Recién graduada de médico, a mi tía Ligia
se le ocurrió la peregrina idea de
casarse con un marabino e irse a vivir allá. Todavía faltaba mucho
para que se construyera el Puente sobre el Lago y del Zulia nos llegaban
esporádicas noticias. En Caracas se conocía muy poco la gaita y tengo la
impresión de que los caraqueños hablábamos con un acento más uniforme y
marcado, no desfigurado por la influencia de la televisión, inevitablemente en
blanco y negro.
Mi primera visita a Maracaibo no tuvo un comienzo muy afortunado.
Un desmayo (lipotimia, en el argot
médico) debido al excesivo calor, me obligó a levantarme con cuidado de la mano
de la señora Rosalía, madre del esposo de Ligia, en una casa situada en una
calle al sur de Bella Vista, cerca de una bomba de gasolina que aún llaman
"de los Quintero". Tendría entre 12 o 13 años y no conocía a nadie.
Luego encontré a tres familiares políticos de mi edad, con quienes salí a la
calle y recorrí la ciudad. A pesar del tiempo que ha corrido, recuerdo que
vimos la penúltima película de Chaplin, Un rey en Nueva York.
Desde entonces mis visitas a Maracaibo se hicieron
consuetudinarias. No había vacaciones que no se convirtieran en pretexto para
visitarla. Ligia se mudó a la quinta Marialba en Las Mercedes.
Con mi tía Ligia |
fueron desde entonces mis amigos maracuchos de siempre, con quienes compartí ese año que me quedé estudiando allá y con quienes cultivé una inimitable amistad hasta que el desgaste de los años, los diferentes caminos y la muerte de alguno de ellos nos fue separando y dejándolos petrificados en mi memoria a la edad en que los conocí.
Los viajes semestrales se hicieron anuales y progresivamente cada
vez más espaciados. Ligia se había casado de nuevo y había empezado a
especializarse en psiquiatría. Yo terminaba la secundaria, luego cursaba la
carrera médica y seguía sus pasos en la misma especialidad. Finalmente mis viajes
al Zulia se distanciaron hasta limitarse a los congresos de la Sociedad
Venezolana de Psiquiatría o al sepelio de los primos que murieron
prematuramente, del tío político y por último de la misma Ligia.
Conocía a algunos de los psiquiatras compañeros suyos,
especialmente los que cursaron el primer postgrado de esa especialidad de la
Universidad del Zulia, así como al director de ese curso, Ramón Ávila Girón,
quien visitaba a Ligia y a su segundo esposo.
Hacía yo el Internado Rotatorio en el Hospital Vargas, pero ya
tenía decidido el camino a seguir en la psiquiatría. Por ello asistí al II
Congreso Venezolano de esa especialidad en la ciudad de Valencia. Ligia
participaba ya como especialista y con ella se encontraban algunos residentes
de postgrado, aún en formación. Una
pareja muy compenetrada destacaba en esa cohorte: eran Eligio Nucette y Lilia
Meléndez, quienes participaban con interés en las tareas del congreso y
disfrutaban de las actividades extra-congreso. Los recuerdo
divertidos y cordiales, departiendo con los que estábamos en una discoteca de
Valencia, después de terminado un día de las sesiones.
Eligio me recordaba que una vez que vinieron a Caracas a visitar a Ligia coincidieron con Aquiles Nazoa y Balbino Blanco Sánchez, quienes se encontraban en mi casa de la parroquia Altagracia en una de esas reuniones que inventábamos con cualquier pretexto.
Eligio me recordaba que una vez que vinieron a Caracas a visitar a Ligia coincidieron con Aquiles Nazoa y Balbino Blanco Sánchez, quienes se encontraban en mi casa de la parroquia Altagracia en una de esas reuniones que inventábamos con cualquier pretexto.
Después nos seguimos encontrando en congresos y jornadas,
participando en foros, simposios y mesas redondas. Lilia nos tiene
acostumbrados a su presencia en estos menesteres con su disciplina
y su capacidad de trabajo intelectual y de producción en su numerosa
bibliografía de la especialidad psiquiátrica.
