntila de Bertolt Brecht.  En el cine, aparte de Ifigenia, ha actuado en Enas delikanis (1963), Act of reprisal (1964), Oi sfaires den gyrizoun piso [Las balas no regresan] (1967) y O anthropos me to garyfallo [El hombre del clavel] (1980). Fue elegido en 2007 en las elecciones parlamentarias griegas por el Partido Comunista Griego y reelecto en 2009.



El papel de Menelao, esposo de Helena o Elena y hermano de Agamenón, lo tuvo a cargo el ateniense Kostas Karras (o Costas Karras). Proveniente del teatro pero con varias películas en su haber, como Imperiale (1968), Ipolochagos Natassa (1970) e Ifigenia (1977) tuvo también un destacado desempeño en la política. Entre 2000 y 2007 fue, al igual que Kostas Kazakos, miembro del Parlamento griego, pero por el Partido de la Nueva Democracia. Murió en 2012 a los 74 años después de haber batallado 6 meses contra el cáncer.






Tatiana Papamosju contaba apenas con 13 años de edad cuando Cacoyannis la escogió para representar el papel de Ifigenia. Nacida en Atenas en 1964, ha sido protagonista de numerosas obras teatrales y producciones para la televisión griega, pero no tenía ninguna experiencia previa en el cine cuando le tocó interpretar a la desdichada hija de Agamenón. La imagen de su rostro doliente coronado de flores recorrió el mundo y su actuación memorable la hizo merecedora del Premio a la mejor actriz principal en el Festival Cinematográfico de Tesalónica.





El intérprete del personaje de Odiseo o Ulises, pero mostrado por Cacoyannis con los rasgos más deleznables de un demagogo, militarista y oportunista fue Jristos Tsangas, quien, aparentemente tampoco tenía experiencia previa en el cine.



La actuación como Aquiles fue encomendada a Panos Mijalópulos, quien, por el contrario, ha tenido una presencia activa tanto en el cine como en la televisión griega. Nacido el 15 de enero de
1949 (67 años) en Kalamata, Grecia, arrancó con buen pie encarnando a Aquiles en esta película para aparecer  ese mismo año junto a Jean Marais en el film francés para la televisión Vaincre  à Olympie  (Vencer a Olimpia). Este salto le permitió, posiblemente gracias a su buena apariencia física, actuar en muchas películas que, si bien estaban limitadas al público helénico y con escasa proyección internacional, le dieron bastante fama en su país.  


Angelos Yanulis (o Giannoulis) es el actor que interpreta al anciano esclavo cuya revelación a Clitemnestra y Aquiles sobre el oráculo desempeña un papel de tanta importancia en el desenlace de la tragedia. Como muchos de los actores mencionados, su trayectoria fue predominantemente teatral. Entre 1945 y 1983 intervino en 125 obras del Teatro Nacional de Grecia. En el cine trabajó en El lago de los deseos (1958), El viaje (1962), Ifigenia (1977), Milo-Milo (1979), y Day Off ( 1982), entre otras.







MICHAEL CACOYANNIS, AUTOR

Por lo común, las adaptaciones  cinematográficas de obras literarias plantean dificultades enormes, como lo señalé en el comentario que hice sobre Oliver Twist en la entrada de este blog titulada El Oscar. Perdedores y ganadores . O mantienen una fidelidad extrema al texto original, lo que no siempre es posible por la longitud del texto, o hace que la película no tenga valores propios, o se aleja total o parcialmente del mismo para convertirse – en el mejor de los casos – en una obra de arte independiente. Visconti y Kubrick, representan, a mi modo de ver, los mejores ejemplos de estos extremos.  Cacoyannis, en su trilogía, y especialmente en Ifigenia, logra mantener una gran fidelidad al texto de Eurípides, pero enriqueciéndolo con valores propiamente cinematográficos, que atañen, por supuesto, no sólo al guión, sino también a la fotografía, el montaje, la dirección artística y el vestuario.
Pero ciñéndonos específicamente al guión, y concretamente a los diálogos, hay un elemento original que no sólo rebasa las posibilidades de un clásico griego como Eurípides, sino que implica un contexto totalmente diferente. Por ejemplo, veamos el diálogo entre Agamenón y Menelao donde aquél le dice a su hermano: - “Sólo tú permaneces ciego. Crees que los ancianos de Grecia van a la guerra por ti y por tu honor.  Sólo necesitaban una excusa y tú se la diste en bandeja.  Sus sueños de invasión se despiertan por el oro de Troya”Lo mismo ocurre con los melindres religiosos de Calcas: El oráculo no viene de ningún dios. Es un invento suyo para congraciarse con la oligarquía militar
Cacoyannis, por boca de Agamenón, dice: todo eso no es más que überbau. Es la superestructura ideológica  (Marx) debajo de la cual lo único que subyace es el amor al oro de los bárbaros. Es la misma tesis  que explica Cacoyannis por boca del narrador en el prólogo de Las troyanas .    ¡Oro! ¡Oro en abundancia! ¡Armaduras arrancadas a los muertos!...
…y de un soldado en la tercera parte de aquél film: Helena debe estar en el desfile triunfal de los griegos…es un trofeo ensangrentado, pero como si fuera de oro puro…eso es lo que buscaban y ella les dio el motivo…


