Retazos de temas que me han interesado alguna vez, experiencias vividas, recuerdos, libros leídos, textos perdidos y rescatados, films que han dejado una impronta en mi memoria, pero también proyectos no realizados o postergados...







sábado, 11 de junio de 2011

JUAN PABLO II SIN ARTIFICIO

Tuve la dicha no sólo de asistir y ver, sino también  de participar como ministro extraordinario de la eucaristía en las dos visitas que Juan Pablo II hiciera a Venezuela.  La primera, en 1985, fue precedida de una intensa preparación a nivel nacional a través de una convocatoria que hiciera la Conferencia Episcopal Venezolana por medio de la Misión Nacional.  Fui uno más de los miles de fieles que dieron charlas en las diferentes diócesis de Venezuela  en colegios, liceos, casas de retiros, movimientos, comunidades y otros lugares de la iglesia venezolana. 
Esta primera visita fue una iniciativa totalmente eclesial.  El papa fue invitado por los obispos de
Venezuela. El Gobierno Nacional, presidido por Jaime Lusinchi, cumplió con su rol de anfitrión por tratarse de un Jefe de Estado y dio todo el apoyo logístico, pero la visita fue una respuesta de Juan Pablo II a la Iglesia Venezolana.
La mañana del 27 de enero de 1985 nos congregamos todos los ministros de la eucaristía, es decir, todos los que íbamos a dar la comunión, en el antiguo Seminario de Sabana del Blanco, hoy Universidad "Santa Rosa de Lima".  Tuvimos que madrugar  hacia las 3 o 4 de la mañana, todavía a oscuras, pues había que estar en el sitio de la celebración al amanecer. Después de desayunar, nos montaron en unos vehículos del ejército hasta Montalbán: a cada parcela de la explanada era asignado un grupo de sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos. Se escuchaban voces probando los equipos de sonido, grupos de apostolado entonando cantos y comentarios de todos los participantes, principalmente los sacerdotes, pues los laicos nos sentíamos un poco cohibidos, revestidos con el alba y el cíngulo, esto es, la túnica blanca que va generalmente debajo de la casulla del sacerdote cuando celebra la misa, y el cordón que se ciñe en la cintura. Uno de mis compañeros me miraba con cierta picardía cuando nos revestíamos del alba y nos amarrábamos el cíngulo: ni él ni yo, estábamos acostumbrados a este traje "clerical", a pesar de que sabíamos que estas prendas no eran de curas, sino que las utilizaban los recién bautizados desde el siglo primero. Se nos repartieron las especies (hostias) sin consagrar. Los que no éramos sacerdotes (religiosas, religiosos no ordenados y laicos) debíamos sólo sostener los copones en alto mientras el papa, los obispos y sacerdotes pronunciaban las palabras de consagración.
La llegada de Juan Pablo II a Montalbán fue precedida, por una parte,  de un estruendoso clamor de la muchedumbre (se calculó en un millón de personas) y por otra, de un gran despliegue de seguridad. Era de esperar: no hacían aún cuatro años del atentado que por poco le quita la vida al papa. En medio del bullicio y la movilización general, ¡nosotros también queríamos verlo! Pasó rápidamente frente a nosotros en el papamóvil y pudimos avizorarlo  mientras saludaba y bendecía.
El inmenso altar donde iba a comenzar ya la misa no nos permitía verlo, dada la posición en que estábamos, detrás y a un lado.  Las voces del coro dan inicio a la celebración eucarística con el himno Peregrino de esperanza, del compositor Francisco Rodrigo:

Peregrino de esperanza
mensajero del amor,
con fervor te canta el pueblo
por ser digno portador
de las llaves de San Pedro
y Vicario del Señor.
Venezuela te saluda
con el corazón en alto:
¡Salve! ¡Salve!
¡Salve, Pastor supremo!
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La voz del papa sonaba clara, fuerte, entusiasta, se escuchaba con claridad. Cuando responde a uno de los versos con que lo saludan nos hace reir su salida naïf para que salga la rima:

TODOS:                             "¡Juan Pablo/ amigo/ 
                                             Venezuela está contigo!"


JUAN PABLO II:              "¡Venezuela/ amigo
                                             el papa está contigo!"



La homilía, acerca de la familia.  Luego la consagración de Venezuela a la Virgen de Coromoto.  No me extenderé aquí...

