A raíz de un
comentario afilado de unos “amigos” de las redes sociales sobre una foto de grupo donde aparecía con unos ex alumnos (y sobre todo ex alumnas) del Postgrado del Hospital Psiquiátrico de Caracas pensé titular la foto con la frase del escudo de los reyes de Inglaterra el lema de la orden de la jarretera. Busqué tanto en el Larousse como en la
Encyclopaedia Britannica, pero no aparecía el origen de la expresión que traducido
del francés antiguo significa:
"Que la vergüenza caiga sobre aquel que piense mal de ello".
"Que la vergüenza caiga sobre aquel que piense mal de ello".
Recordé aquella tarde remota en que recorría el con mi prometida el centro de Caracas, y pasaba por la
Librería “Pensamiento Vivo”, regentada primero por José Rivas Rivas y luego por Sergio Alves Moreira.
Allí encontré los dos tomos de “Tirante el Blanco” traducción castellana del original valenciano Tirant lo Blanc, novela de caballería de Joanot Martorell y Marti Joan de Galba; uno de los libros que sobrevivieron a la quema después del escrutinio que hicieron el cura y el barbero de la biblioteca de Don Quijote [El Ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, primera parte, capítulo 6].
Esta obra, calificada por Cervantes como “el mejor libro del mundo” y prologada por Mario Vargas Llosa en la edición de 1969, contiene desde el capítulo 85 al 97 inclusive, una detallada relación del origen de la Orden de la Jarretera donde queda claro, no sin sorna y socarronería, el motivo que llevó al rey Eduardo III de Inglaterra a crear la Orden.
Allí encontré los dos tomos de “Tirante el Blanco” traducción castellana del original valenciano Tirant lo Blanc, novela de caballería de Joanot Martorell y Marti Joan de Galba; uno de los libros que sobrevivieron a la quema después del escrutinio que hicieron el cura y el barbero de la biblioteca de Don Quijote [El Ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, primera parte, capítulo 6].
Esta obra, calificada por Cervantes como “el mejor libro del mundo” y prologada por Mario Vargas Llosa en la edición de 1969, contiene desde el capítulo 85 al 97 inclusive, una detallada relación del origen de la Orden de la Jarretera donde queda claro, no sin sorna y socarronería, el motivo que llevó al rey Eduardo III de Inglaterra a crear la Orden.
¿Es histórico este relato?
No lo sé y no he encontrado ninguna otra fuente que lo desmienta. Para Vargas Llosa, Tirant lo Blanc es una obra inclasificable. Novela militar, novela erótica, novela psicológica, creación desinteresada, “novela total”. Eso y mucho más es lo que el prologuista nos invitaba a leer en 1969 y yo, modestamente, me animo a sacar del armario de los recuerdos como retazo para la colcha, como prevención a los malpensados de todos los tiempos y lugares.
No lo sé y no he encontrado ninguna otra fuente que lo desmienta. Para Vargas Llosa, Tirant lo Blanc es una obra inclasificable. Novela militar, novela erótica, novela psicológica, creación desinteresada, “novela total”. Eso y mucho más es lo que el prologuista nos invitaba a leer en 1969 y yo, modestamente, me animo a sacar del armario de los recuerdos como retazo para la colcha, como prevención a los malpensados de todos los tiempos y lugares.
Cómo fue instituida la fraternidad de la orden de los caballeros de
Garrotera
«Ya había pasado el año y el día, y las fiestas habían
terminado en su solemnidad, cuando la majestad del señor rey mandó rogar a
todos los estados que se quisieran esperar algunos días, porque su majestad
quería hacer publicar una fraternidad, la cual nuevamente había instituido, de
veintiséis caballeros, sin que ninguno fuese reprochable, y todos con muy buen
agrado estuvieron contentos de esperar. Y la causa y principio de esta
fraternidad, señor, ha sido ésta en toda verdad, según yo y estos caballeros
que aquí están, hemos oído contar por la boca del mismo rey.
