En 1986,
para cumplir con la obligación de redactar un trabajo en la asignatura “Lengua
y Comunicación” del Instituto Universitario Seminario Interdiocesano [IUSI]”,
hoy “Universidad Santa Rosa de Lima”, releí y resumí (o “condensé”, como dicen
algunos) el enjundioso libro de Pedro Laín Entralgo “La curación por la palabra
en la Antigüedad Clásica”. Sus avatares y destinatarios aparecen al final de este trabajo (Ver en Apéndice "Nota introductoria").
Treinta y dos años después, ya convertido en un viejo bloguero, me atrevo a dar a conocer ese texto escolar con la certeza de que será de sumo interés en todos los que se ocupan de la palabra bien sea como psicoterapeutas, oradores, maestros o estudiantes de postgrado.
Treinta y dos años después, ya convertido en un viejo bloguero, me atrevo a dar a conocer ese texto escolar con la certeza de que será de sumo interés en todos los que se ocupan de la palabra bien sea como psicoterapeutas, oradores, maestros o estudiantes de postgrado.
I.- La Palabra Terapéutica en el epos homérico
Ante la Ilíada y la Odisea, los lectores o críticos de
nuestro siglo han adoptado dos tipos de actitud: o bien una posición idealizadora,
en la cual el epos homérico es un modelo perfecto de todo lo que ha existido y
existirá en Occidente, o una de primitivizacion: la Ilíada y la Odisea
no serian más que expresión de una cultura primitiva, con todo lo peyorativo
que este término supone.
Los
médicos que han estudiado a Homero han adoptado por lo general la primera
postura. Por ejemplo: en una famosa escena en la cual Ulises fumiga con azufre
la sala donde asesina a los pretendientes de Penélope, los historiadores
médicos creen encontrar anticipos de medidas higiénicas. Olvidan que esta
fumigación en la antigua Grecia tenía un carácter de rito purificador o
catártico.
¿Cuál sería
el origen de la enfermedad en los poemas homéricos? Cuatro causas le atribuyen
los textos. En primer lugar un origen traumático: lo más frecuente en relatos
de guerras. Abundan los heridos y muertos por lanzas, espadas, flechas y
piedras. Son visibles y comprensibles para el espectador o narrador.
En segundo lugar, las causadas por los dioses, bien sea
como castigo, o para resolver conflictos y situaciones entre los personajes.
Otro
tipo de enfermedad es la de origen ambiental, debida a causas naturales,
externas y no traumáticas, como el clima o sustancias venenosas. Finalmente, Homero
menciona enfermedades causadas por posesión demoníaca.
¿En qué
consiste la enfermedad en sí?... en una “pérdida” o “escape” del alma del
paciente, en la penetración mágica del cuerpo por un objeto, o bien en la
posesión del sujeto por un δαίμων (daimón). Los dos últimos casos relacionan el hecho de
enfermar con cierta cualidad de impureza o contaminación que debe ser lavada.
Para
conocer mejor la enfermedad y su tratamiento es necesario comprender lo que
Homero entiende por “Naturaleza”, que en griego se
expresa con la palabra “φύση (“physis” o “Fysis”) : de
allí viene nuestra “física”, algo “físico”). Como verbo (“fyein”) significa
“crecer”,”brotar”, “nacer”. Para Homero, “Naturaleza” es la suma de todo lo que
nace y crece, germina y adquiere su forma por “un impulso generador” (Laín E.,
25). Tiene ciertas propiedades: por una parte el cambio, la mutabilidad.
Animales, elementos todos, hombres… todo cambia.
Por ejemplo Circe cambia a los hombres en cerdos. También
se aprecia una participación de lo natural en lo divino y un sometimiento de
los dioses al orden “físico”. Otro rasgo de los seres naturales es su
caducidad. Todo es perecedero. Finalmente se destaca su regularidad. La
naturaleza está sometida a las leyes, primeros atisbos de una mentalidad
científica. En lo tocante a medicina, “si en este cuerpo herido se hace esto,
resultará aquello”. La naturaleza puede incluso, por sus leyes, oponerse a la
acción de Circe.