Comunión. Los soldados nos guian a la parcela donde debemos repartir las especies consagradas.  Filas de gente que se acerca a comulgar.  Una abogado valenciana, madre de una gran amiga y comadre, se acerca .  Sorprendido, le doy la comunión (ella también-me dijo después- se sorprendió mucho al verme "embatolado").  Más gente se acerca a comulgar. En mi parcela, como cien personas.
Luego hay que consumir las especies que no se han comulgado y devolver el copón a los lugares custodiados por los soldados.
Ahora, el regreso.  Ríos y ríos de gente.  Familias, parejas, grupos, personas solas.  Una increíble paz y gozo en la salida en Montalbán. Autopista. El Paraíso. Más gente.  El Seminario.  Calabaza, calabaza, cada quién para su casa.
El resto de la visita la sigo por televisión, un vistazo en la mañana mientras pasamos revista en el Servicio 3 del Hospital Psiquiátrico de Caracas, o una mirada mientras almuerzo en casa antes de salir para el consultorio. De noche, puedo ver a los Niños Cantores del Zulia cantando impecablemente el Credo gregoriano en latín perfectamente pronunciado y al papa Juan Pablo II regalándole el solideo a La Chinita.
En Caracas, en la Catedral, me sorprendo al ver a Pompeyo Márquez y Freddy Muñoz, de los más devotos, mientras siguen con un folleto el cántico que precede el encuentro del papa con los sectores sociales del país:

Tú has venido a la orilla
no has buscado ni a sabios ni a ricos,
tan solo quieres
que yo te siga.
Señor, me has mirado a los ojos,
sonriendo, has dicho mi nombre...

En la despedida, declaraciones de Monseñor Baltazar Porras uno de los principales organizadores de la visita antes de despegar el avión. Con mucha propiedad los periodistas y locutores han seguido el evento, especialmente recuerdo a Nelson Bocaranda en una eficaz Venezolana de Televisión.
Mientras despega el avión se escucha una vez más la voz del niño Adrián Guacarán, quien sorprendiera al papa y a todos los asistentes a la misa en Puerto Ordaz al cantar El Peregrino, que no tiene nada que ver con el himno con nombre parecido que se escuchó en Montalbán.

Eucaristía en Maracaibo




La segunda visita en 1996, ocurrió en un clima y momento totalmente diferentes.  No fue una iniciativa de la Iglesia, sino del Gobierno.  El Presidente de la República, Rafael Caldera, solicitó esa visita; solicitud  que el episcopado, por supuesto, secundó. El país estaba atravesando quizá el momento más traumático, hasta entonces, de su vida republicana desde la Federación: una sacudida social con saqueos, muertos y suspensión de garantías, dos intentos de golpe militar, la defenestración de un presidente de la República y un clima de gran inestabilidad política que se había atenuado con la segunda presidencia de Caldera, pero que no había desaparecido, como se vió más adelante.  Una atmósfera enrarecida penetraba en todos los rincones y la visita papal en ese momento se vió como algo favorable.

Esta vez no hubo esa preparación previa entre los fieles ni de la iglesia hacia la sociedad. Los mismos organizadores de la primera visita fueron llamados a colaborar y hubo muchísima participación tanto en el clero como en el laicado y las comunidades religiosas.  Pero daba la impresión...corrijo: me daba la impresión de algo montado desde arriba, organizado y ejecutado por factores de poder, no sólo en el gobierno, sino a nivel eclesial.
Un síntoma de ésto, sólo como muestra de lo dicho fue algo aparentemente nimio que presencié en la reunión previa a la misa que celebraría el papa en Caracas.  Estábamos reunidos todos los ministros extraordinarios de la eucaristía: sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos.  Los organizadores pretendían que todos los sacerdotes debían ir revestidos de clergyman, con su respectivo cuello blanco  de celuloide y un paltó negro, sobre el que se iba a colocar el alba y la casulla, en el caso de que la llevaran.  Varios sacerdotes pidieron ser relevados del paltó y el cuello, dado el calorón que se esperaba para la misa, esta vez en los terrenos del Aeropuerto de La Carlota.  Negada la solicitud.  Un sacerdote miembro de una comunidad religiosa pidió que a los religiosos se les permitiera celebrar con su hábito que, en su orden, data del siglo XVI .  Solicitud denegada.  Había un ambiente de molestia.  El organizador, un sujeto bastante autoritario,  insistía de modo altanero en imponerles el cuellito y el paltó a todos los curas.  No me pude contener:  pedí la palabra y como médico expliqué el peligro a que se exponían esos seres vestidos de manera tan inapropiada para un ambiente harto caluroso.  Sorprendentemente, el organizador, un tecnócrata, aceptó mis argumentos y permitió la ausencia del saco, no del cuello.  No recuerdo si me aplaudieron, pero  escuché un rumor aprobatorio.  El padre Luis Tineo, amigo personal y  hoy obispo auxiliar de Caracas, me susurró al oído:

- "¡Menos mal que aquí hay un psiquiatra!"

