Retazos de temas que me han interesado alguna vez, experiencias vividas, recuerdos, libros leídos, textos perdidos y rescatados, films que han dejado una impronta en mi memoria, pero también proyectos no realizados o postergados...







sábado, 25 de junio de 2011

RECORDANDO A VICENTE EMILIO SOJO

Es difícil escribir sobre Vicente Emilio Sojo sin dejarse tentar por su copioso anecdotario. Su figura era conocida no sólo por los músicos y cultores de la música sino por los habitantes de la Caracas de mediados del siglo veinte.  Siempre atildado, de traje oscuro y chaleco, leontina con su reloj de bolsillo y algunas veces bastón y sombrero, el Maestro de los músicos venezolanos caminaba por los lados de Santa Capilla cercanos al la Escuela Superior de Música, luego Escuela de Música José Ángel Lamas, con donosura y carácter.  La Avenida Urdaneta, la Plaza Bolívar, las esquinas de Jesuítas, Tienda Honda, Veroes e Ibarras, eran atajos donde lo veía cualquiera que anduviese por ahí en horas de almuerzo. Comía en una cantina de unos chinos hacia los lados donde todavía se encuentra el Colegio La Salle de Tienda Honda,  tabuco donde servían acemitas, café y otras viandas que no puedo citar porque nunca comí allí; pero no piense el lector en los restaurantes cantoneses, pues eran lugares modestísimos donde se servía a una clientela de parroquianos que se sentaba en una barra.
Yo no lo conocía aún, ni él a mí, aunque en mi aún cercana infancia había tenido una fugaz pasantía por el Conservatorio; pero como dije, cualquiera lo podía ver en la calle.  Una vez me tocó presenciar uno de sus gestos cívicos:  una mujer intentó cruzar la avenida Urdaneta con la luz roja para los peatones. Sojo le cerró el paso con el bastón, al tiempo que le decía: 
- "¡Señora, cumpla con sus deberes para que exija sus derechos!"
La dama, avergonzada por la reprimenda de aquella figura de lord inglés con abundante y canoso bigote,  se regresó para la isla sin chistar .

El Maestro Sojo era Profesor de Dictado Musical, el último año de la formación elemental, y luego detentaba las materias de la Cátedra de Composición,  Armonía y Contrapunto. No nos daba clases a los de los dos primeros años de Teoría y Solfeo, pero como director del conservatorio velaba por el decoro y la regularidad de éstas, y si mi memoria no me engaña, algunas veces suplió al profesor, que en nuestro caso era Víctor Guillermo Ramos, a la sazón fagotista de la Orquesta Sinfónica Venezuela, institución fundada por el Maestro.
Uno de nuestros condiscípulos era un chinito muy inteligente y aventajado, pero sumamente imprudente, quien en un momento en que nos encontrábamos subiendo una escalera del jardín de la Escuela, le espetó una pregunta aparentemente inocente, pero que a Sojo le incomodó:
-"Maetlo:  ¿qué intlumento toca uté?"
Sojo dio un rodeo, explicándole que él era compositor y profesor de composición y que por lo tanto debía ser muy versátil en este sentido.
-"Sí, Maetlo, pelo...¿qué intlumento toca?"
Volviendo la cara hacia los otros que estábamos allí, nos miró con evidente expresión de desagrado, dió media vuelta y se retiró.
Tiempo después, cuando ya cursábamos Armonía en la Cátedra de Composición que él dictaba, nos tocó presentar exámenes.  Para ello nos reuníamos un domingo los cursantes de todos los años.
El chinito (lamento no recordar su nombre) había cursado los programas de segundo y tercer año de Armonía, y quería saber en cuál de ellos tenía que examinarse.  Se acercó al Maestro, quien leía su ejemplar dominical de La República, órgano oficioso de su partido, Acción Democrática, y lo abordó, iniciándose  el siguiente diálogo, no exento de suspenso:
-"Maetlo, yo culsé segundo y telcel año: ¿plesento lo dos año o sólo telcelo?"
-"¿En cuál año se inscribió?"
-"En segundo año, maetlo"
-"Entonces va a presentar segundo año".
-"Lo que pasa, maetlo es que yo culsé segundo y telcelo"
-"Pero ¿en qué año se inscribió?"
-"En segundo año"
-"Pues presente segundo año"
Ya todos nos mirábamos las caras presintiendo el desenlace.  El diálogo se prolongaba peligrosamente, Sojo veía por encima del borde de La República al chinito, quien no paraba:
-"Lo que pasa maetlo, e que yo culsé ploglama de segundo y telcelo"
-"Pero ¿en cuál año se inscribió?"
-"En segundo año, maetlo pelo é que...
Se levanta Sojo como un Júpiter tonante, sacude en el escritorio el periódico doblado al tiempo que golpea con el pié el piso de madera y dice enérgicamente:
-"¡Segundo año!... ¡Y  Mao-Tse-Tung no se equivoca!"
Eran los días de la Revolución Cultural  China, y la prensa todos los dias mostraba multitudes enardecidas por el entusiasmo, especialmente de jóvenes que enarbolaban el Libro Rojo,  con las máximas infalibles del Presidente Mao y contraponían su pensamiento correcto a las decadentes manifestaciones pequeño-burguesas.
Al parecer, el chino se quedó tranquilo, pues salió obediente, aunque perplejo, a sentarse en su pupitre y a escribir su examen.

Aunque he querido contar principalmente los episodios de la vida de Vicente Emilio Sojo de los que fui testigo, vale la pena relatar algunos que perfilan mejor su personalidad, como son los relacionados con la vida política del Maestro. Ya señalé su militancia en Acción Democrática, apareada con su amistad con Rómulo Betancourt, quien era oriundo también de Guatire, su patria chica.
Pero quizá no es tan conocida su actitud durante la dictadura.  Oí decir que Pedro Estrada le envió más de un esbirro a espiarlo en la Escuela de Música, y era lógico tratándose de adeco tan ilustre y comprometido.  Algunas veces los descubría y los ponía de patitas en la calle.  Otras se desarrollaba una comprensible actitud paranoide que le hacía sospechar de quien no tenía ninguna culpa.  Pero podía ocurrir lo siguiente: para espiar a Sojo había que ser alumno del Conservatorio.  Para ello el sujeto debía aprobar un severo examen de admisión.  Si lo lograba, era porque tenía oído y condiciones musicales: se convertía en un discípulo potencial de Sojo.  Podía ser que éste lo descubriera, pero también que el esbirro empezara a jugar un doble juego en que fingía espiar al Maestro mientras seguía sus estudios...