Esta
concepción de la naturaleza es el nuevo marco del estudio que permite que
entendamos los métodos terapéuticos de Homero. Prescindiremos de los
quirúrgicos, farmacéuticos y dietéticos para ocuparnos de las prácticas
catárticas y del ensalmo.
En
diversos pasajes se menciona el baño como una forma de alejar la enfermedad de
los individuos y colectividades. Para algunos autores se trata de una medida de
limpieza. Para otros esta disposición es de índole ritual, purificadora. Sin
embargo, una de las tres posiciones integradoras parece la más cercana a la
verdad: el baño purifica ritualmente, pero lo hace limpiando a los hombres de
la contaminación física; ésta tiene un carácter de impureza, ya que materializa
el castigo de los dioses.
“Los
caros hijos de Autólico reuniéronse en torno del intachable Odiseo, igual a un
dios, para socorrerle: vendáronle hábilmente la herida, restañaron la negruzca
sangre con un ensalmo y volvieron todos a la casa paterna” (Odisea, XIX, 457)
Esta es
la única vez que Homero menciona el uso del ensalmo con intención terapéutica y
la primera vez donde aparece este término (“epodé”, en griego) para
designar el ensalmo mágico o conjuro. (Cf. Apéndice.) Nótese que hay una parte
física, el vendaje, y otra mágica, el ensalmo. Para algunos autores, la
ligadura también es un gesto mágico (ligar=atar los demonios). El ensalmo se
diferenciaría de la plegaria en que esta tendría un matiz de oración, mientras
aquella seria una impetración u orden con eficacia definitiva sobre la realidad. En otros casos la palabra utilizada ante el enfermo busca deleitarlo, disponerlo,
recrearlo, a que colabore con el tratamiento. Aquí el uso de la
palabra es conscientemente natural, por la acción psicológica de ésta sobre el
oyente. Finalmente la palabra puede ser sugestiva o seductora, pero no se
menciona en este trabajo su relación con la enfermedad y su curación.
4
II- De Homero a Platón
Entre el
orden siglo VIII a.C. y el siglo V a. C (finales) es decir, entre la Grecia de
Homero y la de Pericles, se produjo un cambio religioso, moral y psicológico
del hombre griego. Esta modificación, que algunos estudiosos han llamado
“tránsito de una cultura del pundonor a una de la culpa”, tuvo repercusiones
importantes en la visión de la enfermedad y su curación.
En el
orden religioso, los hombres sintieron con más pesadumbre la acción de los
celosos y perturbadores dioses sobre sus destinos. Aparecen y se difunden
nuevos cultos a divinidades diferentes a las del Olimpo. Crece la consciencia
de ser intervenido por tales dioses. En el aspecto moral se pasa de una vida
guiada por el ideal de la virtud homérica y del heroísmo a un difuso y
creciente sentimiento de culpabilidad que se manifiesta en la proliferación de
ritos purificadores en toda Grecia. Pululan “catartas” profesionales que cobran
por el oficio de borrar las faltas cometidas por los clientes o sus ancestros.
En el
orden psicológico va tomando cuerpo la creciente irracionalidad en las mentes
griegas. El pueblo helénico es testigo o portador de la manía: el éxtasis causado por los dioses, la
cual adopta cuatro formas:
1. la manía profética o apolínea,
2. la manía ritual o dionisíaca,
3. la manía poética inspirada por las musas, y
4. la manía erótica, como un regalo de Eros y
Afrodita.
Estos
cambios en la mentalidad griega han sido interpretados como una actitud evasiva
frente a grandes mutaciones sociales y a las tensiones crecientes en el seno de
la vida familiar: la familia patriarcal se ve amenazada por una mayor exigencia
de autonomía y la hegemonía de Zeus con su panteón olímpico cede ante la
proliferación de divinidades menores. Rebelión contra el padre (familia) y
contra Zeus (religión): génesis de sentimiento de culpa.
