Al estudiar tercer año de medicina en la recién fundada Escuela Vargas me tocó recibir clases suyas de Psicología Médica, en una de las cuales nos explicó las diferencias entre temperamento y carácter valiéndose de unas figuras geométricas para hacerse entender. Lenguaje ágil, preciso y poco dado a la retórica o a la ampulosidad. Me parece que jadeaba un poco cuando hablaba, por el afán de decir rápidamente y con el menor número de palabras posibles lo que tenía que decir (principio de parsimonia). Debido al negro bigote que contrastaba con el cabello cano no lo reconocí de inmediato. Para la segunda clase me le acerqué. Iba él acompañado por el Dr. Manuel Poleo, quien portaba un largo paraguas (algo inusual entonces). No era tan alto como lo recordaba, pero su corpulencia y agilidad le hacían parecer de mayor estatura. Le dije mi nombre y le transmití los saludos de mi familia. Me preguntó por el viejo Padilla (mi abuelo Cristóbal). No sabía que había muerto hacía ya tres años. Me comentó que guardaba en su biblioteca unos escritos suyos.
Ya finalizando los estudios de pregrado me convertí en un mirón de las reuniones clínicas de Psiquiatría que se presentaban en un auditórium en la antigua consulta externa del hospital que compartía el espacio con Neumonología.
Con el título de Médico Cirujano aún oloroso a tinta asistía ad honorem al Servicio de Medicina 3 a cargo de Otto Lima Gómez. Ya había decidido especializarme en Psiquiatría, pero aún no tenía claro en cuál de las sedes hospitalarias iba a hacer mi curso de especialización. Mi admirado mentor Gabriel Ignacio Trómpiz quería llevarme al Hospital Militar. Ya relaté en El viajero de Heidelberg las vueltas y revueltas que di las y las entrevistas que sostuve con los diferentes jefes de postgrado . El último en visitar fue el Servicio y la Cátedra del Vargas. Conversé cordialmente con el doctor Mata, quien me mostró un programa estructurado del curso y, eso sí, me exigió que hiciera el Internado Rotatorio. Hablamos de unas recientes declaraciones suyas en el diario El Nacional, donde había mencionado Misión de la Universidad de Ortega y Gasset que curiosamente yo acababa de leer. Decidí cursar el postgrado en el Vargas. Mientras hacía el Internado Rotatorio, asistía, siempre que podía, a las reuniones clínicas de Psiquiatría. Allí veía a los cursantes de postgrado Álvaro Villegas, Atilio Porras y Herbert Stegemann presentar sus casos y escuchar las recomendaciones, preguntas o críticas de los docentes Eloy Silvio Pomenta, Moisés Feldman, José Luis Vethencourt o el mismo doctor Mata. También recuerdo una interesantísima conferencia dictada por el doctor Vethencourt, quien le daba con su brillo intelectual una gran prestancia a las discusiones. Me extrañó ver entre el público a Aquiles Nazoa, quien se sentaba muy atrás, como para no llamar la atención. Después supe que era muy amigo de los psiquiatras del Vargas y redactor de la revista Nuestra Psiquiatría, conjuntamente con Mata, Silvio, Manuel Matute, el psicólogo Luis Barrios y el malogrado Edmundo Chirinos.
En las reuniones clínicas el doctor Mata se sentaba siempre adelante, blandiendo su pipa como una pequeña batuta cuando quería enfatizar alguna palabra o frase. Calzaba unos zapatos con suela ancha de balatá que debían ser muy cómodos pues casi siempre los usaba.
No había finalizado el internado ni había comenzado el curso de postgrado. Realmente no recuerdo el motivo, pero lo cierto es que el doctor Mata me invitó a almorzar a un self-service de Veroes a Santa Capilla en la Avenida Urdaneta, casi enfrente a la Escuela de Música "José Ángel Lamas", donde yo cursaba simultáneamente estudios de Música. No recuerdo tampoco de qué hablamos, pero ese fue el inicio de una costumbre que se prolongaría durante muchos años.