Con Rómulo Betancourt
El maestro Alexis Berrocal contaba que durante un Festival de Música en la recién inaugurada Concha Acústica de Bello Monte, allá por el año 1954,  la Orquesta Sinfónica Venezuela iba a dar un concierto dirigido por el Maestro Sojo en presencia del dictador Marcos Pérez Jiménez. Una vez colocados los atriles y ya listos para entrar los ejecutantes a ocupar sus puestos, apareció Sojo en el escenario arreglando  las sillas y los atriles, cosa que a él no le correspondía hacer y en la que empleó buen rato.  Para quienes le conocían era evidente que se trataba de una provocación:  Pérez Jiménez era puntual (una virtud, hay que reconocerlo) y le molestaban muchísimo los retrasos. 
Durante el evento, Sojo se vió obligado a aceptar que el tirano lo condecorara con una batuta de oro. Al terminar el concierto, le dijo a varios de los músicos que lo acompañaran al cercano río Guaire y acto seguido, tomó la dichosa batuta de oro y la arrojó al río.
Una vez caída la dictadura, Sojo fue senador del Congreso de la República.  Recuerdo la sorprendente foto en El Nacional, donde aparece: pulgar sobre la nariz, meñique con el pulgar de la otra mano, haciéndole cuchufletas de a los congresantes perezjimenistas que se incorporaron al Congreso después de las elecciones de 1963.

Volviendo al anecdotario personal:  Las clases de Dictado Musical y de Armonía se dictaban a mediodía, en un salón con un balcón que daba a un jardín.  Un pizarrón pautado con varios pentagramas, tiza y borrador. Por supuesto, un piano para el profesor.  Los varones  nos sentábamos en un sector y las hembras en otro. Si encontraba a alguno de nosotros en off-side, nos mandaba a nuestro lugar con la frase:    
-"¡Cada mochuelo a su olivo!"
Algunas veces interrumpía una llamada telefónica.  Mientras él salía a hablar, Juan Carlos Núñez y yo corríamos al piano y tocábamos a cuatro manos La Pantera Rosa, mientras todos reían y rápido volvíamos a nuestros puestos antes de que llegara.
Al regresar, pasaba a alguien a que construyera un bajete, una breve composición a cuatro voces sobre un bajo cifrado que él anotaba. Si el compañero  se alambicaba un tanto en la construcción del bajete, que se regía por severas reglas, el maestro le decía:
-"¡Muchacho, no te metas en dibujos...sigue tu canto llano!", lo que era una cita textual del Quijote.

Un mediodía llegué corriendo del Hospital Vargas a la clase, con la bata en la mano y sudoroso.  Sojo me mandó al pizarrón a completar un bajete, pero las notas me salieron torcidas y deformes. Me dice el Maestro:
"¡Muchacho...Esculapio te tiene absorto...esa es una escritura existencialista...y el existencialismo es el culto a lo feo!"
(Todavía me pregunto qué significaría esa palabra para el Maestro. Para entonces, yo tampoco lo tenía muy claro.)
Ya para esa época, entre 1966 y 70, fecha de mi retiro del Conservatorio, me trataba con confianza; yo diría que con especial deferencia.  Un día me llama aparte y me dice:
-"Muchacho, ¿qué tienes que hacer este sábado por la tarde?...pensaba invitarte a escuchar unos discos de un ingeniero amigo mío. El tiene un equipo de sonido muy bueno, e iríamos con Teodoro Capriles, quien nos llevaría en su carro".
Con Teo Capriles en el Caroní

Fue una tarde memorable. Acompañados por Teo Capriles y el dueño de la casa, escuchamos completa  la grabación de Pelléas et Mélisande  interpretada por la Orquesta de la Suisse Romande bajo la dirección de Ernest Ansermet. En aquellos LP de vinil las obras largas venían en varios discos. Entre disco y disco, el Maestro Sojo analizaba la ópera de Debussy.
Otra vez , se apareció en la Escuela el  pianista José Vicente Torres a ensayar los Valses Venezolanos. El autor-recopilador (Sojo),  su mejor intérprete, Evencio Castellanos, y un virtuoso recién llegado de Europa, Torres, que los estaba montando se unieron en una sesión de ensayo excepcional. Aura Colina y yo salíamos de clase de Historia de la Música, que dictaba Eduardo Plaza, y nos disponíamos a ir a nuestros trabajos, cuando escuchamos la música.  Nos acercamos y  entramos en el salón.  Miro a Aura  preocupado porque se me va a hacer tarde y a ella le pasa lo mismo. Al final privó el principio del placer: nos excusamos en nuestros trabajos y nos quedamos oyendo ese ensayo de Torres con las indicaciones de Evencio y las acotaciones de Sojo. Embelesados y jubilados.

Esa amistad, esa confianza que me brindó el Maestro Sojo, me permitió contradecirlo algunas veces en cuestiones en que otro, o en otra época, jamás hubiera osado hacerlo.
Salieron unas lamentables declaraciones suyas en la prensa contra Los Beatles, donde denostaba de los chicos de Liverpool.  Aquello no era música.  Aquello era puro ruido.  Aquello era algo deleznable. Incluso los llama "Los Battles".
Pocos días después estoy en la Escuela, cerca de un piano, en uno de los salones, ya vacíos, pues no había clase.  El Maestro pasa y yo lo llamo y le pido que se acerque. Empiezo a tocar algo sin decirle de qué se trata. Escucha atento, de pie, y luego me dice:
-"Esa es una balada inglesa.  Muy bella..."
Se acerca y sigue escuchando hasta el fin.
-"Esos son Los Beatles, Maestro"
-"¡Cómo va a ser!"
-"Sí.  Es una canción que se llama Yesterday
-"...¡Yo no sé de quién será, pero sea de quien sea, eso es muy bueno!".
Se atusó el bigote y salió.  Y no volvió a hablar más de "Los Battles".


El epílogo me crea perplejidad.  Muchas veces he pensado si no fue algo que soñé o imaginé. Estamos en 1974.  Han pasado cinco años de mi retiro de la Escuela de Música. Para mí es mucho tiempo,  pues he concluído mi postgrado de psiquiatría, he estado trabajando en Ciudad Bolívar y he regresado. No logro recordar si la llamada fue antes o después, ni siquiera quién me llamó para decirme que el Maestro estaba muy enfermo y que se fue de la Clínica San Ignacio, en La Florida,  donde era tratado.  Pero tengo la imagen clara de Sojo en la isla de la Avenida Urdaneta, frente a la Escuela de Música, en Santa Capilla.  Me le acerco.  Luce desencajado, los lentes torcidos.  Despeinado, sin afeitar.  Supongo que yo, con mi cabello largo, patillas, bigote de los años setenta y lentes oscuros, tampoco le debo lucir muy bien, porque me dice:
-" ¿Estás disfrazado, muchacho?"
Creo recordar que lo tomo del brazo y lo llevo hasta la Escuela, donde Tito, el bedel, y García Lazo, el Secretario, lo reciben angustiados. 
A los pocos dias falleció.  Pude hacer las lecturas de la misa de cuerpo presente que el Párroco de Guatire celebró en el Auditorium de la Escuela, donde estuvimos todos sus alumnos para despedirlo.