» En un día de solaz, en
el que se hicieron muchas danzas, y el rey habiendo danzado quedose para
descansar a un extremo de la sala, y la reina quedó en el otro extremo con sus
doncellas, y los caballeros danzaban con las damas, y quiso la suerte que una
doncella bailando con un caballero, llegó hasta aquella parte donde el rey
estaba, y al rodar que la doncella hizo, cayóle la liga de la media, y al
parecer de todos, debía ser de la pierna izquierda, y era de orillo. Los
caballeros que estaban cerca del rey, vieron la liga que había caído en el
suelo. Esta doncella se llamaba Madresilva, y no penséis, señor, que fuera más
bella que otra, ni que nada de lo que enseñaba fuese gentil: muestra
cierta ostentación, es un tanto desenvuelta en el baile y en el hablar, y canta
razonablemente, pero, señor, pueden encontrarse trescientas más bellas y más agraciadas
que ésta; pero el apetito y la voluntad de los hombres van repartidos de muchas
maneras. Un caballero de los que estaban cerca del rey, le dijo:
» Madresilva, habéis perdido las armas de vuestra pierna. Paréceme
que habéis tenido mal paje, que no os la supo atar.
» Ella, un tanto vergonzosa, dejó de danzar y volvió para
recogerla, pero otro caballero fue más rápido que ella y cogióla. El rey que
vio la liga en poder del caballero, prestamente lo llamó y díjole que se la
atara, en la pierna sobre la media, en la parte izquierda, debajo de la
rodilla.
» Esta liga ha llevado el rey
más de cuatro meses y nunca la reina le dijo nada, y cuanto más el rey se
vestía, con más voluntad la llevaba a la vista de todo el mundo. Y no hubo
nadie en todo aquel tiempo que tuviera el atrevimiento de decírselo, sino un
criado del rey que era muy favorecido y que vio que la cosa duraba demasiado.
Un día que estaba solo con él, le dijo:
» Señor, ¡si vuestra majestad supiera lo que yo sé y la
murmuración de todos los extranjeros, y de vuestro mismo reino, y de la reina y
de todas las damas de honor!
¿Qué
puede ser? - Dímelo en seguida.
» Señor, yo os lo diré; que todos están admirados de una tan
grande novedad como vuestra alteza ha querido hacer de una mínima y
menospreciada doncella y de baja condición, entre las otras muy poco estimada,
que vuestra alteza lleve su seña en vuestra persona, a la vista de todo el
mundo tan largo tiempo. Ni que fuera reina o emperatriz se haría mayor mención
de ella. ¡Y cómo señor! ¿No encontrará vuestra alteza en este vuestro reino
doncellas de mayor autoridad en linaje y en belleza, en gracia y en saber y
llenas de muchas más virtudes? Y las manos de los reyes que son muy hurgadoras
y llegan a donde quieren.
» Dijo el rey:
» ¡De modo que la reina está descontenta de esto y
los extranjeros y los de mi reino están de ello admirados! ―dijo tales palabras
en francés― Puni soit qui mal hi pense! Ahora yo prometo a
Dios―dijo el rey― que yo instituiré y haré sobre este hecho una orden de
caballería, que tanto como el mundo durará, será en recuerdo de esta
fraternidad y orden que yo haré¹.
»Y en aquel momento se
hizo desatar el orillo, que no lo quiso llevar más aunque sentía mucha
melancolía, pero no hizo demostración alguna.
»Después, señor, terminadas las fiestas como he dicho vuestra señoría,
dio la siguiente ordenanza:
»Primeramente, que fuese
construida una capilla bajo la advocación del bienaventurado señor San Jorge,
dentro de un castillo que se llama Ondisor, con una gentil villa que hay, cuya
capilla fuese hecha a manera de coro de iglesia de monasterio de frailes, y a
la entrada de la capilla, a mano derecha, fuesen hechas dos sillas, y a la
parte izquierda otras dos, y de allí hacia abajo, en cada parte fuesen hechas
once sillas y hasta que fuesen en número de veintiséis sillas, y en cada una,
que se sentara un caballero, y sobre la cabecera de la silla tuviese cada
caballero una espada muy bien dorada, y la cubierta de la vaina fuese de
brocados o de carmesí, bordada de perlas y de argentería, esto como a cada uno
mejor parezca, la más rica que cada uno pueda hacer. Y al lado de la espada que
cada uno tenga un yelmo hecho a la manera de aquellos que justan, y que lo
puedan tener de acero bien fabricado o de madera bien dorado, y sobre el yelmo
esté el timbre de la divisa que quiera, y en las espaldas de la silla, en una
placa de oro o de plata, sean pintadas las armas del caballero, y allí estén
clavadas.