¿Cómo
fue entonces afectada la visión de la enfermedad?
Cuatro características merecen destacarse: en primer
lugar, se acentúa y propaga la creencia en su carácter primitivo: es el castigo
de una falta personal, colectiva o familiar. El enfermo es contaminado por un
“miasma” o poseído por un demonio. En segundo lugar, aparecen nuevas
enfermedades. El frenesí dionisíaco cada vez más difundido, originó en el
hombre griego una propensión a cambios súbitos y fugaces en su capacidad de
sentir y percibir. Ciudades enteras se conmovieron por epidemias de verdaderos
delirios.
En
tercer lugar, proliferaron los tratamientos purificadores. Abundan los oráculos
medicinales y los encantamientos, se contagia de práctica de las
ceremonias catárticas, cunde la asistencia a los cultos orgiásticos. El frenesí
de la danza y el éxtasis dionisiaco arrebata a las muchedumbres… los templos de
Asclepio se ven abarrotados por multitudes que se someten a la
“incubación”, cura de sueño sacral, palabra e imagen del hijo de Apolo…
Por
último, el médico un “iatromante” [mantis: adivino; iatros:
médico], es decir, expertos y catarta, sabedor de hierbas medicinales y
adivino. Curandero y liberador de la contaminación. Es fácil comprender el
papel de la palabra en la curación de los males en esta complicada época. El
ensalmo es “en-canto”, conjuro y música, útil para los males de amores, pero
también eficaz para librar y consolar a los heridos por armas o maltratados por
el clima… es el culto órfico.
Algunos
protestan, señalan límites. Sófocles dice: “No es propio de médicos sabios
recitar ensalmos frente a dolencias que exigen un cuchillo” (Laín Entralgo74),
La palabra es grito en el culto a Dionysos, oráculo en la adoración a Apolo, donde
también toma la forma de peán, encantamiento de la enfermedad, ensalmo. Las palabras
secretas de los misterios de Eleusis son pronunciadas también con intención
sanadora. Los sacerdotes
de Esculapio corrigen la “ametría” o desmesura de sus
pacientes invitándoles a componer poemas. No hay duda: sin intención
expresamente mágica, pero sí directamente apoyadas sobre la honda fe del pueblo
griego en la virtud sanadora de Asclepio [Esculapio], las palabras de éste
tuvieron con frecuencia innegablemente carácter psicoterapéutico (Laín Entralgo
90,91)
A partir
del siglo VI a.C. va insinuándose, en los poetas y trágicos, un empleo metafórico
de los términos “ensalmos” y “hechizo”. La expresión “un relato
hechizador”, por ejemplo, significa ahora una narración sugestiva, capaz de
curar los males causados por las palabras. Píndaro le atribuye tal fuerza
sugestiva a sus poemas que los llama “ensalmos”. Este paso hacia el
lenguaje figurado no deja de tener relevancia: los griegos aprecian la eficacia
social del lenguaje. Hablar bien es tener poder. El poeta o el orador es un
“ensalmador”, alguien que ejerce una influencia en las voluntades. “Persuasión”
se convierte en una diosa llamada “Peitó”.
Los
filósofos se ocupan poco del asunto. Pitágoras dosifica sonidos y palabras
según la armonía numérica que ordena el hombre con el cosmos. Empédocles se
jacta de quienes lo buscan por oír una palabra sanadora. Heráclito, en cambio
se muestra despectivo: “Todos esos cantores populares (en-cantadores) son
embaucadores”.
Los
sofistas en cambio desarrollaron el uso persuasivo de la palabra hasta
convertirla en un arte. Hay una técnica de persuasión que permite cambiar la
opinión de los hombres. La palabra es un fármaco [φάρμακο] que puede curar o envenenar. Si
se conoce el arte de la persuasión se podrán cambiar los hábitos del enfermo,
un buen retórico puede curar mejor que un médico que no sabe persuadir.