domingo, 19 de junio de 2011

KARL JASPERS EN SITUACIÓN







La vocación filosófica de un psiquiatra







KARL JASPERS






A raíz de la muerte de Karl Jaspers el 26 de febrero de 1969, José Solanes publica "Jaspers en situación". Su artículo apareció a pocos meses del deceso del filósofo en Archivos Venezolanos de Psiquiatría y Neurología (1). Pero su trabajo resultó mucho más que una nota necrológica: es un enjundioso ensayo en el cual se sintetiza el pensamiento de Jaspers desde su etapa de psicopatólogo hasta su obra filosófica. Rebasaría tanto los límites como el propósito de nuestro comentario el referirnos a todos los aspectos del estudio del Dr. Solanes, por lo que sólo destacaremos los que nos llamaron más la atención.
Comencemos por decir que, a nuestro juicio, la idea más original de Solanes en este trabajo es la de rebatir la opinión comúnmente admitida de la "deserción" de Jaspers desde la psiquiatría a la filosofía: Karl Jaspers, psiquiatra de notable lucidez y precoz talento, pero endeble salud, abandonaría la profesión médica entre 1913 y 1919 para dedicarse a la menos exigente (en cuanto esfuerzo físico) de la filosofía. Para refutar este aserto, incluso sostenido por el propio Jaspers (2), Solanes recurre a varios ejemplos de médicos enfermizos (Laënnec, Bichat…) quienes nunca dejaron de ejercer la profesión.
Para nuestro autor, cuando Jaspers concibe su Psicopatología General (hacia los 26 años) tiene lo que llamaba Ortega "ese apasionado encuentro con los grandes temas y las grandes ideas que va a desarrollar en el resto de su existencia". Y ¿Cuáles son esas grandes ideas, esos grandes temas?
Una de ellas es la idea de lo general. Es raro que un científico comience su carrera de investigador desde una aspiración totalizadora y global; generalmente es a la inversa: el investigador novato se dedica a trabajos bien delimitados sobre áreas específicas. Pero Jaspers, desde su debut, da a entender su aspiración de abarcamiento, de totalidad, de globalidad: su Psicopatología General ("Allgemeine Psychopathologie") ya hace ver que no se va a conformar con una visión limitada de los fenómenos psicopatológicos, al contrario de la mayor parte de los autores científicos, incluyendo al mismo Freud.
Para la época del ensayo de Solanes (finales de los sesenta) había una influencia notoria del pensamiento filosófico en la psicopatología y la psiquiatría, especialmente del neomarxismo (la Escuela de Frankfurt) el estructuralismo (Levi-Strauss y Althusser) y el existencialismo (Jaspers y Marcel, pero también- y sobre todo-Heidegger, así como Sartre, a la sazón disparando desde varios frentes). Solanes hace notar la vigencia de la Psicopatología de Jaspers para esa época, su gran número de nuevas traducciones. No es tema de estas notas examinar el zeitgeist (el "espíritu de la época") de ese artículo, por lo que postergamos para otra ocasión su comparación con el de nuestro comienzo de milenio. Pero sí vale la pena destacar que, tanto la muerte del filósofo alemán como el artículo del psiquiatra hispano-venezolano coinciden con una época de gran conmoción política y confrontación ideológica que tenía como foco los grandes centros de la vida académica. Pero, insistimos: esto es harina de otro costal.
Solanes se pregunta si lo que más valoramos tanto en Jaspers como en Heidegger o Merleau-Ponty no sea tanto lo que tienen de filósofos como lo que hay de psicopatólogos en su discurso. Preguntamos: ¿No será al revés?.. ¿No será que la insuficiencia del discurso psicológico ha hecho que algunos psiquiatras beban en las fuentes de la filosofía lo que la psicopatología no nos termina de decir sobre la condición humana?
De hecho, ya en el Prólogo de su Psicopatología, Jaspers duda que la psicología (de su época, se entiende) tenga algo que ofrecer al psicopatólogo, y su segunda obra, Psicología de las concepciones del mundo ya está escrita en clave filosófica, a pesar de lo engañoso del título. Dice Solanes: El paso ya está dado: en adelante se podrá pasar de la consideración del hombre y del mundo a la más general del ser y el no-ser. Y se pasará de la consideración de la vida, patológica o no, a la más general de la existencia
De modo que para Solanes, el psiquiatra Jaspers no sufre ninguna "conversión" a la filosofía: desde antes de la publicación de su Psicopatología General sus preocupaciones son filosóficas. La disciplina es para él "…el trampolín desde el que su genio pudo saltar y encumbrarse a la, para su gusto, más alta y ambiciosa de las ciencias" (3).
Una de las inquietudes que Jaspers muestra desde el principio, nos dice Solanes, se relaciona con la unidad. Como hombre venido de las ciencias, tiene una clara conciencia de lo fragmentario de éstas y de sus limitaciones para darnos una idea cabal del mundo. Éste se nos revela como desgarrado en cuanto realidad objetiva cognoscible. La imagen de un mundo ordenado y acabado, de un "kosmos", no se corresponde con la realidad: existen "diversos conceptos del mundo que no pueden reducirse a la unidad", pues existe un mundo objetivo y un mundo subjetivo (4). Sus esfuerzos van a estar dirigidos a intentar recuperar esa unidad perdida; por eso Solanes afirma que ningún cultivador de las ciencias va a ver en Jaspers un extraño, pues para éste, "en el hombre todas las ciencias se dan cita…para hacer con ellas "el circuito completo del ser". Es evidente que Jaspers va a partir de las ciencias para, trascendiéndolas, elaborar una metafísica.
Otro tema de Jaspers que Solanes menciona es el de situación: Lo relaciona con algunos trabajos de la época, en los cuales se vincula esta noción a la de conducta. No obstante, Solanes no destaca que para Jaspers lo ineluctable del "ser en situación" no implica su inmovilidad. Las situaciones son modificables. El hombre puede salir de una situación y entrar en otra; de hecho la existencia es un constante pasar de una situación a otra. Incluso se pueden producir nuevas situaciones o actuar en ellas mediante determinadas acciones. Pero el hombre no puede estar fuera de alguna situación: "Yo no puedo salir nunca de una situación sin entrar inmediatamente en otra. Yo me creo ocasiones de cambiar las situaciones, pero sin poder suprimir el estar en situación". (4. p. 610). El "estar en situación" es equiparable al "ser-en-el-mundo" de Heidegger. Solanes se refiere en general a las situaciones como algo ante lo cual el hombre sólo "se esfuerza en imaginar que sí lo puede estar (fuera)". Aquí las equipara a un tipo específico de situaciones: las "situaciones-límites", las cuales describe claramente y menciona detalladamente. No obstante, el autor no relaciona el aspecto justamente existencial de las mismas: su opacidad es sólo una cara de la moneda. Las "situaciones límites" no pueden ser modificadas, pero sí trascendidas. El hombre se ve obligado, en el límite de su existencia empírica, a abrirse a su existencia como posibilidad.
JOSÉ SOLANES
Nos extraña que Solanes no se inmiscuya mucho con el tema de la trascendencia, sobre todo porque se trata de un asunto clave en Jaspers, así como el "trascender", que él considera "el método filosófico fundamental", por el cual pasamos de lo objetivo a lo no objetivo. Tratándose de un filósofo de la existencia, resulta raro que no coloque este tema en primer plano, la existencia, que justamente para Jaspers es "aquello que no puede ser conocido (objetivamente)", pero sí esclarecido. Todo esto lo elude Solanes o lo soslaya;  se excusa argumentando su "poca formación filosófica" (ya ha demostrado que esto no es verdad). Lo mismo se puede decir del tema de la comunicación. A nuestro juicio es tratado muy tímidamente por Solanes: Aunque relaciona este tema con la posible utilidad de la filosofía de Jaspers para el médico al relacionarlo con la posibilidad de una psicoterapia basada en los conceptos jaspersianos sobre la comunicación, no lo vincula con lo que Jaspers llama "comunicación existencial", para diferenciarla de la "comunicación de la existencia empírica", que es aquella fáctica, objetiva y objetivable; condición necesaria, pero no suficiente para que se dé la primera, que es la que le permite al existente superar el reino de las objetividades, es decir, de nuevo trascender.
¿Por qué Solanes, tan perspicaz para seguir las pistas del filósofo no desarrolla este tema tan importante en la obra de aquél? ¿Existía alguna aversión suya por todo lo que le oliera a metafísica? ¿Fue simplemente una limitación temporal, al tener que escribir este artículo para ser publicado lo más cerca posible de la muerte de Jaspers, lo que le obligó a seleccionar, y por ende, a suprimir algunos temas? No contamos con su presencia para preguntárselo. Pero nos queda su obra y su inmenso aporte al pensamiento y a la psiquiatría más allá del tiempo y sus afanes.








REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

1) SOLANES, José: "Jaspers en Situación". "Archivos Venezolanos de Psiquiatría y Neurología", Vol. XV, enero-junio de 1969. Nº 32, pp. 17-38. Para la elaboración de estas cuartillas, usamos, no obstante, la reproducción en "ZONA TÓRRIDA" (Revista de Cultura de la Universidad de Carabobo) Nº 35. "Homenaje a José Solanes". Valencia 2001.pp.: 256-273.
(escritos autobiográficos). Guadarrama, S.A. Madrid 1969.pp. 163-212
2) JASPERS, Karl: "Historia de la enfermedad" en: "Entre el destino y la voluntad"
3) JASPERS, KARL: "Autobiografía filosófica". Buenos Aires. Editorial Sur, S.A... 1964, pp. 28 y 29.: Compárese, por ejemplo: "…fue una circunstancia externa-mi estado morboso- lo que impidió mi vuelta a la psiquiatría" (p.28) con lo que afirma el la página siguiente: "Desde mi adolescencia tenía yo inquietudes filosóficas. Por motivos filosóficos había resuelto estudiar medicina y psicopatología" (p.29). Las negritas son nuestras.
4) JASPERS, Karl: Filosofía. I: Orientación en el mundo. Citado en: URDANOZ, T.: Historia de la Filosofía. B.A.C. T. VI, Madrid. 1978, p.593

Para información adicional, véase en PÁGINAS COMPLEMENTARIAS la nota sobre SOLANES Y JASPERS

sábado, 11 de junio de 2011

JUAN PABLO II SIN ARTIFICIO

Tuve la dicha no sólo de asistir y ver, sino también  de participar como ministro extraordinario de la eucaristía en las dos visitas que Juan Pablo II hiciera a Venezuela.  La primera, en 1985, fue precedida de una intensa preparación a nivel nacional a través de una convocatoria que hiciera la Conferencia Episcopal Venezolana por medio de la Misión Nacional.  Fui uno más de los miles de fieles que dieron charlas en las diferentes diócesis de Venezuela  en colegios, liceos, casas de retiros, movimientos, comunidades y otros lugares de la iglesia venezolana. 
Esta primera visita fue una iniciativa totalmente eclesial.  El papa fue invitado por los obispos de
Venezuela. El Gobierno Nacional, presidido por Jaime Lusinchi, cumplió con su rol de anfitrión por tratarse de un Jefe de Estado y dio todo el apoyo logístico, pero la visita fue una respuesta de Juan Pablo II a la Iglesia Venezolana.
La mañana del 27 de enero de 1985 nos congregamos todos los ministros de la eucaristía, es decir, todos los que íbamos a dar la comunión, en el antiguo Seminario de Sabana del Blanco, hoy Universidad "Santa Rosa de Lima".  Tuvimos que madrugar  hacia las 3 o 4 de la mañana, todavía a oscuras, pues había que estar en el sitio de la celebración al amanecer. Después de desayunar, nos montaron en unos vehículos del ejército hasta Montalbán: a cada parcela de la explanada era asignado un grupo de sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos. Se escuchaban voces probando los equipos de sonido, grupos de apostolado entonando cantos y comentarios de todos los participantes, principalmente los sacerdotes, pues los laicos nos sentíamos un poco cohibidos, revestidos con el alba y el cíngulo, esto es, la túnica blanca que va generalmente debajo de la casulla del sacerdote cuando celebra la misa, y el cordón que se ciñe en la cintura. Uno de mis compañeros me miraba con cierta picardía cuando nos revestíamos del alba y nos amarrábamos el cíngulo: ni él ni yo, estábamos acostumbrados a este traje "clerical", a pesar de que sabíamos que estas prendas no eran de curas, sino que las utilizaban los recién bautizados desde el siglo primero. Se nos repartieron las especies (hostias) sin consagrar. Los que no éramos sacerdotes (religiosas, religiosos no ordenados y laicos) debíamos sólo sostener los copones en alto mientras el papa, los obispos y sacerdotes pronunciaban las palabras de consagración.
La llegada de Juan Pablo II a Montalbán fue precedida, por una parte,  de un estruendoso clamor de la muchedumbre (se calculó en un millón de personas) y por otra, de un gran despliegue de seguridad. Era de esperar: no hacían aún cuatro años del atentado que por poco le quita la vida al papa. En medio del bullicio y la movilización general, ¡nosotros también queríamos verlo! Pasó rápidamente frente a nosotros en el papamóvil y pudimos avizorarlo  mientras saludaba y bendecía.
El inmenso altar donde iba a comenzar ya la misa no nos permitía verlo, dada la posición en que estábamos, detrás y a un lado.  Las voces del coro dan inicio a la celebración eucarística con el himno Peregrino de esperanza, del compositor Francisco Rodrigo:

Peregrino de esperanza
mensajero del amor,
con fervor te canta el pueblo
por ser digno portador
de las llaves de San Pedro
y Vicario del Señor.
Venezuela te saluda
con el corazón en alto:
¡Salve! ¡Salve!
¡Salve, Pastor supremo!
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La voz del papa sonaba clara, fuerte, entusiasta, se escuchaba con claridad. Cuando responde a uno de los versos con que lo saludan nos hace reir su salida naïf para que salga la rima:

TODOS:                             "¡Juan Pablo/ amigo/ 
                                             Venezuela está contigo!"