»Después, diré a vuestra
señoría las ceremonias que se han de celebrar en la capilla, y ahora diré los
caballeros que fueron elegidos. Primeramente, el rey eligió veinticinco
caballeros y con el rey fueron veintiséis; el rey fue el primero que juró guardar
todas las ordenanzas contenidas en los capítulos, y que no hubiese caballero
que pidiera esta orden que la pudiese haber. Tirante fue elegido el primero de
todos los caballeros, a causa de que fue el mejor de todos los caballeros;
después fue elegido el príncipe de Gales, el duque de Bétafort, el duque de
Lencastre, el duque de Átzetera, el marqués de Sófolc, el marqués de San Jorge,
el marqués de Belpuig, Juan de Vàroic, gran condestable, el conde de Nortabar,
el conde de Sálasberi, el conde de Estàfort, el conde de
Vilamur, el conde de las Marchas Negras, el conde de la Joyosa guardia, el
señor de Escala Rota, el señor de Puigvert, el señor de Terranova, Micer Juan
Stuart, Micer Albert de Riusec; éstos fueron los del reino. Los extranjeros
fueron el duque de Berri, el duque de Anjou, el conde de Flandes, y
fueron todos en número de veintiséis caballeros.
»Señor, a cada caballero
que querían elegir para poner en la orden de la fraternidad, les hacían esta
ceremonia: Cogían un arzobispo u obispo y le daban los capítulos de la
fraternidad cerrados y sellados, y mandábanlos al caballero que querían elegir
que fuese de su hermandad, y mandábanle un ropaje todo bordado de ligas y
forrada de martas cebellinas, y un manto largo así como el ropaje hasta los
pies, forrado de armiños, que era de damasco azul, con un cordón todo de seda
blanco para atar arriba, y las alas del manto las podían lanzar sobre los
hombros y se mostraba el ropaje y el manto. El caperuz era bordado y forrado de
armiños; la bordadura era igual que la liga que estaba hecha de forma
semejante, eso es, de una correa con cabo y hebilla así como muchas mujeres
galantes y de honor llevan en las piernas para sostener las medias, y cuando
han hebillado la liga, dan una vuelta de la correa sobre la hebilla haciendo
nudo, y el extremo de la correa cuelga casi hasta media pierna, y en
medio de la liga están escritas aquellas mismas letras: Puni soit qui
mal hi pensé. El ropaje, el manto y el caperuz, todo está bordado de ligas,
y cada caballero está obligado a llevarla todos los días de su vida, así dentro
de la ciudad o villa donde esté como fuera de ella, y en armas o de cualquier
modo que sea. Y si por olvido, o porque no la quisiera llevar, cualquier rey de
armas, heraldo o portavoz que le viese ir sin la liga, tiene potestad absoluta
para quitarle la cadena de oro del cuello, o lo que lleve en la cabeza, o la
espada, o lo que lleve, aun cuando sea delante del rey o en la mayor plaza que
sea. Y cada caballero está obligado por cada vez que no la llevare, a dar dos
escudos de oro al rey de armas o al heraldo o al portavoz, y aquel está
obligado de estos dos escudos dar uno a cualquier capilla de San Jorge para
cera, y el otro escudo es para él, porque ha puesto atención. Y aquel obispo, o
arzobispo u otro prelado, tiene que ir como embajador de la fraternidad y no
del rey, y lleva el caballero a una iglesia, cualquiera que sea, y si la hay de
San Jorge, allí van directamente, y el prelado le hace poner la mano sobre el
ara del altar y le dice las siguientes palabras:
»―Vos
caballeros que habéis recibido la orden de caballería, y que sois tenido en
opinión de no ser reprochable entre los buenos caballeros, yo he sido enviado aquí como embajador de toda
la fraternidad y de aquella próspera
orden del bienaventurado San Jorge, que por aquel juramento que
habéis hecho, que mantendréis todas las
cosas secretas y que por vía directa o indirecta, de palabra o por escrito, no
lo manifestaréis.
»Y
el caballero promete por virtud del juramento, cumplir y guardar todas las
cosas antedichas, y le dan los capítulos. Después que él los ha leído, arrodillase
en el suelo ante el altar o imagen de San Jorge y con mucho honor y reverencia
recibe la orden de la fraternidad. Y si no quiere aceptar, tiene tres días para
pensarlo, y dice o puede decir: «Mi persona no está dispuesta para recibir una
orden tal alta como es esta, llena de mucha excelencia y virtud.»