Sabemos
muy bien el modo en que Sócrates ridiculizó a los sofistas. En lo tocante a
enfermedades razonó así: El retórico convence a los ignorantes en medicina; el
mismo la desconoce. Es un ignorante que persuade ignorantes. No conoce la
realidad de las cosas, sólo sabe persuadir en general. Conclusión: o el
retórico aprende medicina, o buscará la “agradable” mas no lo “mejor”.
Generalmente pensamos que todos los sofistas eran deshonestos. Pero había
excepciones, como Antifonte, quien recogió las objeciones de Sócrates y
respondió: La labor del retórico es librar al hombre de su falsa necesidad, debida
a la “opinión” y no a la “naturaleza”. Algo similar apunta Demócrito; La norma
no se debe oponer a la naturaleza. Por el contrario, puede generarla, el sabio
debe distinguir las necesidades convenientes de las nocivas.
III- La racionalización platónica del ensalmo
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PLATÓN |
El término “ensalmo” abunda en los diálogos platónicos.
Unas veces aparece en su sentido tradicional: es el conjuro o la imprecación.
En otras ocasiones es la palabra cargada de eficiencia psicológica: “ensalmar”
es seducir, apaciguar.
Hay un
texto que reviste especial relieve por su relación con la enfermedad. En el Cármides platónico,
Sócrates se encuentra con el joven así llamado, quien le pide algún
remedio contra el dolor de cabeza. Sócrates le responde que posee una receta;
está compuesta de una planta y una fórmula de encantamiento… pero la planta por
sí sola no hace ningún efecto: se necesita la fórmula.
“Si los
médicos griegos son impotentes contra la mayor parte de las enfermedades, ello
se debe a la ignorancia que tienen del conjunto que tienen que cuidar, de forma
que al estar enfermo el todo, la parte no puede curarse… el alma es
la fuente de donde manan, para el
cuerpo y para el hombre entero, todos los bienes y
todos los males… Ahora bien, el remedio del alma… consiste en ciertas fórmulas
de encantamiento. Estas consisten en los bellos razonamientos que hacen nacer
la sabiduría en el alma… La actual equivocación es querer comprender una u otra
curación por separado…” (Platón-Aguilar, 270-271).
El texto
es elocuente. Aquí “ensalmo” no tiene nada que ver con la magia. Son los
“bellos razonamientos” o “bellos discursos” (cf. Apéndice) los que producen
sabiduría (o “serenidad”) en el alma. El alma sabia o serena ordena el cuerpo,
lo dispone a la eficacia de la planta.
En otros
diálogos, Platón critica a los médicos por su excesiva preocupación por el
cuerpo. La salud requiere la armonía del alma. La “sabiduría” del Cármides es el equilibrio de las convicciones intelectuales
y virtudes morales. La enfermedad es el desorden de ese conjunto de
hábitos, desequilibrio que corrompe la buena mezcla de los humores corporales.
La palabra es sanadora en un doble sentido: predispone a la mejor recepción del
medicamento y genera convicciones y virtudes.
La palabra es también purificadora. La impiedad,
la maldad,
la
vida disoluta, la ignorancia voluntaria, son impurezas que
enferman
al
hombre. Pero el agente purificador ya no será
el
baño lustral o la fumigación con azufre. Sólo la palabra purificadora es capaz
de restituir la salud moral por su acción organizadora, integradora.
Platón
se convierte en el autor de una teoría y técnica de la psicoterapia . (*)
¿Supieron apreciar su descubrimiento los médicos de la
época?
![]() |
Hipócrates examina un niño
|
IV-La palabra en la medicina hipocrática.