 Toda la mojiganga sobre el rapto de Helena como causa de la guerra – parece decir Cacoyannis - no es más que ideología, en el lenguaje del barbudo de Tréveris. Sólo que en este caso el profesor de marxismo es Agamenón en lugar del soldado. También Menelao hace su aporte al materialismo histórico cuando interpreta todas las idas y venidas de su hermano como un modo de tranquilizar su conciencia.  No quiero insinuar que Cacoyannis nos estuviera embaucando con un panfleto comunista, sino que el marxismo formaba parte de su entorno cultural (por ejemplo, con amigos como Theodorakis) e impregnaba el aire que se respiraba en el mundo después de los sesenta y setenta. Además, en el marxismo hay verdades que pertenecen al patrimonio común de la humanidad (¿fue Marx o Engels quien dijo que había aprendido más economía política leyendo a Balzac y a Dickens que en todos los tratados especializados?).
Otro elemento propio de Cacoyannis que no aparece en el texto de Eurípides es el pronunciado por Ifigenia al final, cuando se opera en ella el cambio y decide morir.  En el texto de Eurípides, Ifigenia dice, refiriéndose a Aquiles: 

No conviene que combata solo contra todos los helenos, a causa de una mujer, ni que muera. Un solo hombre es más digno de ver la luz que mil mujeres. Y si Artemisa quiere tomar mi vida, ¿voy á resistirme a una Diosa, yo, que soy mortal? No puede ser. Doy, pues, mi vida a la Hélade. ¡Matadme, y destruid Troya! ¡Allí estarán mis monumentos eternos, mis bodas, mis hijos y mi gloria! 
¡Madre! conviene que los helenos manden en los bárbaros, y no los bárbaros en los helenos. Aquéllos han nacido esclavos, y éstos han nacido libres (Eurípides, Ifigenia en Áulide).

No tiene mucho que ver este texto con lo que hemos transcrito anteriormente en el relato de la película (fiel transcripción de los subtítulos): 

Soy sólo una y ellos son miles, dispuestos a morir luchando. ¿Por qué yo no voy a hacerlo? ¿Acaso valgo más que ellos? ¿Incluso más que uno de ellos? ¿Qué dirías si fueras su madre?

No se trata solamente de una adaptación para eliminar el texto machista a nuestros oídos y políticamente incorrecto, sino que en el de la película hay un matiz de compasión, de solidaridad que son producto del cristianismo, o si se prefiere, del post-cristianismo, donde se piensa al otro como prójimo, como otro-posible-yo en cuyos zapatos me puedo y me debo poner.

