Es difícil escribir sobre Vicente Emilio Sojo sin dejarse tentar por su copioso anecdotario. Su figura era conocida no sólo por los músicos y cultores de la música sino por los habitantes de la Caracas de mediados del siglo veinte. Siempre atildado, de traje oscuro y chaleco, leontina con su reloj de bolsillo y algunas veces bastón y sombrero, el Maestro de los músicos venezolanos caminaba por los lados de Santa Capilla cercanos al la Escuela Superior de Música, luego Escuela de Música José Ángel Lamas, con donosura y carácter. La Avenida Urdaneta, la Plaza Bolívar, las esquinas de Jesuítas, Tienda Honda, Veroes e Ibarras, eran atajos donde lo veía cualquiera que anduviese por ahí en horas de almuerzo. Comía en una cantina de unos chinos hacia los lados donde todavía se encuentra el Colegio La Salle de Tienda Honda, tabuco donde servían acemitas, café y otras viandas que no puedo citar porque nunca comí allí; pero no piense el lector en los restaurantes cantoneses, pues eran lugares modestísimos donde se servía a una clientela de parroquianos que se sentaba en una barra.
Yo no lo conocía aún, ni él a mí, aunque en mi aún cercana infancia había tenido una fugaz pasantía por el Conservatorio; pero como dije, cualquiera lo podía ver en la calle. Una vez me tocó presenciar uno de sus gestos cívicos: una mujer intentó cruzar la avenida Urdaneta con la luz roja para los peatones. Sojo le cerró el paso con el bastón, al tiempo que le decía: - "¡Señora, cumpla con sus deberes para que exija sus derechos!"
La dama, avergonzada por la reprimenda de aquella figura de lord inglés con abundante y canoso bigote, se regresó para la isla sin chistar .
El Maestro Sojo era Profesor de Dictado Musical, el último año de la formación elemental, y luego detentaba las materias de la Cátedra de Composición, Armonía y Contrapunto. No nos daba clases a los de los dos primeros años de Teoría y Solfeo, pero como director del conservatorio velaba por el decoro y la regularidad de éstas, y si mi memoria no me engaña, algunas veces suplió al profesor, que en nuestro caso era Víctor Guillermo Ramos, a la sazón fagotista de la Orquesta Sinfónica Venezuela, institución fundada por el Maestro.
Uno de nuestros condiscípulos era un chinito muy inteligente y aventajado, pero sumamente imprudente, quien en un momento en que nos encontrábamos subiendo una escalera del jardín de la Escuela, le espetó una pregunta aparentemente inocente, pero que a Sojo le incomodó:
-"Maetlo: ¿qué intlumento toca uté?"
Sojo dio un rodeo, explicándole que él era compositor y profesor de composición y que por lo tanto debía ser muy versátil en este sentido.
-"Sí, Maetlo, pelo...¿qué intlumento toca?"
Volviendo la cara hacia los otros que estábamos allí, nos miró con evidente expresión de desagrado, dió media vuelta y se retiró.
Tiempo después, cuando ya cursábamos Armonía en la Cátedra de Composición que él dictaba, nos tocó presentar exámenes. Para ello nos reuníamos un domingo los cursantes de todos los años.
El chinito (lamento no recordar su nombre) había cursado los programas de segundo y tercer año de Armonía, y quería saber en cuál de ellos tenía que examinarse. Se acercó al Maestro, quien leía su ejemplar dominical de La República, órgano oficioso de su partido, Acción Democrática, y lo abordó, iniciándose el siguiente diálogo, no exento de suspenso:
-"Maetlo, yo culsé segundo y telcel año: ¿plesento lo dos año o sólo telcelo?"
-"¿En cuál año se inscribió?"
-"En segundo año, maetlo"
-"Entonces va a presentar segundo año".
-"Lo que pasa, maetlo es que yo culsé segundo y telcelo"
-"Pero ¿en qué año se inscribió?"
-"En segundo año"
-"Pues presente segundo año"
Ya todos nos mirábamos las caras presintiendo el desenlace. El diálogo se prolongaba peligrosamente, Sojo veía por encima del borde de La República al chinito, quien no paraba:
-"Lo que pasa maetlo, e que yo culsé ploglama de segundo y telcelo"
-"Pero ¿en cuál año se inscribió?"
-"En segundo año, maetlo pelo é que...
Se levanta Sojo como un Júpiter tonante, sacude en el escritorio el periódico doblado al tiempo que golpea con el pié el piso de madera y dice enérgicamente:
-"¡Segundo año!... ¡Y Mao-Tse-Tung no se equivoca!"
Eran los días de la Revolución Cultural China, y la prensa todos los dias mostraba multitudes enardecidas por el entusiasmo, especialmente de jóvenes que enarbolaban el Libro Rojo, con las máximas infalibles del Presidente Mao y contraponían su pensamiento correcto a las decadentes manifestaciones pequeño-burguesas.