Los escritos hipocráticos conocidos revelan que los
médicos de la Grecia clásica conocían el valor de la palabra. El “logos” tenia
para ellos dos de sus multiformes acepciones (cf. Apéndice) La palabra es
“razón”, es decir “razón de ser”. La realidad puede ser conocida porque tiene
“Razón” se puede dar razón de ella. Tiene “Lógica”. También la enfermedad
tiene razón. Pertenece a la “naturaleza” (“φύση”). Desde el punto de vista de
su causa, es el efecto de una acción “natural” que altera el orden del cuerpo
consigo mismo y con el cosmos. Hay una razón de la naturaleza o “fisiología”. Y
una razón de la enfermedad o “patología”. Sólo es castigo el desorden
culpablemente buscado. Lo demás es infortunio, azar. La práctica médica se hace
arte o “técnica”. El médico debe “dar razón” de lo que hace y porque lo hace.
Para ejercer “según arte”, el médico debe conocer la
“naturaleza” del conjunto de todas las cosas y de cada una en particular.
Conocer la naturaleza es conocer la organización. Además, ella es el mejor médico…
“encierra la capacidad genial de educarse a sí misma” (Jaeger 813). Si la
divina “fysis” se opone al arte no hay nada que hacer.
Los
razonamientos que no proceden de la observación de la “fysis” pueden ser
falsos, según “la opinión” y no “según el arte”.
La
palabra es también expresión o comunicación. En este sentido, puede ser
plegaria: el médico debe orar para que su arte cuente con la ayuda de la
naturaleza. Puede ser pregunta, dirigida al paciente o sus familiares. Sirve
para completar la información obtenida por la vista, el tacto el olfato y
hasta el gusto… También es la palabra el vehículo para la prescripción.
Otras veces es Juicio pronóstico, expresión del conocimiento e
instrumento de prestigio: un buen médico jamás promete curar lo incurable, la
palabra enseña e ilustra a colegas y profanos…
…Los
médicos griegos conocieron los escritos de Platón. ¿Qué lugar dejaron en su
teoría para aquel “ensalmo” persuasivo, aquellos “bellos razonamientos” que
debían preceder las indicaciones farmacológicas o quirúrgicas?
Los
hipocráticos tuvieron conciencia de la interdependencia entre la vida psíquica
y la enfermedad. El libro “De las Epidemias” trae un pasaje revelador: “El
arrebato del ánimo contrae los músculos, el pulmón, el corazón sobre sí mismos
y llama hacia la cabeza el calor y los líquidos, al paso que el buen temple del
ánimo dilata el corazón”. (Laín Entralgo, 316).
Por otra parte ellos no desconocían el alcance de sus
palabras. “El que prescribe puede engendrar temores y esperanzas” (Ibid, 226).
El aspecto externo y porte del médico debe generar confianza, animando o
amonestando al paciente con alegría y tranquilidad. Su objetivo es mantener en
buen grado el tono afectivo del enfermo. Hasta aquí llegó Hipócrates y su
escuela. No pasaron de estas consideraciones generales. ¿Puede hablarse de una
psicoterapia hipocrática? No lo parece.
La
palabra se limitó a ser medio para ganar la confianza del paciente y mantener
en “buen nivel” su estado de ánimo.
El poder sanador de la palabra parece haber sido ignorado
por los médicos
hipocráticos.
¿Cómo explicar esta omisión? Por una parte,
experimentaban una visceral repulsa hacia el ensalmo, que conocían en su
sentido literal, mágico. Quizás este rechazo les impidió acercarse con amplitud
a las analógicas de Platón. También la necesidad de desarrollar un arte basado
en las leyes naturales les impediría prestar atención a los aspectos no sensoriales
de la enfermedad. Hoy diríamos que la técnica los hizo excesivamente
organicistas.
Sin
embargo el pensamiento griego no dejó de profundizar este tema. Aristóteles sí
recogió el guante de su maestro Platón.
V- El poder de la palabra en Aristóteles
Platón
había distinguido el “logos” dialéctico, buscador de la verdad por el
razonamiento, del “logos” mítico, capaz de suscitar creencias por la
persuasión. Aristóteles sistematizará esa distinción. Los tratados de lógica no
son sino el estudio exhaustivo de ese “logos” dialectico. Por otra parte, la
“Retorica” estudia la palabra persuasiva y la “Poética” se ocupa de la acción
de esa palabra persuasiva en cuanto “imitación”. Nos ocuparemos de los dos
últimos tratados en cuanto guardan relación con el tema sobre el cual venimos
reflexionando.