JUAN PABLO II:              "¡Venezuela/ amigo
                                             el papa está contigo!"



La homilía, acerca de la familia.  Luego la consagración de Venezuela a la Virgen de Coromoto.  No me extenderé aquí...

Comunión. Los soldados nos guian a la parcela donde debemos repartir las especies consagradas.  Filas de gente que se acerca a comulgar.  Una abogado valenciana, madre de una gran amiga y comadre, se acerca .  Sorprendido, le doy la comunión (ella también-me dijo después- se sorprendió mucho al verme "embatolado").  Más gente se acerca a comulgar. En mi parcela, como cien personas.
Luego hay que consumir las especies que no se han comulgado y devolver el copón a los lugares custodiados por los soldados.
Ahora, el regreso.  Ríos y ríos de gente.  Familias, parejas, grupos, personas solas.  Una increíble paz y gozo en la salida en Montalbán. Autopista. El Paraíso. Más gente.  El Seminario.  Calabaza, calabaza, cada quién para su casa.
El resto de la visita la sigo por televisión, un vistazo en la mañana mientras pasamos revista en el Servicio 3 del Hospital Psiquiátrico de Caracas, o una mirada mientras almuerzo en casa antes de salir para el consultorio. De noche, puedo ver a los Niños Cantores del Zulia cantando impecablemente el Credo gregoriano en latín perfectamente pronunciado y al papa Juan Pablo II regalándole el solideo a La Chinita.
En Caracas, en la Catedral, me sorprendo al ver a Pompeyo Márquez y Freddy Muñoz, de los más devotos, mientras siguen con un folleto el cántico que precede el encuentro del papa con los sectores sociales del país:

Tú has venido a la orilla
no has buscado ni a sabios ni a ricos,
tan solo quieres
que yo te siga.
Señor, me has mirado a los ojos,
sonriendo, has dicho mi nombre...

En la despedida, declaraciones de Monseñor Baltazar Porras uno de los principales organizadores de la visita antes de despegar el avión. Con mucha propiedad los periodistas y locutores han seguido el evento, especialmente recuerdo a Nelson Bocaranda en una eficaz Venezolana de Televisión.
Mientras despega el avión se escucha una vez más la voz del niño Adrián Guacarán, quien sorprendiera al papa y a todos los asistentes a la misa en Puerto Ordaz al cantar El Peregrino, que no tiene nada que ver con el himno con nombre parecido que se escuchó en Montalbán.

Eucaristía en Maracaibo




La segunda visita en 1996, ocurrió en un clima y momento totalmente diferentes.  No fue una iniciativa de la Iglesia, sino del Gobierno.  El Presidente de la República, Rafael Caldera, solicitó esa visita; solicitud  que el episcopado, por supuesto, secundó. El país estaba atravesando quizá el momento más traumático, hasta entonces, de su vida republicana desde la Federación: una sacudida social con saqueos, muertos y suspensión de garantías, dos intentos de golpe militar, la defenestración de un presidente de la República y un clima de gran inestabilidad política que se había atenuado con la segunda presidencia de Caldera, pero que no había desaparecido, como se vió más adelante.  Una atmósfera enrarecida penetraba en todos los rincones y la visita papal en ese momento se vió como algo favorable.

Esta vez no hubo esa preparación previa entre los fieles ni de la iglesia hacia la sociedad. Los mismos organizadores de la primera visita fueron llamados a colaborar y hubo muchísima participación tanto en el clero como en el laicado y las comunidades religiosas.  Pero daba la impresión...corrijo: me daba la impresión de algo montado desde arriba, organizado y ejecutado por factores de poder, no sólo en el gobierno, sino a nivel eclesial.
Un síntoma de ésto, sólo como muestra de lo dicho fue algo aparentemente nimio que presencié en la reunión previa a la misa que celebraría el papa en Caracas.  Estábamos reunidos todos los ministros extraordinarios de la eucaristía: sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos.  Los organizadores pretendían que todos los sacerdotes debían ir revestidos de clergyman, con su respectivo cuello blanco  de celuloide y un paltó negro, sobre el que se iba a colocar el alba y la casulla, en el caso de que la llevaran.  Varios sacerdotes pidieron ser relevados del paltó y el cuello, dado el calorón que se esperaba para la misa, esta vez en los terrenos del Aeropuerto de La Carlota.  Negada la solicitud.  Un sacerdote miembro de una comunidad religiosa pidió que a los religiosos se les permitiera celebrar con su hábito que, en su orden, data del siglo XVI .  Solicitud denegada.  Había un ambiente de molestia.  El organizador, un sujeto bastante autoritario,  insistía de modo altanero en imponerles el cuellito y el paltó a todos los curas.  No me pude contener:  pedí la palabra y como médico expliqué el peligro a que se exponían esos seres vestidos de manera tan inapropiada para un ambiente harto caluroso.  Sorprendentemente, el organizador, un tecnócrata, aceptó mis argumentos y permitió la ausencia del saco, no del cuello.  No recuerdo si me aplaudieron, pero  escuché un rumor aprobatorio.  El padre Luis Tineo, amigo personal y  hoy obispo auxiliar de Caracas, me susurró al oído:

- "¡Menos mal que aquí hay un psiquiatra!"