Al parecer, el chino se quedó tranquilo, pues salió obediente, aunque perplejo, a sentarse en su pupitre y a escribir su examen.
Aunque he querido contar principalmente los episodios de la vida de Vicente Emilio Sojo de los que fui testigo, vale la pena relatar algunos que perfilan mejor su personalidad, como son los relacionados con la vida política del Maestro. Ya señalé su militancia en Acción Democrática, apareada con su amistad con Rómulo Betancourt, quien era oriundo también de Guatire, su patria chica.
Pero quizá no es tan conocida su actitud durante la dictadura. Oí decir que Pedro Estrada le envió más de un esbirro a espiarlo en la Escuela de Música, y era lógico tratándose de adeco tan ilustre y comprometido. Algunas veces los descubría y los ponía de patitas en la calle. Otras se desarrollaba una comprensible actitud paranoide que le hacía sospechar de quien no tenía ninguna culpa. Pero podía ocurrir lo siguiente: para espiar a Sojo había que ser alumno del Conservatorio. Para ello el sujeto debía aprobar un severo examen de admisión. Si lo lograba, era porque tenía oído y condiciones musicales: se convertía en un discípulo potencial de Sojo. Podía ser que éste lo descubriera, pero también que el esbirro empezara a jugar un doble juego en que fingía espiar al Maestro mientras seguía sus estudios...
Pero quizá no es tan conocida su actitud durante la dictadura. Oí decir que Pedro Estrada le envió más de un esbirro a espiarlo en la Escuela de Música, y era lógico tratándose de adeco tan ilustre y comprometido. Algunas veces los descubría y los ponía de patitas en la calle. Otras se desarrollaba una comprensible actitud paranoide que le hacía sospechar de quien no tenía ninguna culpa. Pero podía ocurrir lo siguiente: para espiar a Sojo había que ser alumno del Conservatorio. Para ello el sujeto debía aprobar un severo examen de admisión. Si lo lograba, era porque tenía oído y condiciones musicales: se convertía en un discípulo potencial de Sojo. Podía ser que éste lo descubriera, pero también que el esbirro empezara a jugar un doble juego en que fingía espiar al Maestro mientras seguía sus estudios...
Con Rómulo Betancourt |
Una vez caída la dictadura, Sojo fue senador del Congreso de la República. Recuerdo la sorprendente foto en El Nacional, donde aparece: pulgar sobre la nariz, meñique con el pulgar de la otra mano, haciéndole cuchufletas de a los congresantes perezjimenistas que se incorporaron al Congreso después de las elecciones de 1963.
Volviendo al anecdotario personal: Las clases de Dictado Musical y de Armonía se dictaban a mediodía, en un salón con un balcón que daba a un jardín. Un pizarrón pautado con varios pentagramas, tiza y borrador. Por supuesto, un piano para el profesor. Los varones nos sentábamos en un sector y las hembras en otro. Si encontraba a alguno de nosotros en off-side, nos mandaba a nuestro lugar con la frase:
-"¡Cada mochuelo a su olivo!"
Algunas veces interrumpía una llamada telefónica. Mientras él salía a hablar, Juan Carlos Núñez y yo corríamos al piano y tocábamos a cuatro manos La Pantera Rosa, mientras todos reían y rápido volvíamos a nuestros puestos antes de que llegara.
Al regresar, pasaba a alguien a que construyera un bajete, una breve composición a cuatro voces sobre un bajo cifrado que él anotaba. Si el compañero se alambicaba un tanto en la construcción del bajete, que se regía por severas reglas, el maestro le decía:
-"¡Muchacho, no te metas en dibujos...sigue tu canto llano!", lo que era una cita textual del Quijote.
Un mediodía llegué corriendo del Hospital Vargas a la clase, con la bata en la mano y sudoroso. Sojo me mandó al pizarrón a completar un bajete, pero las notas me salieron torcidas y deformes. Me dice el Maestro:
"¡Muchacho...Esculapio te tiene absorto...esa es una escritura existencialista...y el existencialismo es el culto a lo feo!"
(Todavía me pregunto qué significaría esa palabra para el Maestro. Para entonces, yo tampoco lo tenía muy claro.)
Ya para esa época, entre 1966 y 70, fecha de mi retiro del Conservatorio, me trataba con confianza; yo diría que con especial deferencia. Un día me llama aparte y me dice:
-"Muchacho, ¿qué tienes que hacer este sábado por la tarde?...pensaba invitarte a escuchar unos discos de un ingeniero amigo mío. El tiene un equipo de sonido muy bueno, e iríamos con Teodoro Capriles, quien nos llevaría en su carro".