Dice Aristóteles en el capítulo 2 de se obra homónima: "...Sea pues, la retórica la facultad de discernir en cada circunstancia lo admisiblemente creíble ... La retórica, por así decirlo, parece ser capaz de considerar los medios de persuasión acerca de cualquier cosa" ( Ret. 1355b. Aristóteles, 118,119) . Como técnico, el orador debe ser capaz de
convencer de una cosa o de su contraria. Pero luego deberá decidir, en función
de los fines, el contenido de su discurso. De acuerdo a tales fines,
Aristóteles reconoce la existencia de tres géneros. El demostrativo tiene como
fin “lo hermoso”. El judicial o forense atiende a “lo justo”. Finalmente, el
deliberativo se ocupa de lo “conveniente” ¿no corresponde a este último el arte
médico, el cual busca la salud?
El arte del orador depende de tres factores:
b.- La disposición del que oye. El orador debe considerar
las características de su auditorio. Debe conocer sus pasiones, así como las
personas y ocasiones que modifican la actitud de su público. Tomará en cuenta
su edad, fortuna, virtudes y vicios. ¿No es esta la situación del médico cuando
realiza la historia clínica?
c.- Lo que el orador dice. La unidad del discurso
retórico es el entimema (de “thymos”, ánimo) destinado a actuar en el ánimo del
oyente. El ejemplo, la sentencia o aseveración, los tópicos o lugares comunes,
la locución ¿no son recursos retóricos que sin saberlo, utiliza el terapeuta?
Tenemos
delante un hombre que ha sido persuadido por un discurso hábil ¿Qué le ha
ocurrido? Aristóteles dice que le han aparecido nuevas creencias y se han
modificado las antiguas. Han cambiado algunas pasiones y se ha
generado un esclarecimiento en su alma. Todo
esto le permite
conocerse
de un modo nuevo y descubrir regiones en su propia vida cuya existencia
no presagiaba. Si la intención del orador ha sido honesta, no puede conseguir
otra cosa sino la verdad, el bien, y la felicidad de su oyente. Traduzcamos
esta situación al lenguaje médico y –creemos- no habrá nada que objetar.
En el capítulo
6 de la “Poética”, párrafo 1449-b, se encuentra uno de los textos mas
comentados de la literatura universal. Es la definición aristotélica de
tragedia. “La tragedia es, pues, la imitación de una acción de carácter elevado
y completa (sic.) dotada de cierta extensión, en un lenguaje agradable, llena
de bellezas de una especie particular según sus diversas partes, imitación que
ha sido hecha o lo es por diversos personajes en acción y no por medio de una narración,
la cual, por medio de compasión y temor, obra en el espectador la purificación
propia de estos estados emotivos” (Aristóteles, 82)
El
diluvio de interpretaciones que este párrafo ha recibido en torno al
significado de la famosa “purificación” (en griego Kátharsis) puede agruparse en tres tendencias. Unas destacan con
el aspecto estético. Otras subrayan la orientación moral. Finalmente, otras
apuntan una comprensión médica
de tan discutido término. Nos contentaremos con examinar brevemente las
últimas.
Para la crítica médica la “catarsis” aristotélica…
Para la crítica médica la “catarsis” aristotélica…
a.- Es una purga del alma es su sentido literal.
(Catártico = purgante). La tragedia hace evacuar un contenido nocivo.
b.- Es purgante en la doble acepción fisiológica y
religiosa. Al purgar, la tragedia purifica el alma del espectador.
c.- Tiene una cualidad placentera. Para Aristóteles el
placer es el retorno del organismo desde un estado de perturbación a la armonía
según la naturaleza. Hay placeres morales. La contemplación de la tragedia
produce un bienestar similar al del organismo después de haberse administrado
un purgante… Por el temor y la compasión el organismo experimenta una conmoción
física (lágrimas, temblor, escalofríos, etc.) y queda liberado del exceso de
frío y humedad que le trastornaba. Así restablece el equilibrio normal.