»Vuelve a cerrar los
capítulos, escribe dentro su nombre, así los vuelve a remitir por el embajador
a los de la fraternidad.
Los
capítulos de fraternidad son estos:
»El primero es, si no se es
caballero creado en armas, no puede ser de la fraternidad de la orden del
bienaventurado San Jorge.
»El segundo es, de nunca
desnaturalizarse de su rey y natural señor, por muchos males y daños que haga.
»El tercero es, de ayudar, amparar a
mujeres viudas y doncellas, si requerido fuere, dedicarle todos sus bienes,
entrar en campo cerrado con armas o sin armas, y reunir gente, parientes,
amigos y voluntarios, y dar combate o combates en villas o ciudades o castillos
si acaso tal señora de honor estuviese presa o detenida a la fuerza.
»El cuarto es, cualquier caballero
que en armas se encontrara, tanto en mar como en tierra, no huirá por muchos
enemigos que vea. Bien se puede retraer, haciéndose atrás con la cara ante los
enemigos, no volviendo aquella, y si volvía la cara, caería en muy feo caso de
falso y de perjuro, echándosele de la fraternidad, degradándole de tal orden de
caballería, haciendo un hombre de madera con manos, brazos y pies, armándolo
con todas las armas, dándole bautismo, y poniéndole su propio nombre en la
degradación.
»La quinta es, si el rey de
Inglaterra tomara empresa para ir a conquistar la tierra santa de Jerusalén, en
cualquier estado que el caballero esté herido, o de cualquier enfermedad, está
obligado a venir por mar a nuestra fraternidad, por esto que la conquista de
Jerusalén me pertenece a mí que soy el rey de Inglaterra, y no a otro.
Ceremonias
que hacen los caballeros de la Garrotera, cuando están juntos en la iglesia de
San Jorge donde está la cabeza de la orden.
»Estos son los
capítulos que remiten a cada caballero. Y la liga que le envían es muy rica,
adornada con diamantes y rubíes y otras piedras finas. Si acepta la liga y
quiere ser la de la fraternidad, un día de aquella semana hace gran fiesta por
toda la ciudad o lugar donde esté, y vístese con aquellos ropajes, cabalga
sobre un caballo todo blanco, si haberlo
pueden, y toda la demás gente va a pie a su alrededor, y así van por toda la
ciudad luciéndose, y van a hacer oración a la iglesia de San Jorge, si la hay y
si no a otra con dos banderas, una de las propias armas y la otra de su divisa.
»De ahora en adelante, el rey le
llama hermano de armas o conde, que quiere decir lo mismo que hermano de armas.
Si algunos de estos caballeros se encuentra en la isla de Inglaterra y no está
enfermo, está obligado a venir a aquel castillo donde se celebra aquella
fraternidad, y sí se encuentra fuera de la isla, aunque no vaya no les importa
nada; y si está dentro de la isla y no viene, tiene que pagar diez marcos de
oro, y todos hay que gastarlos en cera.
»Y el rey, señor, ha dado de renta cada año a
esta fraternidad cuarenta mil escudos, y sirven para lo que voy a decirlos:
primeramente para hacer aquellas ropas y mantos para vestir a los caballeros de
la fraternidad, y para comer la víspera y el día de San Jorge, en que hay que
celebrar fiestas muy solemnes. Diré a vuestra señoría, las fiestas que se deben
celebrar en la iglesia: la víspera del Santo, todos
los de la fraternidad tiene que estar allí con las ropas dichas más arriba, y
todos a caballo tienen que ir hasta la puerta de la capilla, y no tiene que ir
ningún otro a caballo con ellos, que toda la demás gente tiene que ir a pie y
cuando hayan descabalgado, tiene que ir hasta el pie del altar y los veintiséis
se arrodillan para hacer oración, y no debe haber entre ellos y el rey,
diferencia alguna, sino que cada uno se siente en su silla. Y al incensar, lo
harán dos presbíteros u obispos, si los hay en aquella ocasión, y uno irá por
un lado de las sillas y el otro por el otro, y todos a un tiempo les darán
incienso y, como en la misa, el ofertorio y la paz. Cuando las vísperas se han