La tarde del sábado 10, gracias a una tarjeta que me da el padre Aldo Fonti, director de Pastoral Familiar, donde colaboraba, puedo asistir al encuentro de Juan Pablo II con los Responsables de la vida Social, Política y Económica del País, en el Teatro Teresa Carreño. Llego malhumorado porque en el metro me han robado la cartera. Gracias a un préstamo del profesor Antonio Napolitano puedo garantizar mi regreso y permanecer en la butaca.
Un locutor de la televisión es el maestro de ceremonias. Es posible que mi apreciación esté teñida de subjetividad por lo de la cartera, pero percibo en su tono el mismo autoritarismo del tecnócrata del affaire del paltó. Dando órdenes marciales nos hace permanecer inmóviles hasta que el papa hace su entrada.  Entre el negro y morado de los obispos, negro y rojo de los cardenales Velasco y Castillo Lara, destaca la blanca vestimenta del sucesor de Pedro, quien ha cumplido una apretada agenda: después de llegar de Guatemala y Nicaragua, ha celebrado una misa en Guanare y visitado el Retén de Catia. Lo observo en el borde de su capacidad de soportar el esfuerzo. En su entrega total. Mas allá del agotamiento, una fuerza lo sostiene. No es el papa como figura de autoridad  quien me impresiona. Es el servidor, el hombre de Dios.
El discurso de Juan Pablo II en el Teresa Carreño es denso y memorable. Por cierto, que cuando el papa agradece al matrimonio de Francisco y América González su testimonio de vida familiar no me doy cuenta de que se trata de Pancho González Berti, un destacado y querido colega de Mérida ya fallecido, quien fue un entusiasta propulsor del enfoque social y comunitario de la psiquiatría, sin alharacas ni deseos de llamar la atención.
Al finalizar el acto, veo personajes conocidos de la política. Me encuentro con Nancy Montero, presidente entonces del INAM (Instituto Nacional del Menor) quien me presenta a un ministro: un tipo joven, realmente amable.

Madrugada del 11 de febrero.  La Carlota.  Esta vez no vamos con el alba, sino con camisa blanca y pantalón azul marino, como escolar en día de fiesta.  El tecnócrata (o quienes lo dirigían) querían marcar de un modo forzado y anacrónico la diferencia entre curas y laicos, ignorando, al parecer, el origen antiquísimo del alba  (recordé a Ortega y "la barbarie del especialista"). Cierta desorganización en aspectos cruciales de la eucaristía, como la falta de especies para repartir en la comunión, me va dejando un mal sabor y un mal humor que se prolonga hasta el inicio de la misa.  De nuevo, esperamos al papa.  Este llega, ya para iniciar el acto. Fallas en el sonido. Estoy a punto de desertar, cuando la voz de Karol Wojtila se escucha con toda su fuerza, iniciando la eucaristía.  Algo electrizante recorre el ambiente y logro "entrar" en la celebración.
Una vez terminada la misa  camino por La Carlota sin mirar para los lados... reflexiono sobre lo ocurrido con esta visita, tan distinta en todo de la anterior. Quiero entender. Quiero saber dónde colocar el malestar que siento. Salgo, al fin, a la avenida Francisco de Miranda y consigo un vehículo. Me reúno en La Candelaria con unos amigos y amigas que han estado siguiendo de cerca la visita papal. Intercambiamos experiencias. 

Una vez en la casa, estoy frente al televisor. Los Próceres.  Despedida de Juan Pablo II. Mientras el papa se aleja, Soledad Bravo canta.  ¿Estaré oyendo bien? No: es la Canción del Elegido de Silvio Rodríguez:

"...Iba matando canallas / con su cañón de futuro..."

Algo se me escapa.  Definitivamente debo estar desfasado, porque allá en Los Próceres nadie luce extrañado. ¿Cómo juntar todas esas piezas? ¿Qué tiene que ver el Ché Guevara con Juan Pablo II?
Veo al papa que se despide mientras en off se escucha:

"La última vez lo vi irse
 entre humo y metralla
contento y desnudo 
iba matando canallas
con su cañón de futuro"

Me digo: no importa. Lo único que importa es que ha venido, en el límite de su esfuerzo, por servir al Señor.  Y por servirnos a nosotros. Y por servirme a mí, llevándome su testimonio.  Por traer El Anuncio.
No importa. No importan los errores que se hayan cometido ni las incongruencias. 
Se hicieron muchas críticas por este viaje a Venezuela, en especial por el acto del Teresa Carreño, que se calificó de elitesco, de una reunión del Papa con "los corruptos de siempre".  Me digo que después de todo esa clase dirigente a lo mejor necesitaba más que nadie escuchar al hombre de Dios.  Que después de todo hizo bien el doctor  Caldera en traernos a este santo para darnos ánimo en una Venezuela que comenzaba a desmoronarse.  No sabíamos lo que venía.  No teníamos idea de lo que se nos avecinaba.
Valió la pena la visita.

Con Simón Díaz en el Teresa Carreño


Apostilla de julio de 2016:  Tuve que hacer una revisión (y una re-edición) del texto publicado en 2011 para insertar la música del himno Peregrino de esperanza y mientras lo hacía recordé un magnífico comentario que la doctora Nelly Villalba de González me hizo en su momento. Al intentar incluirlo en la sección de Comentarios la plantilla me lo rechazó por su longitud. Intenté editarlo recortando buena parte del texto, pero me di cuenta que al hacerlo se perdía el encanto con que la remitente relata su experiencia con el papa y decidí añadirlo como apostilla a esta entrada totalmente revisada, aunque no he modificado las apreciaciones y descripciones de entonces.