Por eso me sorprendí cuando me hizo llegar esta colección de
relatos y cuentos. No conocía esa faceta suya. Leyendo el currículo que precede
este Itinerario, me enteré de que había publicado algunos
cuentos en la prensa zuliana.
Es muy fácil simplificar las cosas y decir que la producción
científica de la doctora Nucette es una cosa y estos relatos de Lilia Meléndez
son otra. Las dos caras de la moneda. Persona y Sombra. Hemisferio izquierdo y
derecho. O usando el símil de las tiras cómicas, que tanto le gustan a ella,
Superman y Clark Kent, Batman y Bruno Díaz. Una disociación, en este caso
feliz. Quienes no la conocen podrían hacer esa conclusión precipitada.
Pero nada más lejano de la realidad que esta dicotomía. Quienes la
conocemos, aunque sea de lejitos, como en mi caso, no podemos haber dejado de
percibir la pasión, el compromiso personal de su obra profesional. Y por otra
parte, entrever la inteligente ironía, la distancia cordial que establece la
narradora de este Itinerario con su relato, su paisaje y sus
personajes. Lo que cambia es el punto de vista: allá, la necesaria objetividad
para que se trate de un discurso comunicable y compartible (o discutible) por
una comunidad científica. Aquí, es el sujeto quien muestra a través de su
transparencia como existente, su entorno, su paisaje, su situación.
Por ello, cuando me honró con su invitación a escribir este
prólogo, le pedí que me permitiera
expresarme con la mayor libertad posible en un proemio que, más que un análisis
del libro, fuera una invitación o más bien incitación a zambullirse en la
experiencia de su lectura, desde la perspectiva del lector lúdico que soy, con
la carga expresa de subjetividad que esta condición conlleva. Si leer es
reescribir, como aquel Pierre
Menard de Borges
proponía, la lectura de su Itinerario despertó en mí una serie de evocaciones y
asociaciones ligadas a mi temprana adolescencia que inevitablemente se convirtieron
en un texto que fue tomando
espontáneamente la forma de crónica, de narración.
Este es mi relato, esta mi invitación.
Eligio Nucette, Nelson Cárdenas, Lilia Meléndez, Ligia Padilla y Tomás Godoy |
El presente texto, con algunas modificaciones, es el prólogo del libro Itinerario (Relatos) de Lilia Meléndez de Nucette. Maracaibo. Ediciones Astro Data S.A, 2015
CARLOS ROJAS MALPICA ESCRIBIÓ:
ResponderEliminarInteresante y acertado proemio de Franklin, que cada día escribe mejor. No conocía esa vertiente literaria de la Dra Lilia Meléndez de Nucete. Siempre he sentido admiración por su trabajo académico, y ahora veo otro aspecto, que no por desconocido, resulta menos interesante....Mi felicitación a la Dra Nucete por su libro y por la acertada selección del prologuista.
Recuerdo con mucha nitidez la reunión donde participaron Aquiles Nazoa y Balbino Blanco. El texto de éste retazo, con ése agregado, cobra vigor en el recuerdo, y la fotografía nos traslada al 5to Congreso Venezolano, otros tiempos, aunque lejanos se mantienen peregnes en el recuerdo.
ResponderEliminarYo no incluí ese recuerdo en el texto original porque tenía la duda de si fue ése un encuentro que coincidió con la vez que Aquiles y Balbino fueron a la casa con toda la "patota sentimental", entre los que estaban Marcelo Hernández, la hija mayor de Balbino , o las dos, Guillermina Suárez y otros, o si más bien se trató de otro momento que no logro rememorar. Tiene que haber sido en ocasión de un evento en que estuvieran los psiquiatras del Zulia en Caracas. El comentario de Eligio Nucette me hizo ver que era mezquino no incluirlo, aunque fuera sin dar detalles. Es una de las ventajas del blog, que siempre es perfectible. En cambio, loque se imprime queda ahí.
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