En enero de 1968 comenzó el postgrado. El primer día asistimos a una reunión inicial en la cual se presentaron los profesores. Conformaban la Cátedra y el Servicio de Psiquiatría los ya mencionados doctores Mata de Gregorio, Feldman, Vethencourt, Poleo, Silvio Pomenta (Silvio era su primer apellido y no su segundo nombre, como creen muchos), Matute y Barrios, así como Rui De Carvalho, Manuel Rojas Muñoz, Milena Sardi de Selle y Mauro Villegas. Silvio nos dio una extensa bibliografía. Rui De Carvalho nos hizo énfasis en que habría un respeto absoluto por nuestra forma de pensar, de nuestra ideología. El doctor Mata nos aseguró que nadie podía cambiar nuestra personalidad, que eso no era deseable ni posible. Esas manifestaciones de tolerancia en un grupo que, en los finales de los sesenta tenía fama de izquierdista, no dejaban de tener su valor.
Mata gozaba de una autoridad indiscutible sobre su equipo, y la ejercía cuando lo tenía que hacer, pero no se las daba de vedette ni buscaba la admiración de los demás. Su sencillez era palmaria, muy propia de los guariqueños, que yo conocía tan bien por tenerlos en la casa. Era un hombre de pensamiento científico, poco dado a las especulaciones. Pero sería un error tildarlo de biologicista, pues su amplia formación e intereses lo hacían lo que se llamaría, con propiedad, un humanista. De hecho, en el postgrado incluyó unas clases o seminarios de Historia de la Filosofía que veíamos con el Dr. Rafael Emilio Márquez Landaeta, otorrinolaringólogo y discípulo de García Bacca en la Escuela de Filosofía de la Universidad Central.
El doctor Mata tenía mucha desconfianza hacia el psicoanálisis, aunque conocía la obra de Freud, a quien consideraba un gran escritor, y nos hizo leer y discutir su Esquema del Psicoanálisis y sus Conferencias introductorias de la Universidad de Clarke. En general, la psicoterapia le parecía un campo minado en el cual había que andar con cuidado. Cultivaba el diálogo socrático, le parecía muy aceptable el enfoque interpersonal y se expresaba bien de la terapia de Carl Rogers hasta el punto de haber instalado un equipo de circuito cerrado de televisión para enseñarnos por modelaje la entrevista psiquiátrica y la terapia centrada en el cliente. A estas altura me parece que más que antipsicoanalista, Mata era muy escéptico sobre los fundamentos científicos de las escuelas psicoterapéuticas. Le tenía alergia a la charlatanería y a la infatuación pseudocientífica de muchos expositores y conferencistas. Le gustaba enseñar lo que se pudiera aprender, decía citando a Ortega.
Hay que tener en cuenta que del otro lado de la trinchera todavía también había dogmatismo y cerrazón. Pasarían muchos años antes de que se tendieran puentes entre las escuelas y se tomaran actitudes integradoras, tolerantes y flexibles.
El postgrado dividía el tiempo entre las clases teóricas y la consulta externa. Todavía no se había construido la hospitalización en Psiquiatría, y los pacientes eran ingresados en los servicios de Medicina. Las guardias las hacíamos en la Unidad de Neuropsiquiatría dependiente del Seguro Social, de Santo Tomás a Porvenir, en la parroquia San José. Mis compañeros de curso eran Walter Boza, Rafael Cordero, Nilse Golding de Velázquez, Francisco Leal, Emiro Marcano, Nancy Montero de Sánchez, Jesús Ortega, Carlos Sánchez Núñez, Carlos Walter, Augusto Velásquez y un compañero de apellido Rivero, quien falleció comenzando apenas el curso.