Con Teo Capriles en el Caroní |
Fue una tarde memorable. Acompañados por Teo Capriles y el dueño de la casa, escuchamos completa la grabación de Pelléas et Mélisande interpretada por la Orquesta de la Suisse Romande bajo la dirección de Ernest Ansermet. En aquellos LP de vinil las obras largas venían en varios discos. Entre disco y disco, el Maestro Sojo analizaba la ópera de Debussy.
Otra vez , se apareció en la Escuela el pianista José Vicente Torres a ensayar los Valses Venezolanos. El autor-recopilador (Sojo), su mejor intérprete, Evencio Castellanos, y un virtuoso recién llegado de Europa, Torres, que los estaba montando se unieron en una sesión de ensayo excepcional. Aura Colina y yo salíamos de clase de Historia de la Música, que dictaba Eduardo Plaza, y nos disponíamos a ir a nuestros trabajos, cuando escuchamos la música. Nos acercamos y entramos en el salón. Miro a Aura preocupado porque se me va a hacer tarde y a ella le pasa lo mismo. Al final privó el principio del placer: nos excusamos en nuestros trabajos y nos quedamos oyendo ese ensayo de Torres con las indicaciones de Evencio y las acotaciones de Sojo. Embelesados y jubilados.
Esa amistad, esa confianza que me brindó el Maestro Sojo, me permitió contradecirlo algunas veces en cuestiones en que otro, o en otra época, jamás hubiera osado hacerlo.
Salieron unas lamentables declaraciones suyas en la prensa contra Los Beatles, donde denostaba de los chicos de Liverpool. Aquello no era música. Aquello era puro ruido. Aquello era algo deleznable. Incluso los llama "Los Battles".
Pocos días después estoy en la Escuela, cerca de un piano, en uno de los salones, ya vacíos, pues no había clase. El Maestro pasa y yo lo llamo y le pido que se acerque. Empiezo a tocar algo sin decirle de qué se trata. Escucha atento, de pie, y luego me dice:
-"Esa es una balada inglesa. Muy bella..."
Se acerca y sigue escuchando hasta el fin.
-"Esos son Los Beatles, Maestro"
-"¡Cómo va a ser!"
-"Sí. Es una canción que se llama Yesterday"
-"...¡Yo no sé de quién será, pero sea de quien sea, eso es muy bueno!".
Se atusó el bigote y salió. Y no volvió a hablar más de "Los Battles".
El epílogo me crea perplejidad. Muchas veces he pensado si no fue algo que soñé o imaginé. Estamos en 1974. Han pasado cinco años de mi retiro de la Escuela de Música. Para mí es mucho tiempo, pues he concluído mi postgrado de psiquiatría, he estado trabajando en Ciudad Bolívar y he regresado. No logro recordar si la llamada fue antes o después, ni siquiera quién me llamó para decirme que el Maestro estaba muy enfermo y que se fue de la Clínica San Ignacio, en La Florida, donde era tratado. Pero tengo la imagen clara de Sojo en la isla de la Avenida Urdaneta, frente a la Escuela de Música, en Santa Capilla. Me le acerco. Luce desencajado, los lentes torcidos. Despeinado, sin afeitar. Supongo que yo, con mi cabello largo, patillas, bigote de los años setenta y lentes oscuros, tampoco le debo lucir muy bien, porque me dice:
-" ¿Estás disfrazado, muchacho?"
Creo recordar que lo tomo del brazo y lo llevo hasta la Escuela, donde Tito, el bedel, y García Lazo, el Secretario, lo reciben angustiados.
A los pocos dias falleció. Pude hacer las lecturas de la misa de cuerpo presente que el Párroco de Guatire celebró en el Auditorium de la Escuela, donde estuvimos todos sus alumnos para despedirlo.
Muy sabrosa-esa es la expresión sincera-esta corta crónica y en pocas pinceladas nos presenta los rasgos básicos de la personalidad de este Maestro de la música venezolana. A divulgarla- felicidades
ResponderEliminarToda una institución, Vicente Emilio Sojo. ¡Qué fortuna haberlo conocido y mayor aún haber sido su alumno! Siento cochina envidia hacia el autor de este post.
ResponderEliminarConoci a GARCIA LAZO en 1980 todo un sr. el me inscribio personalmente en la Escuela SUPERIOR JOSE ANGEL LAMAS.
ResponderEliminarEXCELENTES COMENTARIOS TAMBIEN ESTUDIÉ EN LA JOSE ANGEL LAMAS ESCUELA SUPERIOR Y CONOCI AL SR. GARCIA LAZO.....EL ME INSCRIBIÓ.
ResponderEliminarMERCEDES MUÑOZ ESCRIBIÓ:
ResponderEliminarUna delicia de relato, en estos días grises cae como agua fresca. Es un regalo para los músicos en su día...
Muy interesante Franklin. Lo he disfrutado y al mismo tiempo recordado nuestros diciembres marabinos de adolescentes cuando venías a visitar nuestra TIA LIGIA.
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