Así mismo, el cambio de Ifigenia, que tantos dolores de cabeza parece haberles dado a los críticos, resulta comprensible si se le ubica en un contexto existencial. Ifigenia le dice a la madre:

Es muy simple. Hoy moriré. No puedo evitarlo. Pero ¿cómo moriré?  Sólo yo lo decidiré. Y lo he decidido. Moriré en paz, orgullosa y hermosa. Esto para mí será como una victoria.
Para Karl Jaspers la muerte es la situación límite por excelencia. Ante ellas, nos quedan dos opciones: desesperarnos o mirarlas a la cara, de frente, con nuestra inalienable libertad. Para decirlo con palabras de Viktor Frankl cuando afirmaba: "...al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas -la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias- para decidir su propio camino". El hombre es lo que decide ser. Ifigenia no es una víctima del destino, de la necesidad, parece decirnos Cacoyannis. En ella ocurre un rápido proceso de maduración, como una revelación, en el que descubre un sentido a su existencia y que puede elegir su actitud ante la muerte. El detonante parece haber sido darse cuenta de que Aquiles estaba exponiendo su vida al tratar inútilmente de salvar la de ella. Pero sería muy reduccionista el limitarlo a un flechazo amoroso con su gallardo novio postizo, lo que me parece violentar el texto, tanto el de Eurípides como el de Cacoyannis.





A MANERA DE EPÍLOGO
Mi formación escolar en el idioma griego, como la de la mayoría de los bachilleres en ciencias y de los médicos egresados de la UCV, es nula.  Cuando se estrenó en Caracas esta película, circa 1978, trabajaba yo en el Hospital Vargas. Paralelamente tenía (y tengo) un interés personal en las Sagradas Escrituras. Registrando librerías después de un almuerzo con mi maestro y amigo, el doctor Jesús Mata de Gregorio, nos compramos sendas ediciones de El griego del Nuevo Testamento de Irene Foulkes, un método de instrucción programada bastante ameno y eficaz del griego que  se hablaba y escribía en la época que se escribieron las cartas de Pablo, los Evangelios y el resto del Nuevo Testamento. El doctor Mata y yo nos aventuramos a estudiar con ese método que, nos aseguraba la autora, era el griego koiné o “común”, que según me dijeron algunos entendidos, es muy parecido al griego moderno.  Gracias a esta “fiebre” transitoria, tanto el doctor Mata como yo pudimos tener una experiencia inusual cuando cada quien se fue a ver la Ifigenia de Cacoyannis. No sabíamos que la versión del film estaba en griego moderno y nos asombramos de cuánto habíamos aprendido cuando, casi sin quererlo entendíamos muchísimas palabras y expresiones de la película. Claro que sin los subtítulos nos hubiéramos quedado en Babia, pero con esa ayuda la disfrutamos de modo singular. Casi cuarenta años después, viendo la versión digital tanto de Ifigenia como de Electra, la experiencia se repitió, como no ocurrió, por supuesto, con Las troyanas, donde sufrí el déjà  vu de estar presenciando una extraña obra de Shakespeare.
Vale la pena que esta película la veamos en su versión original aunque sea precario nuestro conocimiento de griego, porque de rato en rato podremos entender, con la ayuda de buenos subtítulos, detalles que es imposible disfrutar en una versión doblada, como le pasó a mi amigo y compadre Marcelo Hernández cuando Clitemnestra (Irene Papas) le reclama a Agamenón (Kostas Kazakos) que Ifigenia muera “por ir a buscar a esa πόρνη [porni]: de Helena”.
La misma palabra con p… sólo que en griego.






                                                               FICHA  ARTÍSTICA


Irene Papas: Clitemnestra:
Kostas Kazakos: Agamenón
Kostas Karras: Menelao
Tatiana Papamosju: Ifigenia
Jristos Tsangas: Odiseo
Panos Mijalópulos: Aquiles
Ángelos Yannoulis: Esclavo
Dimitris Aronis: Calcas
Georges Vourvahakis: Orestes
Irene Koumarianou: Nodriza
Giorgos Oikonomou: Mensajero
Dimitris Kontogiannis: Mirmidón

TAMBIÉN: Yorgos Charalabidis, Tasos Lertas, Dimitris Mitsoulas, Dimitris Liagas, Mihalis Hairetis, Makis Mourselas, Vaios Triandafyllou, Mpampis Tsikliropoulos, Thanasis Lagaros, Elene Maniati, Eleonora Stathopoulou, Pitsa Konitsioti, Sofia Sfioera, Kaiti Manolidaki, Roula Roula Kanellopoulou, Sofia Kakarelidou, Vasia Konsta, Dezy Sempekopoulou, Elisabet Voulgari, Patricia Ancira.