Mata se defendía con el piano y el armonio, y hacía girar con la mano derecha la manilla de una pianola mientras con la izquierda sostenía una jarra de cerveza, siempre sosteniendo la pipa con los dientes. Más de un viernes por la tarde, entre tragos, cantábamos y celebrábamos y Rui De Carvalho bailaba "Las lavanderas de Portugal". Como la señora Mata, doña Biba Essayag, había estudiado piano y solfeo en el Conservatorio, alguna vez nos sentamos a interpretar a cuatro manos un vals venezolano del siglo XIX de Rogerio Caraballo o de Manuel Guadalajara, con la partitura por delante. En otras oportunidades nos íbamos a un restaurant con Mata y los adjuntos, y no fue excepcional que termináramos aterrizando en Sabana Grande, donde se reunía la bohemia intelectual de Caracas en aquellos enfebrecidos finales de los años sesenta. Muchos años después el compañero Rafael Cordero me comentaba que mirando hacia atrás se asombraba de "cómo le habíamos invadido la casa a ese señor". Justamente Cordero se llevó una noche con nosotros a Gloria Martín, quien se iniciaba como cantautora, a una de esas invasiones que le hicimos al doctor Mata, en esa ocasión con motivo de su cumpleaños.
- "¿Tú estás allende o aquende?"
Mata me miraba por encima de los lentes mientras reencendía su pipa. No me quedó más salida que decirle:
- "Yo estoy aquende, doctor"
Los dos nos reímos.
Desde ese momento me "puse las pilas" y terminé mi tesis: un trabajo bastante atípico que no sé si llenaría hoy las exigencias de la Comisión de Postgrado de la Facultad, pero que mereció entonces que el Dr. José Solanes me calificara como "anti psiquíatra avant la lettre".
Culminamos el postgrado y después del acto académico nos tomamos una foto en grupo en la cual no está el compañero Rafael Cordero ni el profesor Manuel Matute, quienes habían asistido al acto en el Paraninfo de la UCV. Unos días después, el Presidente Rafael Caldera ordenó el allanamiento de la Universidad Central de Venezuela. Nos graduamos de chiripa.
En 1973 regresé a Caracas y me encontré con la ingrata noticia de que el profesor Mata había sufrido el primero de varios ACV. Mi tía Consuelito me contó que Humberto de Gregorio, ya mencionado, había fallecido a causa de la hipertensión. Sin embargo, este ataque no fue fatal. Poco a poco se fue recuperando y podía recibir visitas. Fui a su casa con Luzmaya Colina y conversamos animadamente.
Posteriormente se reintegró al hospital y al postgrado y me propuso incorporarme al mismo bajo la figura de Comisión de Servicio. En el Vargas se encontraban ahora Alberto Baute, Eduardo Toro Alayón, Raúl Camacho y Carlos Valedón. En cambio, se habían ido Manuel Matute, Mauro Villegas y Manuel Rojas Muñoz. Ya estaba funcionando la hospitalización con sus 14 camas de psiquiatría y se iniciaban los estudios de polisomnografía, con la colaboración de la cátedra de Fisiología de la Escuela Vargas a cargo de Edmundo Vallecalle.
En esa época participé con Mata y varios psiquiatras del Seguro Social capitaneados por Rojas Muñoz en un plan piloto de entrenamiento en atención primaria psiquiátrica para los médicos rurales de Caucagua, contando con la participación de los residentes del Vargas, entre los que estaban Migdalia Castillo de Tascón, Álex Glijansky, Freddy Mazzei, América Torres y Ángel Vizcuña. El trabajador social de esa troupe de Rojas Muñoz era Arnaldo Vivas Toledo, autor de la letra del conocido vals Como llora una estrella. Arnaldo fungía de chofer, y como era un apasionado del bel canto, nos regresaba a Caracas con un inevitable casete de música lírica, especialmente de Alfredo Kraus interpretando Amapola o Siboney.
Ese período de convivencia en el hospital estrechó más mi amistad con "el viejo Mata". Para esa época yo había vivido una profunda experiencia religiosa. Muchos de mis familiares y amigos se desconcertaron con ese cambio y a veces se suscitaban discusiones sobre el tema, no siempre cómodas. Mata me hablaba a veces del asunto con cierta socarronería, pero en privado no dejaba de hacerme preguntas, especialmente sobre temas bíblicos. Una vez me acompañó a la Librería San Pablo, en Candelaria y se compró para sí una lujosísima edición de la famosa Biblia de Jerusalén, con ilustraciones de pintores contemporáneos. A pesar de mis protestas, me obsequió una similar, que después le regalé al Dr. Moisés Feldman, quien, siendo de religión judía, me preguntaba sobre el cristianismo con inmenso respeto. Con él cultivé el mejor de los diálogos interreligiosos. Asimismo, en la librería evangélica El Faro, Mata y yo compramos sendas ediciones de un método de griego del Nuevo Testamento, y él se puso conmigo a estudiar griego koiné o común, es decir, no el griego clásico, sino el que se hablaba y escribía en la época en que se redactaron los Evangelios, las cartas de San Pablo y el resto del Nuevo Testamento, muy parecido al griego contemporáneo.