La tarde del sábado 10, gracias a una tarjeta que me da el padre Aldo Fonti, director de Pastoral Familiar, donde colaboraba, puedo asistir al encuentro de Juan Pablo II con los Responsables de la vida Social, Política y Económica del País, en el Teatro Teresa Carreño. Llego malhumorado porque en el metro me han robado la cartera. Gracias a un préstamo del profesor Antonio Napolitano puedo garantizar mi regreso y permanecer en la butaca.
Un locutor de la televisión es el maestro de ceremonias. Es posible que mi apreciación esté teñida de subjetividad por lo de la cartera, pero percibo en su tono el mismo autoritarismo del tecnócrata del affaire del paltó. Dando órdenes marciales nos hace permanecer inmóviles hasta que el papa hace su entrada.  Entre el negro y morado de los obispos, negro y rojo de los cardenales Velasco y Castillo Lara, destaca la blanca vestimenta del sucesor de Pedro, quien ha cumplido una apretada agenda: después de llegar de Guatemala y Nicaragua, ha celebrado una misa en Guanare y visitado el Retén de Catia. Lo observo en el borde de su capacidad de soportar el esfuerzo. En su entrega total. Mas allá del agotamiento, una fuerza lo sostiene. No es el papa como figura de autoridad  quien me impresiona. Es el servidor, el hombre de Dios.
El discurso de Juan Pablo II en el Teresa Carreño es denso y memorable. Por cierto, que cuando el papa agradece al matrimonio de Francisco y América González su testimonio de vida familiar no me doy cuenta de que se trata de Pancho González Berti, un destacado y querido colega de Mérida ya fallecido, quien fue un entusiasta propulsor del enfoque social y comunitario de la psiquiatría, sin alharacas ni deseos de llamar la atención.
Al finalizar el acto, veo personajes conocidos de la política. Me encuentro con Nancy Montero, presidente entonces del INAM (Instituto Nacional del Menor) quien me presenta a un ministro: un tipo joven, realmente amable.

Madrugada del 11 de febrero.  La Carlota.  Esta vez no vamos con el alba, sino con camisa blanca y pantalón azul marino, como escolar en día de fiesta.  El tecnócrata (o quienes lo dirigían) querían marcar de un modo forzado y anacrónico la diferencia entre curas y laicos, ignorando, al parecer, el origen antiquísimo del alba  (recordé a Ortega y "la barbarie del especialista"). Cierta desorganización en aspectos cruciales de la eucaristía, como la falta de especies para repartir en la comunión, me va dejando un mal sabor y un mal humor que se prolonga hasta el inicio de la misa.  De nuevo, esperamos al papa.  Este llega, ya para iniciar el acto. Fallas en el sonido. Estoy a punto de desertar, cuando la voz de Karol Wojtila se escucha con toda su fuerza, iniciando la eucaristía.  Algo electrizante recorre el ambiente y logro "entrar" en la celebración.
Una vez terminada la misa  camino por La Carlota sin mirar para los lados... reflexiono sobre lo ocurrido con esta visita, tan distinta en todo de la anterior. Quiero entender. Quiero saber dónde colocar el malestar que siento. Salgo, al fin, a la avenida Francisco de Miranda y consigo un vehículo. Me reúno en La Candelaria con unos amigos y amigas que han estado siguiendo de cerca la visita papal. Intercambiamos experiencias. 

Una vez en la casa, estoy frente al televisor. Los Próceres.  Despedida de Juan Pablo II. Mientras el papa se aleja, Soledad Bravo canta.  ¿Estaré oyendo bien? No: es la Canción del Elegido de Silvio Rodríguez:

"...Iba matando canallas / con su cañón de futuro..."