                                            FICHA TÉCNICA

Productor y director M. Cacoyannis

Música: Mikis Theodorakis

Director de fotografía:  Yorgos Arvanitis
Montaje:  Takis Giannopoulos y M. Cacoyannis

Fotografía: Yorgos Arvanitis y Giannoula Goneifeld

Diseño de vestuario y de producción: Dionysis Fotópoulos

Maquillaje: Fani Alexaki
Peinados: Matoula Marinou y Michelle

Productores ejecutivos:  Stefanos Vlachos (gerente)  y Yannoula Wakefield (supervisora)

Directores de segunda unidad o Asistentes de director: Giannis Diamantopoulos , Thanos Diavellas y Takis Katselis. 
Departamento de Arte: Giorgos Koliopanos (jefe de utilería)
Sonido: Mimis Kasimatis (grabación) y Nikos Ahladi (operador del boom)



Departamento de Electricidad y cámara:
Giorgos Athanasiadis… segundo asistente de cámara
Haris Milonas …foto fija
Nikos Paizanos … primer asistente de cámara

Giorgos Plevris   …  cables
Sokratis Savvas    … capataz

Vestuario: Ivi Mavridi (supervisor)
Script:  Matina Brousta
Localización: Michalis Lambrinos
Secretaria de producción: Heidi Stroh
Asistente de producción: Stamatis Vlassis


(*) Imposible no recordar los versículos del Génesis (22: 1-19) donde Abraham lleva a Isaac al holocausto mientras le oculta que él mismo será la víctima para el sacrificio. Pero mientras allá, en medio del dolor está la fe en el que le ha jurado que su descendencia le vendrá por ese hijo al que paradójicamente le ordena sacrificar (lo que le hace exclamar: -“Dios proveerá, hijo mío, el cordero para el sacrificio”) aquí la mala conciencia que nace de su desesperación ("La desesperación es mi única aliada") en conflicto con su tierno amor de padre, lo lleva a seguir ocultando sus verdaderos propósitos, mas no su inmensa tristeza. Otros textos de la antigüedad presentan paralelismos con la tragedia de Ifigenia. En el Antiguo Testamento tenemos el  sacrificio de la hija de Jefté (Jueces 11:30-40) y en la mitología griega el sacrificio de Idomeneo, que dio base a una ópera de Mozart.








                                                             REFERENCIAS



Cacoyannis, Michael. Ifigenia. Versión digital en DVD, subtitulada (lamentablemente los subtítulos no están acreditados).

Encyclopaedia Britannica. Artículo sobre Eurípides. 1968

Lopez Jimeno,   Amor. “La trilogía euripídea de Cacoyannis” en Στις Αμμουδιές του Ομήρου, Homenaje a Olga Omatos, J.Alonso Aldama – García Román- Mamolar Sánchez, (ed.), Universidad del País Vasco, Vitoria 2007, 511-529. 

Padilla, Franklin. Una visión teológica de la salud mental. Archivos Venezolanos de Psiquiatría y Neurología. Vol. 44 /N ° 90-91 / enero/diciembre 1998 pp 8-14. También en: http://micolchaderetazos.blogspot.com/2012/03/una-vision-teologica-de-la-salud-mental.html

Padilla, Franklin. Necesidad de un saber no acumulativo en Psiquiatría.Archivos Venezolanos de Psiquiatría y Neurología, julio-diciembre 2014, vol. 60 N° 123. También en: http://micolchaderetazos.blogspot.com/2015/07/necesidad-de-un-saber-no-acumulativo-en.html

Valverde García, Alejandro. Actividades para el estudio de Ifigenia en Áulide de Eurípides sobre “Ifigenia” (1977) de Cacoyannis
(Sobre un artículo publicado en Estudios Neogriegos 7, 2004, pp. 111 – 127)

Valverde García, Alejandro. Propuestas de paz en la Grecia antigua. Tamyris 3 (1999), pp. 8-13. En: http://iessantisimatrinidad.academia.edu/alejandrovalverde

IES Santísima Trinidad. Baeza (Jaén) allenvalgar@hotmail.com

Wikipedia. Artículos sobre Ifigenia, Michael Cacoyannis, Irene Papas, etc. en: https://es.wikipedia.org