¡Hola Franklin, que maravillosos tus recuerdos!, hiciste que los míos afloraran a mi mente sobre la visita a nuestro país de este papa bueno. Me gusta como escribes, con esa particularidad de expresión carente de egotismo, sino revestida de una necesidad de transmitir emociones  que conllevan a la satisfacción espiritual de comunicarse en una forma tan sencilla que provoca recrearse en la lectura de tus vivencias. Sé que te refieres a mí cuando dices que "una abogada amiga" se te acercó sorprendida al verte frente a los comulgantes repartiendo el pan de Cristo, más que todo fue admiración ya que conocía de antemano de tu entrega y fervor en el Señor, nuestro Dios. Te diré que tuve la dicha de ver a este papa tan de cerca, tres veces. La primera fue cuando vino a Venezuela en 1.985, el día 27 de Enero, en la urbanización Montalbán, ese día salimos de madrugada , de Valencia, todos los peregrinos, llegamos a tiempo para ubicarnos en sitios estratégicos  y ver al papa de cerca, lo logramos. A las 8 am el sol era inclemente, las toallas que llevamos sirvieron para taparnos la cabeza y protegernos de sus rayos fulgurantes. Llegó el momento en que el papa- móvil pasó cerca de nosotros, lo ví bastante cerca , la emoción que me embargó fue indescriptible, había cumplido un sueño: Ver de cerca un papa. Para regresar al bus que nos había llevado, fue una odisea, la muchedumbre regresaba sin saber dónde estaban los buses, cinco de nuestro grupo, al no encontrarlo, decidimos contratar un taxi que nos trajo hasta Valencia, no sabes el problema que originamos, la responsable del viaje esperó, junto a los demás peregrinos, hasta tarde, esperándonos y solicitándonos por el parlante, ya cansados decidieron venirse y al llegar se comunicaron con nuestros hogares donde ya teníamos un buen tiempo descansando, imagínate la reprimenda que con mucha razón nos dieron. La segunda vez fue con motivo de la canonización de la madre María de San José, beata venezolana. Fue mi primer viaje a Roma, el día 7 de mayo de l.995. Llegar a la Plaza San Pedro, entrar al Vaticano, fue una emoción indescriptible, en ordenada formación, requisados uno a uno  los peregrinos por los guardias suizos enarbolando nuestra bandera, me sentía como flotando en el aire, en contagioso fervor con todos los peregrinos del mundo. Aquí, en Valencia, en mi hogar nadie durmió esa noche, todo el mundo creyó avizorarme en la tv, pero en realidad ningún rostro parecido era el mío, la muchedumbre rebasaba la Plaza y sus adyacencias, era imposible distinguir a alguien. Al terminar la ceremonia, cuando ya todos los peregrinos se retiraban, yo me quedé rezagada  en el sitio por donde había pasado el papa, esperando que el tumulto disminuyera, cuando sorpresivamente lo vi que regresaba, de inmediato saqué mi vieja cámara Kodak, y cuando lo tuve cerca, a pesar de mis nervios y emoción, le saqué una foto, que a pesar de mi inexperiencia como fotógrafa, quedó bastante nítida y la guardo como un recuerdo de valor incalculable. Allí también tuve la oportunidad de compartir con los sacerdotes y obispos que habían viajado con motivo de este significativo evento, también con mi vieja cámara me retraté junto a monseñor Del Prette, hoy cardenal, monseñor Moronta, monseñor Padrón y otros, gratos recuerdos para la historia de mi vida. La tercera  y última vez, fue cuando vino a Guanare, el sábado 10 de Enero de 1.996, con motivo del traslado de la imagen de la virgen de Nuestra Señora de Coromoto al templo Votivo. Fuimos un grupo numerosos de peregrinos de esta ciudad de Valencia, salimos muy de madrugada para llegar a tiempo. Llegamos a un sitio lateral de la carretera que conduce al templo, allí quedaron  los buses, tuvimos que trasladarnos a pie una larga distancia. De lado y lado del camino los vendedores de refrescos, comida, banderas, franelas con imágenes religiosas ofrecían su mercancía. Al llegar al sitio de la solemne ceremonia, vimos como el terreno estaba dividido en parcelas, cada grupo tenía asignada la suya. Como mi hermana Elvia de León formaba parte del comité organizador, me había reservado un puesto preferencial, cerca del altar, yo quise solidarizarme con mis compañeros y me dispuse a instalarme en la parcela. Llevamos pequeñas sillas de extensión, una mochila con alimentos, botellas de agua, toallas, en fin lo necesario para mantenernos en el lugar. Comenzó la ceremonia, llegó el papa, se oyeron grandes vítores y cánticos , la muchedumbre emocionada coreaba: Juan Pablo amigo, Venezuela está contigo. Fue hermoso y todo transcurrió en forma ordenada. Cuando el papa se dispuso en el papa- móvil a dar su recorrido, yo traté de ubicarme en un sitio cercano a la ruta pre-establecida, para verlo, pero esta vez, sólo pude divisarlo distante. Al final, hubo algo de desorden porque la gente se precipitó sobre los contornos ornamentales del altar para llevarse las flores y las plantas. Comenzó el regreso, a pesar de que tratamos ir en grupo, yo me perdí, me buscaron por parlantes, sólo me quedó seguir la marcha hacia donde vi que regresaban. En el trayecto vi cómo las personas al no poder entrar a los baños portátiles que habían instalado se disponían a hacer sus necesidades en plena vía, vi varios traseros desnudos, carentes del menor rubor, debe haber sido por la apremiante necesidades los compelía, es allí donde yo pienso que los humanos nos confundimos con los animales, tú que eres estudioso de la conducta humana sabrás comprender.las ambulancias se detenían a recoger a las personas desmayadas por el calor y el cansancio, vario niños y ancianos perdidos eran solicitados por los parlantes. Al final, ya angustiada, porque no veía rostros conocidos, me encontré con mi sobrino sacerdote que me condujo al bus asignado. Mis compañeros de viaje me recibieron con gritos y abrazos, el viaje había terminado, nos quedaba la sensación de haber estado allí, de nuevo, con nuestro papa bueno. Te cuento todo esto para que veas las peripecias que yo también he pasado para cumplir  y yo digo más bien, para satisfacer un sueño repetido. Abrazos.
Nelly.


sábado, 4 de junio de 2011

LA PRIMERA MUERTE DE CHARLES CHAPLIN

                                        
EL PERSONAJE   Londres, un atardecer del verano de 1914...En la planta baja de un edificio, una mujer está tendida con un frasco de medicamentos en la mano.  La tapa del horno de gas está abierta y todas las rendijas y ventanas se encuentran cerradas. Un hombre de unos sesenta años intenta con dificultad introducir la llave en la puerta del edificio. Unos niños en la calle le advierten que la casera no se encuentra. Tambaleante y tembloroso, logra abrir la cerradura y sube con sorprendente agilidad las escaleras hacia su habitación del segundo piso, cuando algo lo detiene. Aunque borracho, tiene el olfato lo suficientemente sano para detectar el olor a gas que sale de la habitación donde yace inconsciente la mujer de la planta baja. Pronto nos enteramos de que él es Calvero, un cómico retirado y ella Thereza o Terry, una bailarina que sufre una parálisis palmariamente histérica. Es el encuentro de dos fracasos: uno, el de ella, que la lleva al intento suicida, y el de Calvero, quien se destruye por el alcohol.
Lo que sigue es la rehabilitación de Terry por obra y gracia de las habilidades psicoterapéuticas de Calvero, quien, mientras entusiasma a la bailarina con una paradójica versión de logoterapia nietzscheana o schopenhaueriana, tiene sueños perturbadores: se ve haciendo su número de vaudeville en un teatro vacío, especie de reflejo de lo que está viviendo de día:  ayer triunfador y famoso, hoy enfrenta la decadencia, el olvido y el desempleo.
Terry se levanta del lecho, y con la ayuda entusiasta de Calvero, progresa hasta conseguir un papel como prima ballerina en una Arlequinada, ballet con música de Neville, el joven a quien amó secretamente. Triunfo total, éxito tras éxito llevan a Terry al estrellato, mientras Calvero, después de apenas lograr con nombre falso un papel de payaso, desaparece cuando cree ser despedido y sustituido por un viejo colega. Se emborracha la noche del estreno, dispuesto a cortar la relación con Terry, a quien ve ya engagée con Neville, en un romance profetizado por él mismo.
Al regreso de una de sus giras, Terry se entera del encuentro de Neville y el empresario Postant con Calvero, quien toca el violín con un trío de músicos callejeros. Después de ella jurarle su amor eterno, logra convencerlo para que reaparezca en las tablas, habiendo convenido con Postant la oportuna intervención de una claque que garantice el éxito.
La función comienza con el mismo número que aparecía en el sueño de Calvero; pero esta vez la sala no está vacía y en lugar del silencio se oyen los aplausos de la claque. Sin embargo algo ocurre: el público ríe y aplaude espontáneamente, y una vez terminado el número, exige entusiastamente  una nueva representación de Calvero, quien interpreta un sketch mudo junto a otro cómico. La euforia es total: el público ovaciona a Calvero, y cuando éste concluye con una caída sobre el bombo, nadie nota que ha sufrido un ataque al corazón y es llevado al camerino, donde agoniza.  Sin embargo Calvero está feliz: ha triunfado, ha recuperado el cariño de su público.  Al llegar el médico, le dice:
-"Me estoy muriendo, doctor, aunque...¡quién sabe!... he muerto tantas veces!...soy como la mala hierba, mientras más la cortan, más crece..."
Pide ser llevado entre bastidores para ver bailar a Terry.  En el plano-secuencia final, el médico verifica la ausencia de signos vitales en Calvero, mientras Neville y Postant le colocan una sábana. En un primer plano Terry baila su papel de Colombina...