Algo se me escapa.  Definitivamente debo estar desfasado, porque allá en Los Próceres nadie luce extrañado. ¿Cómo juntar todas esas piezas? ¿Qué tiene que ver el Ché Guevara con Juan Pablo II?
Veo al papa que se despide mientras en off se escucha:

"La última vez lo vi irse
 entre humo y metralla
contento y desnudo 
iba matando canallas
con su cañón de futuro"

Me digo: no importa. Lo único que importa es que ha venido, en el límite de su esfuerzo, por servir al Señor.  Y por servirnos a nosotros. Y por servirme a mí, llevándome su testimonio.  Por traer El Anuncio.
No importa. No importan los errores que se hayan cometido ni las incongruencias. 
Se hicieron muchas críticas por este viaje a Venezuela, en especial por el acto del Teresa Carreño, que se calificó de elitesco, de una reunión del Papa con "los corruptos de siempre".  Me digo que después de todo esa clase dirigente a lo mejor necesitaba más que nadie escuchar al hombre de Dios.  Que después de todo hizo bien el doctor  Caldera en traernos a este santo para darnos ánimo en una Venezuela que comenzaba a desmoronarse.  No sabíamos lo que venía.  No teníamos idea de lo que se nos avecinaba.
Valió la pena la visita.

Con Simón Díaz en el Teresa Carreño


Apostilla de julio de 2016:  Tuve que hacer una revisión (y una re-edición) del texto publicado en 2011 para insertar la música del himno Peregrino de esperanza y mientras lo hacía recordé un magnífico comentario que la doctora Nelly Villalba de González me hizo en su momento. Al intentar incluirlo en la sección de Comentarios la plantilla me lo rechazó por su longitud. Intenté editarlo recortando buena parte del texto, pero me di cuenta que al hacerlo se perdía el encanto con que la remitente relata su experiencia con el papa y decidí añadirlo como apostilla a esta entrada totalmente revisada, aunque no he modificado las apreciaciones y descripciones de entonces.