dicho, vuelven con aquellas mismas ceremonias, y descabalgan en una gran plaza
que hay, y aquí se hará una gran colocación e confitería; después de esto
vendrá la gran cena, y allí tienen que comer todos los que quieran cena, al día siguiente, que será el del
bienaventurado San Jorge, volverán con aquella misma ceremonia, y antes de oír
misa tienen que celebrar capítulo, y tiene que estar con ellos, en el consejo,
un rey de armas que ha sido elegido, y al que se llama Garrotera, a este le dan
mis escudos de salario todos los años por cuanto tiene que pasar el mar, y está
obligado a ir a visitar a los caballeros de la fraternidad para ver como
se portan, a fin de que aquel día se
pueda dar relación de ello. Y cuando están en consejo, si faltara algún
caballero que hubiese muerto, eligen a otro; y si estuviera de menos por que no
cumplió todo lo antedicho, o huyera en batalla , en presencia de todos cogerán
un hombre de madera que tendrán preparado, y tienen que bautizarle con todas
aquellas ceremonias que son habituales en los bautizos, y le pondrán, el mismo
nombre del caballero, y luego lo degradarán de toda la fraternidad; y, si es
posible, después le darán cárcel perpetua y ella le harán morir. Después que
hayan visto todo lo que la fraternidad necesita, lo dejarán todo ordenado y
luego saldrán a la misa y al sermón de San Jorge, y después a las solemnes
vísperas. Al día siguiente volverán con
el mismo orden y harán celebrar un aniversario por el alma de aquel caballero o
caballeros que hayan muerto o mueran dentro de aquel año, o por el primero que morirá;
y si hay caballero muerto para el cual harán la sepultura, cuando llegue el
ofertorio, se levantaran cuatro caballeros, los que tienen a su cargo la administración de la
moneda, y los dos cogiendo la espada, uno por el pomo y el otro por la punta, y
así a través la llevarán hasta el altar y la ofrecerán al presbítero, y los
otros dos llevan el yelmo a ofrecer, y aquellos es el derecho de los
sacerdotes, y aquí terminan las fiestas del año. Y si por ventura alguno de
estos caballeros de la fraternidad había sido hecho prisionero en guerra justa,
y por rescate tuviese que pagar tanto de sus bienes que su estado no pudiese
soportar como le era habitual, la orden esta obligada a darle todos los años lo
que comprendan que merece según su condición. Todavía, señor ,han ordenado más,
que si algún otro caballero que no sea de la fraternidad, y siguiendo las armas
de guerra fuese mutilado de algún miembro de su persona, que no pudiese llevar
armas ni seguir la guerra, si van al monasterio y quieren estar allí toda su
vida, que sean recibidos, con tal que cada día que puedan vayan a misa y a
vísperas con un manto encarnado con una garrotera bordada en el pecho, y allí
sean mantenidos con una mujer e hijos, si los tiene, y servidores, muy
abundantes según su condición. Todavía han ordenado más, que veinte mujeres de
honor sean de la fraternidad de la garrotera, y hagan tres votos.
Los
votos que hacen las mujeres de honor
»El primero es, que nunca dirán a
marido, e hijo o hermano, si está en guerra, que se vuelva.
»El segundo es, que
si supiese que alguno de éstos estuviese sitiado en villa, castillo o ciudad, y
pasase necesidad de vituallas, ellas harán todos sus posibles y trabajarán para
mandárselas.
»El tercero es, que si alguno de
éstos estuviese preso, con todo su poder le ayudarán para sacarlo de prisión, y
dedicarán a ello todos sus bienes hasta la mitad de su dote. Y las dueñas están
obligadas a llevar la garrotera en el brazo izquierdo, por encima de la ropa en
el brabón.»
Cómo
fue encontrada la divisa del collar que da el rey de Inglaterra.
―Señor, puesto que he contado a
vuestra señoría lo que se refiere a la Garrotera, ahora le hablaré de la divisa
del collar que ahora hace el rey de nuevo.
―Os ruego que digáis
eso― dijo el ermitaño.