El doctor Mata no dejó nunca de manifestar su faceta de niño. Por esa época se mencionaba mucho el Museo Audiovisual, que quedaba en Parque Central (¿existirá todavía?). Para entonces comenzaba apenas a usarse el Betamax. El amigo común Omar Zamora, quien había sido con el doctor Mata fundador del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) nos fue a buscar un día, y después de almorzar nos metimos en una cabina del Museo a ver comiquitas de Tom y Jerry y video casettes de la época de la televisión en blanco y negro. Cualquiera que nos viera a esas horas de la tarde habría pensado que se había topado con un trío de vagos.
Pero Mata fue realmente un trabajador incansable. Hasta el momento en que se retiró por motivos de salud inauguraba con su presencia a tempranas horas la Consulta de Atención Inmediata (CAI). Quizá por sus orígenes, era un madrugador y hacía madrugar a los demás. Eso sí, le gustaba compartir un buen almuerzo. Hacia mediodía solía preguntarme: "¿Qué vas a hacer ahora?", y si no había ninguna urgencia, nos íbamos caminando hasta el "Álvarez", situado casi en la esquina de Veroes, enfrente a lo que es hoy el museo de la Fundación Polar. Otras, nos íbamos con distintos comensales a "El rincón de Baviera", en San Bernardino.
En esta casa, hoy patrimonio de la ciudad, quedaba el restaurant "Álvarez". |
Tenía en su oficina situada en el primer piso de la cátedra, un letrero que decía:
En horas de trabajo las visitas al carajo.
Sin embargo recibía algunas, especialmente de Jacinto Convit, Otto Lima Gómez, Gabriel Trómpiz (padre), de sus hermanos César y Francisco ("Panchito") y de un condiscípulo suyo de medicina, el doctor Luis Alejandro Angulo Arvelo. Era sumamente consecuente con sus viejas amistades. Un día me dijo:
-"Vámonos para el Manicomio a saludar a Santander y para mostrarte algo"
El señor Santander era un antiguo empleado del Hospital Psiquiátrico de Caracas que conocía a Mata desde sus tiempos de estudiante. Me mostró las antiguas historias clínicas del hospital, con los detalles de la época que incluían fotografías de los pacientes. También me hizo ver las fotos de los residentes de hacía mucho tiempo donde aparecían muchos de mis profesores. Luego me llevó adonde había estado el pabellón de cirugía con la lámpara que había sido testigo mudo de la primera lobotomía realizada en Venezuela por Carlos Ottolina, contando con Mata como ayudante. Una inolvidable clase magistral de Historia de la Psiquiatría.
Un día me llamó aparte con cierto misterio para consultarme algo. Sus amigos y ex alumnos de la Unidad Nacional de Psiquiatría, ya mudada de Santo Tomás a Porvenir hasta Sebucán, donde otrora estuviera la Clínica "Coromoto", le habían hecho saber de su deseo de designar con su nombre el centro hospitalario y docente dependiente del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales. Me dijo:
- "Esas son cosas de Porritas y de Manuel Rojas. A mí no me gusta la idea. Me parece que esos homenajes se deben hacer con gente que ya se haya muerto...¿Qué opinas tú?"
Había leído yo en una revista que durante la dictadura de Pérez Jiménez se construyó un Velódromo en El Paraíso, y el General quería colocarle el nombre del famoso ciclista Teo Capriles. Envió emisarios a solicitarle su aceptación. Capriles, quien era adversario del régimen, se excusó con el argumento de que esos lugares debían llevar nombres de personas fallecidas. Se lo dijeron a Pérez Jiménez, quien, en un arranque de humor negro, respondió:
- "Bueno, eso no es ningún problema...si tiene que estar muerto...pues... lo fusilamos...¡pero el velódromo llevará el nombre de ese carajo!"