¡Hola Franklin, que maravillosos tus recuerdos!, hiciste que los míos afloraran a mi mente sobre la visita a nuestro país de este papa bueno. Me gusta como escribes, con esa particularidad de expresión carente de egotismo, sino revestida de una necesidad de transmitir emociones  que conllevan a la satisfacción espiritual de comunicarse en una forma tan sencilla que provoca recrearse en la lectura de tus vivencias. Sé que te refieres a mí cuando dices que "una abogada amiga" se te acercó sorprendida al verte frente a los comulgantes repartiendo el pan de Cristo, más que todo fue admiración ya que conocía de antemano de tu entrega y fervor en el Señor, nuestro Dios. Te diré que tuve la dicha de ver a este papa tan de cerca, tres veces. La primera fue cuando vino a Venezuela en 1.985, el día 27 de Enero, en la urbanización Montalbán, ese día salimos de madrugada , de Valencia, todos los peregrinos, llegamos a tiempo para ubicarnos en sitios estratégicos  y ver al papa de cerca, lo logramos. A las 8 am el sol era inclemente, las toallas que llevamos sirvieron para taparnos la cabeza y protegernos de sus rayos fulgurantes. Llegó el momento en que el papa- móvil pasó cerca de nosotros, lo ví bastante cerca , la emoción que me embargó fue indescriptible, había cumplido un sueño: Ver de cerca un papa. Para regresar al bus que nos había llevado, fue una odisea, la muchedumbre regresaba sin saber dónde estaban los buses, cinco de nuestro grupo, al no encontrarlo, decidimos contratar un taxi que nos trajo hasta Valencia, no sabes el problema que originamos, la responsable del viaje esperó, junto a los demás peregrinos, hasta tarde, esperándonos y solicitándonos por el parlante, ya cansados decidieron venirse y al llegar se comunicaron con nuestros hogares donde ya teníamos un buen tiempo descansando, imagínate la reprimenda que con mucha razón nos dieron. La segunda vez fue con motivo de la canonización de la madre María de San José, beata venezolana. Fue mi primer viaje a Roma, el día 7 de mayo de l.995. Llegar a la Plaza San Pedro, entrar al Vaticano, fue una emoción indescriptible, en ordenada formación, requisados uno a uno  los peregrinos por los guardias suizos enarbolando nuestra bandera, me sentía como flotando en el aire, en contagioso fervor con todos los peregrinos del mundo. Aquí, en Valencia, en mi hogar nadie durmió esa noche, todo el mundo creyó avizorarme en la tv, pero en realidad ningún rostro parecido era el mío, la muchedumbre rebasaba la Plaza y sus adyacencias, era imposible distinguir a alguien. Al terminar la ceremonia, cuando ya todos los peregrinos se retiraban, yo me quedé rezagada  en el sitio por donde había pasado el papa, esperando que el tumulto disminuyera, cuando sorpresivamente lo vi que regresaba, de inmediato saqué mi vieja cámara Kodak, y cuando lo tuve cerca, a pesar de mis nervios y emoción, le saqué una foto, que a pesar de mi inexperiencia como fotógrafa, quedó bastante nítida y la guardo como un recuerdo de valor incalculable. Allí también tuve la oportunidad de compartir con los sacerdotes y obispos que habían viajado con motivo de este significativo evento, también con mi vieja cámara me retraté junto a monseñor Del Prette, hoy cardenal, monseñor Moronta, monseñor Padrón y otros, gratos recuerdos para la historia de mi vida. La tercera  y última vez, fue cuando vino a Guanare, el sábado 10 de Enero de 1.996, con motivo del traslado de la imagen de la virgen de Nuestra Señora de Coromoto al templo Votivo. Fuimos un grupo numerosos de peregrinos de esta ciudad de Valencia, salimos muy de madrugada para llegar a tiempo. Llegamos a un sitio lateral de la carretera que conduce al templo, allí quedaron  los buses, tuvimos que trasladarnos a pie una larga distancia. De lado y lado del camino los vendedores de refrescos, comida, banderas, franelas con imágenes religiosas ofrecían su mercancía. Al llegar al sitio de la solemne ceremonia, vimos como el terreno estaba dividido en parcelas, cada grupo tenía asignada la suya. Como mi hermana Elvia de León formaba parte del comité organizador, me había reservado un puesto preferencial, cerca del altar, yo quise solidarizarme con mis compañeros y me dispuse a instalarme en la parcela. Llevamos pequeñas sillas de extensión, una mochila con alimentos, botellas de agua, toallas, en fin lo necesario para mantenernos en el lugar. Comenzó la ceremonia, llegó el papa, se oyeron grandes vítores y cánticos , la muchedumbre emocionada coreaba: Juan Pablo amigo, Venezuela está contigo. Fue hermoso y todo transcurrió en forma ordenada. Cuando el papa se dispuso en el papa- móvil a dar su recorrido, yo traté de ubicarme en un sitio cercano a la ruta pre-establecida, para verlo, pero esta vez, sólo pude divisarlo distante. Al final, hubo algo de desorden porque la gente se precipitó sobre los contornos ornamentales del altar para llevarse las flores y las plantas. Comenzó el regreso, a pesar de que tratamos ir en grupo, yo me perdí, me buscaron por parlantes, sólo me quedó seguir la marcha hacia donde vi que regresaban. En el trayecto vi cómo las personas al no poder entrar a los baños portátiles que habían instalado se disponían a hacer sus necesidades en plena vía, vi varios traseros desnudos, carentes del menor rubor, debe haber sido por la apremiante necesidades los compelía, es allí donde yo pienso que los humanos nos confundimos con los animales, tú que eres estudioso de la conducta humana sabrás comprender.las ambulancias se detenían a recoger a las personas desmayadas por el calor y el cansancio, vario niños y ancianos perdidos eran solicitados por los parlantes. Al final, ya angustiada, porque no veía rostros conocidos, me encontré con mi sobrino sacerdote que me condujo al bus asignado. Mis compañeros de viaje me recibieron con gritos y abrazos, el viaje había terminado, nos quedaba la sensación de haber estado allí, de nuevo, con nuestro papa bueno. Te cuento todo esto para que veas las peripecias que yo también he pasado para cumplir  y yo digo más bien, para satisfacer un sueño repetido. Abrazos.
Nelly.


3 comentarios:

  1. Como siempre F., me encanta la perspectiva subjetiva,emocional desde dónde escribes este artículo.
    Para mí, no hay otra manera de abordarlo.

    Es un recuerdo melancólico, pero emocionante, que, por cierto, coincide con los míos en muchos sentidos.

    Algún par de cosas más, te las diré personalmente.
    ¡Te felicito!

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  2. Era una muchacha muy jovencita cuando vi al papa. Un recuerdo imborrable. ¡Gracias por revivir esos momentos!

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  3. JOSÉ ORELLANA ESCRIBIÓ:
    Cosas veredes, Sancho////La leve limitación visual que ha sufridoe tu organismo nos permite releer tan excelentes textos que nos has brindado a lo largo de tu trayectoria como bloguero. He disfrutado de esas experiencias emocionales frente a la divinidad del Papa viajero y gracias a la desmemoria añosa las he percibido como originales. ¡P'alante, Maestro Padilla!

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