EL FILM   El rodaje de Candilejas coincide con el más duro ensañamiento en plena época macartista de un sector ultraconservador de la sociedad estadounidense que adversaba a Chaplin desde tiempo atrás: fue llevado a un juicio por paternidad del que salió absuelto por la prueba de sangre (aún no se conocía nada sobre ADN).  La filmación y exhibición de la película anterior, Monsieur Verdoux, fueron atacadas y boicoteadas hasta hacerla fracasar en taquilla, aunque recibiera grandes elogios de la crítica. En una entrevista filmada, Claire Bloom afirma que durante todo el rodaje había agentes del FBI en el estudio, vigilando y espiando la filmación. El ambiente era tenso, a pesar de no tratarse de un film político. El viejo amor de Chaplin con los Estados Unidos se rompía definitivamente, y sólo contaba con el apoyo de Oona, su esposa, quien renunciaría a la ciudadanía estadounidense. Candilejas fue estrenada en Londres, cuando Chaplin ya había liquidado todos sus bienes en los EEUU. No se efectuó contra él ninguna acción legal, pero una vez que Chaplin abandonó los EEUU, se le retiró la visa. Es curioso que en esta película, al contrario de su predecesora Monsieur Verdoux y la ulterior Un Rey en Nueva York, no haya ni una pizca de resentimiento, ni una gota de hiel. El autor se remonta a un pasado de su ciudad natal, que es reconstruida detalladamente en sus calles, edificaciones, modas y costumbres. Hay evidentes alusiones a sus padres.  Todos sus hijos nacidos hasta entonces tuvieron un papel en la película, como Sidney en el de Neville o, como Charles, el primogénito, quien interpreta a un payaso-policía, o bien Geraldine, quien le advierte a Calvero que la casera no está.  Incluso Oona, su esposa, hizo un imperceptible  cameo sustituyendo a Claire Bloom; y el medio hermano de Chaplin Wheeler Dryden hace de médico de Terry y (disfrazado) de uno de los payasos de la Arlequinada.  Muchos críticos han destacado la atmósfera evocativa y nostálgica de este film.  Cuesta trabajo asociarlo con todos los inconvenientes que tuvo Chaplin durante esta época. 
    LA MUERTE DEL VAGABUNDO   Un aspecto de sumo interés es la reaparición de "el vagabundo". Con el advenimiento del cine sonoro, ese personaje tan conocido del bigote y el bastón, menesteroso y señorial, tierno y pícaro, se le vuelve complicado a Chaplin. No lo concibe hablando.  Por eso, en Tiempos Modernos, el vagabundo se despide con una canción en un idioma macarrónico.  Luego se le escuchará la voz a Chaplin cada vez más: como Hinkel en El Gran Dictador, como el barbero judío pronunciando un discurso-sermón en el mismo film, como narrador en off de su segunda versión de La Quimera del Oro, o de nuevo dándonos discursos en Monsieur Verdoux, hasta convertirse en locuaz terapeuta de Terry.
    Pero el vagabundo (Charlot para los franceses, Carlitos para los hispanos) ya no está ahí. Es siempre Chaplin, pero el pordiosero simplemente no está.  Se esfumó.  ¿Habría que decir: "Ha muerto Charlot, Viva Chaplin"?
    No es tan sencillo. El vagabundo reaparece con toda su fuerza expresiva en el sketch mudo que realiza de modo genial, insuperable,  con el también genial Buster Keaton, en esa  pieza de antología, apoteosis de la comicidad.  El vagabundo resucita en el sketch...para inmediatamente morir, esta vez  para siempre.  Muere Calvero y muere el vagabundo. Chaplin aún no. Como a la "mala hierba", le quedan aún unos cuantos años que vivir y dos films por realizar .
    Cuando Neville y Postant le recriminan a Calvero-Chaplin que un cómico de su calidad se rebaje a ser un músico callejero, responde:

    -"Me gusta trabajar en la calle... ¡Supongo que es el vagabundo en mí!"

    En el inglés original, Calvero dice:

    -"It's the tramp in me, I suposse".

    "The tramp", el vagabundo, es el nombre que en los créditos siempre acompañaban a Chaplin cuando interpretaba a Charlot o Carlitos, porque en inglés nunca tuvo un nombre propio.



    FICHA TÉCNICA. Candilejas (Limelight). United Artists.  Estados Unidos. 16 de octubre de 1952. 2 horas, 11 minutos. Guión, música y dirección: Charles Chaplin. Ayudante de dirección: Robert Aldrich. Ayudantes especiales: Jerome L. Epstein y Wheeler Dryden. Fotografía: Karl Strauss y Roland Totheroh.  Decorados: Eugene Lourié. Vestuario: Riley Thorme. Maquillaje: Ted Larsen. Dirección musical: Keith Williams. Coreografía, André Eglevsky, Melissa Hayden y Charles Chaplin. Cuerpo de baile de Carmelita Naracci. Sonido: Hugh Mc Dowell. Montaje: Joe Inge y Harold E. Mc Ghan. Ayudante de montaje: Edward Phillips. Jefe de producción: Lonnie D'Orsa. Intérpretes: Charles Chaplin, Claire Bloom, Nigel Bruce, Buster Keaton, Sydney Chaplin, Norma Lloyd, André Eglevsky, Melisa Hayden, Marjorie Bennet, Wheeler Dryden, Barry Bernard, Stapleton Kent, Mollie Clessing, Leonard Mudie, Loyal Underwood, Snub Pollard, Julian Ludwing, Charles Chaplin Jr., Geraldine Chaplin, Josephine Chaplin, Michael Chaplin, Edna Purviance, Oona O'Neill.