―Yendo el rey y la reina con todos
los estados de caza―dijo Diafebus―, el rey había ordenado a los monteros que
para aquel día concertasen mucho animales fieros de diversa naturaleza, y era
tanta la gente que iba entre hombres y mujeres, que hicimos una gran matanza,
porque con la gran muchedumbre de gente hicieron venir a los animales fieros a
un portillo, y allí, con flechas, ballestas y lanzas se hizo en ellos un gran
estrago, y con carros y acémilas los llevaron a la ciudad. Los cocineros
desollaron un gran ciervo que casi era completamente blanco por vejez, y le
encontraron al cuello un collar todo de oro. Los que le desarrollaron fueron
los más admirados del mundo y lo dijeron al comprador mayor. Este rápidamente
fue a verlo, y cogió el collar con la mano y lo llevó al rey. Y al rey mucho le
gustó, y vieron en el collar unas letras escritas que decían que, en tiempo en
que Julio César vino para conquistar Inglaterra, y la llenó de alemanes y de
vizcaínos, cuando se fue cogió aquel ciervo y le hizo cortar el cuero del
cuello y ponerle allí aquel collar, y volvieron a coserle el cuero y lo
soltaron. Y rogaba a aquel rey que ese collar encontrara, lo convirtiera en
divisa. Hacía, según el calendario del tiempo, cuatrocientos noventa y dos años
que se lo pusieron, y por eso muchos dicen que no existe en el mundo ningún
animal que tanto viva. Y el collar era todo de eses redondas, y porque en todo
el A B C no encontraréis ninguna letra, una por una, de mayor autoridad y
perfección que pueda significar cosas más altas que esta letra S .
El significado de la
divisa
»» La primera,
santidad, sabiduría, sapiencia, señoría y muchas otras cosa que empiezan por S. El magnánimo rey ha dado collares de éstos a todos
los que forman la fraternidad. Luego ha dado a muchos caballeros extranjeros y
del reino y a damas y doncellas, y a muchos gentileshombres les daba collares de
plata. Y a mí, señor, me dio uno, y a todos estos caballeros que están aquí les
dio el suyo.»
-Estoy muy contento
de cuanto me contó vuestra gentileza-dijo el ermitaño-. La orden de la
garrotera me gusta mucho, porque ha sido constituida con virtuosas leyes de
caballería, y de tal dignidad como jamás he visto ni oído decir, y esta muy de
acuerdo con mi voluntad y mi espíritu se alegra.
Decidme, virtuoso caballero, ¿no es cosa de
mucha admiración el collar que han encontrado en poder de un animal salvaje, de
tan gran discurso de tiempo, y de todas las cosas que vuestra virtud me ha
contado, tanto de las fiestas como de las armas? Tanto como he estado en este
mundo miserable y jamás oí decir que un tan gran triunfo se hubiese celebrado.
Estas y semejantes palabras
decía el ermitaño, cuando vino Tirante y dijo:
-Padre y señor,
hágase vuestra gracia el favor de venir cerca de la lúcida fuente para tomar
una pequeña colación con nosotros y concedednos la gracia de que podamos
pararnos aquí cuatro o cinco días para
hacer compañía a vuestra santidad.
Y el ermitaño estuvo
muy contento y se detuvieron con él más de diez días. En estos días hablaron de
muchos hechos virtuosos de armas y el ermitaño les dio muy buenos consejos.
A la hora de
marcharse, habiendo visto Tirante que el padre ermitaño sólo comía hierbas y bebía
agua, movido de amor y caridad hizo traer muchas viandas y todas las cosas
necesarias a la vida humana, así como si tuviese que abastecer un castillo que
espera verse sitiado por los enemigos. Y cada día tenían que hacerle comer con
muchas súplicas.
El día que tenían que
marcharse, Tirante con todos los demás, con mucho amor, le rogaron que quisiera
quedarse aquella noche en una de aquellas tiendas, ya que ellos querían irse
muy de mañana y no se irían sin que él les diese su bendición. Y el ermitaño, creyendo
que lo querían por eso, estuvo contento. Arregláronle una pequeña cama, y
descansando el ermitaño, Tirante hizo llevar dentro de su ermita gallinas y
capones y otras viandas para mas de un año, incluso carbón y leña para que no
tuviese que salir de la ermita si acaso llovía.
Cuando les pareció
que era hora de irse, todos se despidieron del padre ermitaño, dándose muchas
gracias los unos a los otros.
Cuando se hubieron
ido en camino derecho a Bretaña, el padre ermitaño se fue a su ermita para
decir sus horas y encontró toda la casa llena de vituallas y dijo:
-Seguro que esto lo
ha hecho aquel virtuoso Tirante: quiero que tenga parte en todas mis oraciones,
sólo por conocer su bondad y virtud, pues esto es demasiado para mí.
Y de ahora en
adelante no se habla más del ermitaño.