En el orden cognoscitivo, el griego que asistía a una
representación trágica, vivía una experiencia singular. El héroe sufre un cambio
inesperado de fortuna. El espectador, identificado con el personaje, se
desorienta y confunde… es su propia vida. Sólo por medio de una anagnórisis
o reconocimiento (de los personajes entre sí) el espectador sale de sus
pasajero desconcierto y se da cuenta de lo que pasa en la escena… y en su
propia vida.
No
pretendemos agotar las explicaciones sobre el tema de la tragedia, lo cual
excede nuestra competencia. Sólo queremos apuntar las semejanzas entre las
secuencias descritas por Aristóteles y la psicoterapia contemporánea.
La
palabra, esta vez representada, es capaz de restablecer el equilibrio perdido
confrontado al hombre con personajes que son a la vez expresión de su mundo
interior, portavoces de su destino. Asimismo, restablece los nexos rotos con
sus valores éticos y religiosos, pero no a través de un sermón edificante, sino
por la vivencia, en todo su ser, cuerpo y alma, de las eternas constantes que
acompañan al hombre.
Conclusión
Hemos seguido la huella a la palabra curativa en el
período que va desde los siglos IX a IV aC. Hemos visto su trayectoria
desde el ensalmo mágico de Homero hasta la teoría aristotélica de la catarsis.
Observando el relativo interés que la palabra persuasiva despertó en la
medicina griega del periodo clásico. ¿Puede considerarse que el pensamiento
helénico fracasó en el intento de especificar un conocimiento
psicoterapéutico? El inestimable aporte de la medicina hipocrática opacó
el agudo descubrimiento platónico sobre la persuasión. Quizás la ciencia médica
–o ciencia a secas - no hubiera florecido en occidente si sus cultivadores no
hubieran enfocado su centro de interés en el hecho físico la enfermedad.
Pero los
hallazgos de Platón y Aristóteles no quedaron relegados al olvido. Por caminos
no siempre reales ni fácilmente reconocibles llegaron hasta nosotros. El
cristianismo de los Padres, con su rápida asimilación de “todo lo verdadero,
noble y justo” (Filipenses 4:8) que habían en la antigüedad, fue el principal
canal para trasmitirnos, a veces veladamente el “logos” terapéutico. Lo mismo
puede decirse de la medicina árabe y el redescubrimiento de Aristóteles en la
edad media. Sería un trabajo que rebasa nuestras modestas intenciones el
seguimiento de ese rastro de la palabra persuasiva o catártica hasta la época
actual.
Bástenos
con señalar dos líneas de semejanza. Por una parte, podría hablarse de una
psicoterapia del aprendizaje, educativa persuasiva, cuyas raíces se remontarían
al ensalmo platónico. Por otra, de un enfoque psicodinámico, “de adentro hacia
afuera”, del cual sería precursora la teoría aristotélica de la catarsis. Pero
el estudio y descubrimiento de estos nexos es una tarea pendiente.
22
Apéndice
Nota introductoria del trabajo original
Hace algunos
años, mientras cursaba el Postgrado de Psiquiatría en el Hospital Vargas, cayó
en mis manos un libro de inusitado título: “La curación por la palabra en la Antigüedad
Clásica”. Su lectura me interesó vivamente. Trate de compartirla con mis colegas.
Pero, en general, los resultados de mi campaña divulgadora fueron
decepcionantes. La enjundiosa erudición de Laín
Entralgo desanimaba a mis prosélitos.
Mucho tiempo después, cuando revisaba
un conocido texto de Psiquiatría, me topé con la siguiente cita: “Laín
Entralgo, P. ′ The Therapy of the word in
Classical Antiquity ′,
Yale
University Press, New Haven, Conn., 1970”
(Kaplan, 95)… “mi” libro era editado, citado y estudiado en las
universidades norteamericanas, mientras nosotros lo desconocíamos… La ocasión
de realizar un trabajo de difusión se presenta ahora, cuando debo redactar una
monografía para la materia de “Lengua y
Comunicación I” en el I.U.S.I. Los talleres de esta asignatura me recordaron el
poder persuasivo de la palabra y me estimularon a releer, consultando las
fuentes que estaban a mi alcance, esta pequeña gran obra. Si logro interesar al
lector en su contenido, me daré por satisfecho.