Tal cual se lo conté a Mata.
El día de la inauguración de la Unidad Nacional de Psiquiatría Jesús Mata de Gregorio, el doctor Mata contó la anécdota en su discurso, pero sin revelar la fuente. Sólo dijo, mirándome de refilón:
- "Un amigo mío me contó esta historia..."
No he dicho nada sobre la condición de bibliófilo de Mata de Gregorio, pero esa era una de las más fascinantes de su vida. Era un coleccionista de la prensa venezolana, especialmente de la de provincia y la de humorismo venezolano. Era un placer recorrer con él su biblioteca y hemeroteca y toparse, por ejemplo, con las partituras originales de la Canciones grises del venezolano Reynaldo Hahn, con letra original de Marcel Proust (*). O con la colección original completa de El Cojo Ilustrado. Aquellos escritos de mi abuelo Cristóbal Padilla García que Mata me había mencionado la primera vez que hablé con él los pude leer años después, así como unas noticias de la prensa de Altagracia de Orituco donde se hablaba de mis tías Ana Victoria y Consuelo, quienes se estrenaban como bisoñas actrices en una obra de teatro representada en la misma población. Un ejemplar original de El Martillo de los Brujos, así como ediciones príncipe de diversas obras, figuraban entre los ejemplares de su biblioteca. Asimismo exhibía su colección de mariposas, que cazaba con su red en El Junquito, donde tenía su casa de campo.
(*) En realidad el texto es de Paul Verlaine, (Corrección de 2017)
En 1984 me fue retirada la prolongada comisión de servicio en el Vargas y prácticamente se me constriñó a integrarme a la nómina del Hospital Psiquiátrico de Caracas, imposición que resultó providencial, aunque en el momento no lo entendiera. Al doctor Mata tampoco le gustaba, pero no tenía alternativa. De modo que, no sin dolor, me despedí de mis amigos del Vargas y me integré al personal del HPC. A Mata lo veía de vez en cuando. En una de esas ocasiones me pidió que lo acompañara al velorio del señor Santander, a quien mencioné antes.
Pero, aunque el cariño y la amistad permanecían incólumes, la frecuencia con que nos encontrábamos era cada vez menor. Sus frecuentes problemas de salud hicieron que sus salidas fueran cada vez más distanciadas. Cuando se enteró que yo estuve enfermo me fue a visitar a mi casa acompañado del administrador de la Clínica "Guillermo Aranda". En otra ocasión fui yo quien llevé a su casa a mi hijo, ya adolescente. El encuentro fue grato. La señorita Chacón, su enfermera y leal colaboradora de siempre, nos recibió muy amablemente. Ya hacía tiempo que la señora Biba había fallecido. Pero me daba una especie de temor. Sentía que estaba como forzando la situación. Aún no puedo explicar la razón. Progresivamente nos fuimos dejando de ver hasta que la Sociedad Venezolana de Psiquiatría le rindió un homenaje en el Colegio de Médicos del Distrito Federal. Eran tiempos de la presidencia de Jaime Lusinchi, y el profesor Francisco Montbrún, Ministro de Sanidad, pronunció el discurso por parte del Ejecutivo. Al finalizar el acto Nancy Montero y yo nos acercamos a saludarlo. Nos abrazó con una amplia sonrisa.
No volví a verlo desde entonces. Al mirar hacia atrás me percato de lo prolongado que fue el tiempo en que él estuvo fuera de juego. Muchos compañeros, colegas y amigos creían que había fallecido. Durante ese tiempo pasaron muchas cosas en mi vida profesional sin que Mata estuviera cerca. Sin embargo su recuerdo me acompañó y me sigue acompañando. A veces me descubro a mí mismo con gestos y palabras mías que son suyas.
En febrero de 2002 mi amigo y antiguo alumno Julio Campos me llamó para decirme que el doctor Jesús Mata de Gregorio había fallecido.
AGRADECIMIENTO: Al Dr. Salvador Mata Essayag por ayudarme a precisar algunos datos sobre la vida familiar del Dr. Jesús Mata de Gregorio