Franklin Padilla.
Franklin Padilla.
Caracas,
Navidad de 1986
(*) Apostilla de 2018. Para el momento, tanto de la publicación del libro de Laín Entralgo (1958) como de mi sinopsis (1986) no se conocían en Venezuela los trabajos de Aaron Beck sobre Terapia Cognitiva (circa 1960) ni mucho menos habían alcanzado la difusión y popularidad de que gozan ahora, traídos de la mano del Dr. Rómulo
Aponte a finales de la década de los 70 hasta formar parte de los programas de postgrado en Psiquiatría y Psicología Clínica. Pero es innegable su vinculación directa con la mayéutica socrática hasta el punto de considerarse su hija legítima.
(Comunicación personal de la Lic. Sophia Behrens)
(Comunicación personal de la Lic. Sophia Behrens)
Notas y referencias citadas
“…Hay en
el lenguaje palabras que son, realmente “acorde” de significaciones, frente a
palabras que pretenden decir una sola cosa: ser unisignificacionales; y ambas
clases resaltan frente a palabras, realmente “ruido” significacional,-
verdadera ′algarabía′ de concepto…”
“…′′Logos′ es palabra que parecería “ruido en caso de atenerse al
diccionario,- sea el voluminoso, escrupuloso y concienzudo léxico de
liddell-scott o al Lexicón platinicum de Astius. En su unidad de palabra dícese
que significa, entre muchísimas otras cosas, razón de discurso, dicho, leyenda,
relato, cuenta, disertación, proposición, definición, razonamiento,
formula, ley, consideración, proporción… para tantos filósofos, gramático,
filólogos, logos seria ruido conceptual que, con el progreso de filosofía…, ha
de descomponerse en palabras que tengan ya cada una, una sola
significación propia, y un uso exclusivo para cada caso por los biempensantes,
bien elocuentes y bien escribientes, quienes, según los casos, emplearan,
especialmente para traducir ′logos′ ′discursos′, y
no ′leyenda′ ′proporción′ y no ′definición′…
“…Cuando
un griego – que sabía por estarla viviendo, hablando, y creando la lengua ′griega′ - emplea
insistentemente una palabra, cual ′logos′, para los, según nosotros, tan
variados incoherentes y diversos significados es que percibe un ′acorde′
rico de notas con-sonantes, biensonantes y bien significantes…”
“…Para él
y ellos, en realidad, ′hablar′, ′ logos′, les sonaba mientras hablaban, y
dialogaban entre ellos, y recordaban, persistentemente, a todo eso:
razonamientos –cuenta, ′cuenta-y-razón′, resonante a cuenta, cuenta resonante a
razón, todo ello perceptiblemente resonante además y a la una a leyendas,
a teología … ′Hablar-pensar′ con palabras ′acorde′…”
Juan
David García Bacca. (Platón- Edición de la Presidencia de la República, 49-51)
“Epaoidé, epodé”= ensalmo o conjuro
“Eukhé =
súplica
“Terpnós
lógos”=decir placentero
“Eterpe
lógois” = deleitándole con palabras
“Mýthoisin térponto” = recrearse con relatos
“Thelktérios lógos” = decir sugestivo
(
cf. Laín Entralgo, 39. 41. 42. 44)
24
BIBLIOGRAFIA
ARISTÓTELES. “Obras Completas.” Editorial Aguilar.
Madrid, 1967. 1634 pp.
HOMERO. “Ilíada y Odisea” Editorial Juventud. Barcelona,
1962. 704 pp.
JAEGER,
Werner. “Paidea” Fondo de Cultura Económica México,
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